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– Ya está -Jackson la miró y sonrió. Molly sintió que le daba un vuelco el corazón.

– Sí. Gracias. Ahora…

– Ahora la rana -dijo él sin dejar de sonreír.

Angela le tendió la caja donde habían guardado a Lionel y miró a su amiga. Le parecía extraño que estuviera tan acelerada.

Pero Molly no se fijaba en nadie más que en Jackson. El la había cautivado. Jackson colocó a Lionel en la mano que Molly tenía sana y comenzó a hacer lo que le había prometido. Cortó una pequeña tablilla y la vendó contra el anca de la rana para que no pudiera moverla.

– Es como si supiera que la está ayudando -dijo Molly, y Jackson la miró con curiosidad.

– Sí.

– ¿Cuánto tiempo tendrá que llevarla?

– Puede que un par de semanas. Se dará cuenta de cuándo la tiene curada.

– No sé cómo agradecérselo.

– Mi abogado le hizo daño -levantó la caja de Lionel y puso cara de aprobación. Sam había forrado la caja y había preparado una cama de hojas para Lionel-. Es un buen centro de recuperación -metió a Lionel y cerró la tapa-. Ya está.

– Estupendo.

– Ahora usted. Se ha llevado un buen susto. ¿Quiere que el señor Francis y yo la llevemos a casa?

Lo que le faltaba. Aquel hombre comenzaba a afectarla seriamente, y ella tenía que mantener una relación estrictamente laboral con él.

– Gracias, pero estaré bien.

– Le gustaría que la llevaran -intervino Angela, pero Molly la miró frunciendo el ceño y respiró hondo para mantener el control de la situación.

– Lo veré mañana, a las nueve -le dijo a Jackson. Él la miró con cierta confusión.

– ¿Con acompañante?

– Sin duda, con acompañante.

El sonrió y le acarició la mejilla.

– Muy inteligente. De acuerdo, señorita Farr. La veré mañana, a las nueve. Cuídese la mano. Y a la rana.

Tras esas palabras, salió de allí, y todos lo siguieron con la mirada.

– Molly, ¿puedo ir? Por favor, ¿puedo ir contigo? Necesitarás ayuda, y yo puedo ayudarte. No te molestaré para nada -Jackson acababa de salir cuando Angela se agarró al brazo de Molly para suplicarle-. Seré una buena acompañante.

– Gracias, pero ya me buscaré a mi acompañante -Molly trató de sonreír.

– Tengo que ir contigo -le dijo Trevor-. La agencia inmobiliaria es mía.

Quizá fuera así, pero no lo parecía. La empresa familiar había acabado en manos del tercer Trevor Farr, y bajo su inexperta forma de dirección tenía todo el aspecto de llegar a la quiebra. El padre de Trevor había hablado con Molly en el funeral de su hermana y la había convencido para que le diera una oportunidad a la agencia.

– Si necesitas un trabajo en la ciudad, te estaría agradecido si te incorporaras a la empresa familiar. Trabaja con Trevor durante una temporada, hasta que te acostumbres a la ciudad. El puede enseñarte cómo está el mercado, y sin duda, aprenderá muchas cosas de ti. Eres la mejor.

Hasta entonces, ella se había dedicado a vender granjas desde la agencia que tenía en la costa. Vender propiedades en la ciudad, era algo muy distinto, y su primo no le facilitaba las cosas. Era una persona débil e ineficiente y, desde un principio, estaba molesto porque ella fuera tan competente.

– Puedo arreglármelas sola -le dijo Molly a Trevor-. Tengo la sensación de que el señor Baird no quiere que el señor Francis ni tú participéis en esto, y si lo que queremos es vender… ¿Cuánto has dicho que pide la señora Copeland por el lugar?

Trevor tragó saliva.

– Tres millones -Molly se quedó boquiabierta. «Tres millones. Guau», pensó.

– No lo estropees.

– No lo haré.

– ¿Tienes a alguien respetable que pueda acompañarte? -puede que Trevor fuera un tarugo, pero no era completamente estúpido y sabía que tendría que dar la cara ante su padre-. Ese hombre tiene fama de ser un donjuán. Angela no es la persona adecuada,

– Desde luego que Angela no es la adecuada -dijo Molly, y le guiñó un ojo a su amiga.

