– No tengo una prometida. Solo estoy yo -¿donde diablos estaba Molly? Jackson sonrió y decidió que lo mejor era ser sincero-. Hannah, Cara es mi hermanastra -le dijo-. Habíamos decidido compartir la granja, pero se ha enamorado de un francés. Así que me he quedado solo. Me encanta este sitio, y estoy preparado para cuidar de él como a usted le gustaría que lo cuidaran. Pero no puedo ofrecerle nada más. No puedo prometerle relaciones que no existen.
La anciana lo miró desconcertada, y Jackson pensó que podría decidir cualquier cosa.
Pero entonces, Francis Roger apareció por la puerta.
– ¿Qué ocurre? -Hannah no tenía tiempo para saludar al abogado, y estaba muy disgustada-. ¿Sabe algo de la señorita Farr?
– ¿Dónde está Molly? -preguntó Jackson con el ceño fruncido. Habían acordado que ella estaría allí antes que él. Cielos, si ni siquiera aparecía…
– Lo siento -dijo Roger Francis-. Es una inepta…, señor Baird, no sabe lo mucho que lo siento. No debí permitir que mirara esta propiedad.
– ¿Qué pasa?
– Su agente inmobiliario se ha ido de luna de miel… y se ha llevado el contrato y las escrituras con ella.
Hubo un tenso silencio. La señora Copeland miró a los dos hombres enojada, y Roger Francis miró hacia la ventana para evitar mirar a Jackson.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó Jackson, y Roger habló de nuevo. Demasiado rápido.
– Me llamó desde el aeropuerto hace un par de horas. Intenté localizarla antes de que saliera de Sidney, pero su teléfono móvil estaba apagado. Así que se lo contaré ahora. La llamada era de la señorita Farr… Parecía demasiado contenta como para hablar. Al parecer, Michael apareció en su casa anoche con unos billetes para ir a Hayman Island. Molly, Sam y él. Y con la licencia de matrimonio. No estaba dispuesto a aceptar un no como respuesta y, como ella dijo, una oportunidad como esa no se puede desaprovechar. Así que se han ido. En el vuelo que salía a las nueve de Sidney.
«Casi nos cruzamos en tránsito», pensó Jackson, y se sintió muy mal.
¿Por qué? ¿Por la granja?
No. Sabía muy bien que la granja no tenía nada que ver.
– ¿Y qué pasa con los contratos? -preguntó Hannah, sin dejar de mirar a Jackson. No, estaba interesada en el contrato. Había un trasfondo en todo aquello que no era muy difícil de comprender.
– No tengo ni idea de lo que ha hecho con ellos. Su jefe tampoco lo sabe. Acabo de telefonearlo. Estaba jugando al golf y no tenía ni idea de lo sucedido. Se ha quedado tan sorprendido como yo. Parece ser, que ella lo ha dejado todo y se ha ido.
– Entonces, ya está -dijo Hannah-. No hay contrato. No hay prometida. No está la señorita Farr. Parece que no podré venderle la granja aunque quiera, señor Baird. Quizá cuando regresemos a Sidney podamos…
– No creo -dijo Jackson. Se pasó los dedos entre el cabello y cerró los ojos. Su voz era tan lúgubre como una noche de invierno-. Diablos.
– Lo siento -dijo Roger, y Jackson abrió los ojos y miró a su abogado.
– ¿Dices que hablaste con ella?
– Sí.
– ¿Y parecía contenta?
– Sí, señor. Muy contenta.
– ¡Maldita sea! Debería…
– Pero no lo hizo -dijo Hannah-. ¿Qué le parece un viaje rápido a Hayman Island?
– Nunca llegaría a tiempo. Y si ella ama a ese hombre…
– ¿Pero y si lo ama a usted? -sugirió la anciana.
– No lo sé -se quejó Jackson. Al fin y al cabo, estaba entrenado para recibir duros golpes. Para el dolor. Sabía muy bien cómo manejarlo. Retirarse era la única solución-. Siento haberla hecho perder el tiempo, señora Copeland -le dijo con voz formal. Una vez más, había sacado el escudo protector y no estaba dispuesto a que se lo quitaran-. Pero parece que la culpa no es del todo mía. Usted ha elegido un agente inmobiliario poco serio, para que la represente.
