– La llevaré al hospital para que se la curen -dijo Angela, y se acercó para abrazar a su amiga-. Si usted cuida de la rana, yo cuidaré de Molly.
– ¡Angela! -exclamó Trevor enfadado, pero ella le dedicó una de sus mejores sonrisas.
– Al señor Baird le gusta la rana de Molly -dijo ella con recato-. Y no queremos disgustar al señor Baird, ¿verdad?
Al ver la cara que puso su primo, Molly estuvo a punto de atragantarse.
– Oh, por el amor de Dios… -respiró hondo y se separó de Angela-. Muchas gracias a todos, pero yo llevaré la rana al veterinario, y me pondré una tira en la mano, eso es todo. Así que puedo ocuparme yo sola. Y no importa que tenga que marcharme -miró a su primo y suspiró. Ese hombre era un idiota. Quizá fuera mejor si saliera de allí para siempre-. Después de todo, estoy despedida.
– No pueden despedirla -gruñó Jackson, y se volvió hacia Trevor, fulminándolo con la mirada-. He venido a que me informaran sobre una propiedad. La información que me han dado es tentadora, pero poco detallada. Necesito saber más. Y tengo que verla. ¿Dijo que estaba ocupado el fin de semana?
– Sí, pero…
– Tengo una opción de compra de otra propiedad hasta el lunes, así que me gustaría tomar una decisión antes de ese día. El martes me marcho del país. Si el lunes veo el terreno por primera vez, apenas tendremos tiempo para negociar.
Trevor escuchó sus palabras y pensó que podía ser un buen comprador.
– Por supuesto, tendré que cambiar mis planes…
– No quiero molestarlo -le dijo Jackson con frialdad-. No necesito que usted me enseñe el terreno. Puede hacerlo uno de sus empleados.
– Todavía tiene tiempo de visitar otra vez la propiedad de Blue Mountain -le interrumpió su abogado.
– Gracias, pero estoy más interesado en la de Copeland. Además, en vista de que la señorita Farr ha sufrido un shock y ha resultado herida, ¿qué mejor manera hay para ayudar a que se recupere que llevársela a pasar el fin de semana a un bonito lugar? Señor Farr, ¿supongo que no pensaría en serio despedir a una empleada por una nimiedad tal como traer un rana al trabajo?
– No… -empezó a decir Trevor- Sí. Pero…
Pero Jackson ya no estaba escuchándolo.
– Señorita Farr, apreciaría mucho si me acompañara a ver la propiedad. Señor Farr, si su empleada llevara a cabo una venta como esa, estoy seguro de que podría contratarla de nuevo.
Trevor dudó un instante. No era completamente estúpido. Una vez más, veía como una importante comisión se le iba de las manos.
– Puede que no. Acabo de acordarme de que puedo acompañarlo, después de todo.
– No quiero molestarlo -dijo Jackson con una gélida mirada. Se volvió hacia su abogado-. Ni al señor Francis. Si el terreno de Copeland es la granja que estoy pensando, entonces, las ranas serán lo menos tentador para el despiadado zapato del señor Francis. Así que, creo que la señorita Farr y yo prescindiremos del intermediario. Señorita Fan, ¿podría acompañarme a la propiedad de Copeland el fin de semana?
Molly respiró hondo. Miró a su alrededor… a Trevor… al abogado… y a la pequeña rana que Jackson Baird tenía en la mano.
La mirada de Jackson era amable, y ella no tenía elección. Aunque su primo fuera una persona detestable, ella necesitaba ese trabajo, y Jackson le estaba ofreciendo una manera de mantenerlo.
– Será un placer -dijo Molly. E instantes después no podía creer lo que había hecho.
Estaba claro quién estaba al mando. Trevor estaba fuera de lugar. Jackson había decidido organizarlo todo, y era evidente que no le habían nombrado «Mejor Hombre de Negocios de Australia» por nada. Aquel hombre emanaba poder.
– Nos encontraremos mañana a las nueve en el aeropuerto Mascot -le dijo a Molly.
– Um… ¿iremos en avión?
– Alquilaré un helicóptero. ¿Podrá tener el Artículo Treinta y Dos preparado?