– ¿Tienes a alguien en mente?

– Así es.

Trevor la miró, sorprendido por su falta de comunicación.

– Entonces, supongo que estarás bien.

– Supongo que sí.

– ¿No te duele mucho la mano como para seguir trabajando? Será mejor que empieces si es que quieres tener preparado el Artículo Treinta y dos.

– Lo haré ahora mismo -dobló los dedos y puso una mueca de dolor, pero Trevor era la única persona allí que podría ayudarla con esos papeles, y la ayuda de Trevor era lo último que deseaba-. De acuerdo -dijo ella-. Vamos a venderle una granja al señor Baird.

Capítulo 2

Menos mal que Lionel no había muerto.

Sam se comportó de manera estoica, tal y como Molly esperaba. Llevaba seis meses comportándose de esa manera. Había escuchado las malas noticias con entereza, y cuando Molly intentó abrazarlo, él se retiró. Como siempre.

– No debí quedármela, en primer lugar -dijo el niño. No. Pero en el apartamento en el que vivían no permitían tener mascotas, así que Sam no tenía nada. Habían encontrado la rana mientras cruzaban una bulliciosa calle de Sydney. Estaba lloviendo y había mucho tráfico, y Lionel estaba quieta en mitad de la calzada. Era una rana suicida, y cuando Sam la recogió y se la guardó en el bolsillo, Molly no protestó. De otra manera, la rana habría muerto.

«Espero que no se muera ahora», pensó Molly al ver el entramado de pequeños estanques que Sam había construido en el suelo del baño.

– Tendré que limpiar todo esto cuando se muera -el niño metió las manos en el bolsillo y pegó la barbilla contra su pecho. Molly sabía que tenía ganas de llorar Esperarían un rato y, al final, sería Molly la única que lloraría.

– No se morirá. Lo dijo el señor Baird.

– Supongo que, de todos modos, las ranas no viven mucho tiempo.

– Supongo que no -admitió, y colocó la mano sobre el brazo de Sam. Corno siempre, él lo retiró. Era un niño muy arisco. Como si el hecho de perder a sus padres le hubiera hecho perder la confianza en todo lo demás. «,Y por qué va a confiar en mí?», pensó Molly con amargura. «Ni siquiera soy capaz de mantener una rana a salvo»-. Nos han invitado a pasar el fin de semana en una granja -le dijo MoIly-. Nos llevaremos a Lionel. Será una granja de recuperación.

– ¿Una granja?

– Sí.

– No me gustan las granjas.

– ¿Has estado alguna vez en una?

– No.

– Entonces…

– No me gustan. Quiero quedarme aquí.

– Sam, el señor Baird nos ha invitado a los dos.

– Él no quiere que yo vaya.

– Estoy segura de que sí.

– No quiero ir.

– Vas a ir -dijo Molly con decisión-. Iremos los dos y lo pasaremos muy bien.

¿Podría disfrutar de un fin de semana con Jackson Baird?

Una parte peligrosa de su mente le decía que podía disfrutarlo muchísimo.

– ¿Cara?

– Jackson, qué alegría -Cara estaba al otro lado del Atlántico, pero su alegría era evidente-. ¿A que se debe este placer?

– Creo que he encontrado una propiedad que podría encajar con lo que buscamos.

– ¿De veras?

– De veras. En el pasado la utilizaron como criadero de caballos. Está en un lugar magnífico y suena estupendamente. ¿Quieres tomar un avión y venir a verla?

Se hizo un silencio.

– Cariño, estoy muy ocupada -¿Y cuándo no lo estás?», pensó Jackson sonriendo.

– ¿Quieres decir que lo dejas en mis manos?

– Eso es.

– ¿Y si la compro y no te gusta?

– Entonces, tendrás que comprarme otra.

– Ya, claro. ¿Cara…?

– Cariño, de verdad no puedo ir. Hay algo… Bueno, sucede algo que está absorbiendo toda mi atención, y no me atrevo a contarlo por si se evapora de repente. Pero confío en ti.