– Eso es evidente -dijo Roger Francis mirando a Jackson-. Si quiere un lugar hecho para usted, ese es Blue Mountain -dijo él-. Antes de conocer este sitio, le parecía un lugar muy atractivo. Solo está a una hora de Sidney. Ayer hablé con los propietarios y todavía está en venta.
– De eso estoy seguro.
– Estaré encantado de mostrárselo otra vez. Podemos ir ahora mismo en helicóptero. Puedo buscar a alguien para que recoja mi coche…
– Ya basta -Jackson dio un paso atrás-. Ya basta. Necesito tiempo para pensar.
– Tengo los documentos de Blue Mountain en mi maletín -dijo Roger-. ¿Quiere que le diga al piloto del helicóptero que desea marcharse?
– No. ¡Sí! -hizo una pausa. Se oía el ruido de un coche acercándose por el camino. Alguien conducía demasiado rápido y, por el sonido del motor, parecía un coche viejo.
Todos se volvieron para mirar por la ventana y vieron cómo un vehículo polvoriento se detenía haciendo derrapar las ruedas.
Al momento, salió Molly, seguida de Angela, Guy y Sam.
– ¿Llegamos demasiado tarde? ¿Ya se ha ido?
Molly irrumpió en la habitación cargada de documemos y, cuando vio a Jackson, se quedó paralizada.
El dio un paso hacia delante y ella dejó caer los papeles al suelo. En menos de un segundo, estaba entre los brazos de Jackson… como si nunca fueran a separarse.
Después de eso, empezó el caos. Angela, Guy y Sam entraron detrás de Molly. Sam agarraba la caja de las ranas como si su vida dependiera de ella, pero toda su atención estaba centrada en Molly que lloraba sobre el hombro de Jackson.
– ¿Qué diablos…? -fue todo lo que Jackson tuvo que decir.
– Nunca pensé que él lo haría -Molly lloraba y hablaba a la vez-. Pensaba que para él solo era un juego, así que decidí seguirselo para ver cuáles eran sus intenciones. No pensaba que fuera en serio. Y entonces, se comportó como un animal y trató de retenerme y yo tuve que pegarle…
– ¡Guau! -Jackson la había apartado de su cuerpo para verle la cara. Tenía un gran morado que se extendía desde debajo de uno de los ojos hasta la barbilla. Estaba despeinada, llorando y enfadada, pero aun así, encantadora-. Habla más despacio. ¿Qué ha pasado?
– Ha sido Michael -intervino Angela desde detrás. Después señaló a Roger Francis-. Y este… este canalla.
Todos lo miraron y él se puso pálido.
Pero Angela no aceptaba interrupciones.
– Llamó a Molly para decirle que Michael quería reconciliarse con ella. Molly no lo creyó, y se preguntó por qué Roger estaba tan interesado en ella. ¿Y Michael? De pronto, lo comprendió todo. Ambos tienen más o menos la misma edad y, ¿cuántas facultades de Derecho hay en este estado? Así que indagó y descubrió que Roger y Michael estudiaron juntos la carrera.
– Eso no significa nada -dijo Roger, mientras se digía hacia la puerta.
Molly se había recuperado lo bastante como para continuar.
– Entonces, apareció Michael, y estaba muy simpático -le temblaba la voz, pero al sentir los brazos de Jackson alrededor de ella recuperó las fuerzas-. Me imaginé lo peor, pero él trató de camelarme con grandes cenas y regalos para Sam.
– Nada mejor que la casita para las ranas -dijo Sam, y Molly sonrió.
– No. Y cuanto mejor nos trataba Michael, más sospechas tenía sobre él. Entonces, insistió en traerme aquí hoy.
– Y tiene un bonito coche, y como Molly no tiene coche y no quería pedirte que la trajeras en el helicóptero… Aunque a mí me parece una tontería -dijo Sam-. ¿A que nos habrías traído, señor Baird?
– Sí -dijo él, y abrazó a Molly con más fuerza. Ella lo miró como si no pudiera creer lo que estaba sucediendo.
«,Dónde está Cara», pensó desesperada. «Concéntrate en la historia. No en su cuerpo, ni en su mirada», se dijo. Seguía confusa, pero tenía que terminar de explicarlo todo.
– No tenía ni idea de lo que estaba sucediendo, pero hablé con Angela y decidimos que lo mejor era seguirle el juego. Así que hicimos una copia del contrato y…