«Sería un milagro que el abogado de la agencia lograra preparar la escritura esa misma noche», pensó Molly, pero Jackson Baird esperaba que actuaran como profesionales.
– Por supuesto -contestó ella.
– ¿La casa está preparada para alojarse allí?
– Creo que todavía hay algunos empleados -Trevor luchaba por recuperar el mando de la situación-. La señora Copeland dijo que lo recibirían, pero yo…
Jackson no estaba de humor para oír sus objeciones.
– Entonces, perfecto.
– No me gusta que vaya Molly -dijo Trevor de pronto, y Jackson arqueó las cejas.
– ¿No es una mujer competente?
– Es extremadamente competente -dijo Angela mirándolo a los ojos, y el millonario la miró con aprobación.
– Quizá le preocupe lo adecuado de la situación -Jackson sonrió-. Debí haber pensado en ello. Señorita Farr, si le preocupa acompañarme a una granja desconocida durante todo un fin de semana, le sugiero que se traiga un acompañante. Pero no un chaperón. Ni un primo. Una tía, ¿quizás? Sobre todo si también le gustan las ranas.
«Se está riendo de mí», pensó Molly, pero estaba demasiado desconcertada como para reaccionar, Un acompañante. ¿Y dónde diablos iba a encontrar un acompañante?
– Eso es todo, entonces. En el aeropuerto Mascot, mañana a las nueve, con o sin acompañante -dijo Jackson. Los ojos le brillaban con malicia-. ¿Será suficiente para que deje de pensar en su mano herida y en la rana?
Molly pensó que él creía que bastaba que le ofrecieran algo así para que ella dejara de pensar en todo lo demás. Quizá en otro momento, habría sido así, pero estaba Lionel. Sam había confiado en ella para que cuidara a su rana. ¿Cómo iba a explicarle lo que había sucedido?
– De acuerdo -dijo ella sin emoción.
– ¿Todavía está preocupada por la rana?
– Por supuesto.
– Sabe, las ranas se mueren.
– Me dijo que podría curarla.
– Eso dije. Y así es -se volvió hacía Angela-. ¿Puedes llevar a tu amiga para que le curen la mano?
– Después de que cure a Lionel.
– Sabe… no me gusta ser pesado, pero solo es una rana.
– Cúrela -dijo ella. Empezaba a dolerle la mano, y la tensión de la última media hora comenzaba a pasarle factura. Claro que Lionel era solo una rana, pero significaba mucho para Sam. Lionel había conseguido que el chiquillo se interesara en algo, por primera vez desde la muerte de sus padres, y eso era muy importante-. Cúrela -dijo de nuevo. Y Jackson la miró confuso. Lo que vio en su rostro, no lo ayudó.
– De acuerdo, señorita Farr, entiendo que su rana sea muy importante -acercó la mano y le acarició la mejilla-. Pero usted también lo es. Si no va a que le vean la mano ahora mismo, la curaré yo. Y después curaré a la rana.
– La rana primero.
– Su mano primero -dijo él, con un tono que no admitía discusión-. Lionel no está manchando la moqueta de sangre. Así que siéntese y deje que la cuiden. ¡Ahora!
Era una sensación muy extraña.
Dejar que la cuidaran… ¿Cuándo había sido la última vez que la habían cuidado? Desde que murió su hermana, ella había sido la que había tenido que cuidar a Sam, y la sensación de que alguien cuidara de ella, le resultaba muy extraña.
– No es una herida profunda -ignorando sus protestas, Jackson miró la herida que ella tenía en los nudillos-. Estoy seguro de que no necesita puntos.
Mandó a Angela a la farmacia más cercana para que comprara un antiséptico, gasas, esparadrapo y una pequeña tablilla. Cuando regresó, se quedó a observar.
Las mujeres de la limpieza y Sophia Cincotta se habían marchado, pero Trevor y el abogado de Jackson seguían allí. Ambos, mirando con desaprobación.
Molly hizo caso omiso. Permaneció sentada mientras el hombre de mirada amable se arrodillaba junto a ella, le examinaba la herida y se la cubría con una gasa. Era emocionante. Era…
Molly no sabía qué era lo que sentía. El hombre que tenía delante causaba sensación entre las mujeres, y ella comprendía por qué. Bastaba con que él la tocara para que…