– Buenos días -dijo ella sin dejar de sonreír. Él intentó ignorar su sonrisa y hablar con normalidad, en tono de negocios.
– Buenos días -contestó.
Molly también se había fijado en él. El día anterior Jackson vestía un traje de chaqueta que hacía que pareciera un hombre de mundo, atractivo, pero inalcanzable para Molly. Ese día, iba con unos pantalones de lino y con una camisa de manga corta que dejaba al descubierto su cuello y sus brazos desnudos. Parecía…
Bueno, puede que él tuviera problemas para concentrarse en el negocio, ¡pero a ella tampoco le resultaba nada fácil!
Al menos, Molly podía concentrarse en Sam.
– Señor Baird, este es mi sobrino, Sam. Sam, te presento al señor Baird.
«Así que no es madre soltera», pensó Jackson.
Pero, ¿por qué se ha traído al niño?» Ninguna mujer con la que había quedado antes había hecho algo parecido. «Pero esto es un asunto de negocios, ¡no una cita!», se recordó.
– Sam ha traído a Lionel con nosotros -Molly señaló la caja que Sam llevaba bajo el brazo-. Espero que no le importe, pensamos que una granja de recuperación era justo lo que Lionel necesitaba.
– Claro -dijo Jackson, y le tendió la mano a Sam. Estaban situados en la pista de aterrizaje para helicópteros y en cualquier momento el aparato se pondría en marcha y ahogaría la conversación-. Encantado de conocerte, Sam.
Sam lo miró fijamente mientras se estrechaban las manos.
– ¿Eres el hombre que aplastó a mi rana?
– Ya te he dicho que no fue él -dijo Molly-. El señor Baird fue quien curó a Lionel.
– Molly dice que es posible que muera de todos modos.
– Yo no he dicho eso -suspiró Molly-. Solo he dicho que las ranas no viven mucho tiempo -miró a Jackson con desesperación.
– Supongo que se morirá -dijo Sam con tristeza, y agarró la caja como si fueran los últimos minutos de vida para Lionel-. Todo se muere.
Jackson miró a Molly y esta se encogió de hombros.
– Los padres de Sam murieron en un accidente de coche hace seis meses -le dijo. Le habría gustado advertírselo a Jackson, pero ya no era posible-. Desde entonces, su visión de la vida es muy pesimista.
Jackson asintió y dijo:
– Lo comprendo. Siento lo de tu familia, Sam.
– Le he dicho a Sam que puede que Lionel viva muchos años.
– Yo tuve una rana cuando tenía ocho años -dijo Jackson pensativo y enfrentándose a la situación con aplomo-. Vivió dos años conmigo y después se escapó en busca de un rana hembra. Quizá Lionel haga lo mismo.
Sam lo miró con incredulidad. Se hizo un silencio.
«Que arranque el helicóptero», pensé Molly. El silencio era desesperante. Pero Jackson y Sam se miraban como si fueran dos contrincantes en un ring de boxeo.
– Sam, te diré algo más que quizá te guste saber -miró al niño a los ojos. Molly quedaba completamente excluida. Jackson solo se centraba en Sam-. Cuando yo tenía diez años, mi madre murió -le dijo-. Yo pensé que había llegado el fin del mundo, y, como tú, esperaba que todo lo que me rodeaba muriera también. Esperé y esperé, aterrorizado. Pero ¿sabes qué? No murió nadie más hasta que cumplí veintiocho años. Un vejestorio.
Sam se quedó callado un momento. Al final, dijo:
– Veintiocho es la edad que tiene Molly.
Jackson miró a Molly y ella percibió una sonrisa tras su seria mirada.
– Ya te lo he dicho. Un vejestorio. Mi abuelo murió cuando yo tenía veintiocho años, pero entre los diez y los veintiocho no murió nadie. Ni siquiera una rana.
– ¿De veras?
– De veras -sonrió él-. Así que a lo mejor también tienes esa suerte.
– A lo mejor no.
– Pero a lo mejor sí.
Sam se quedó pensativo.
– Solo me queda Molly. Y Lionel.
– A mí me parece que los dos están muy sanos.
– Sí…
– ¿Los alimentas bien? Lionel parece rellenito, y Molly también.
– ¡Hey! -exclamó Molly, pero no le importaba lo que había oído. Era la primera vez que sentía que Sam se relajaba-. Eso es una tontería -dijo esbozando una sonrisa.
– Comer bien es importante -dijo Jackson-. No puede pasarse por alto. Eso, y hacer mucho ejercicio. Espero que no dejes que Molly vea mucho la televisión.
Sam estaba sonriendo y la tensión había desaparecido como si hubieran hecho magia.
– Le gustan los programas de amor y esas cosas.
– Eso es muy poco saludable. Yo lo pararía de golpe.
– Jackson puso una sonrisa tan amplia que Molly supo enseguida por qué las mujeres se enamoraban de él. ¡Por cómo estaba tratando a Sam ella también estaba a punto de enamorarse! ¡Deseaba abrazar a aquel hombre!-. ¿Quieres entrar en mi helicóptero? -le preguntó Jackson al niño tendiéndole la mano.
Sam se quedó pensativo durante un instante, y después, como si hubiera tomado una importante decisión, le dio la mano a Jackson.
– Sí, por favor -le dijo.
Molly no podía dejar de sonreír. Jackson, se fijó en su sonrisa y pensó: «va a ser un fin de semana estupendo».
Él no esperaba tanta eficiencia. Desde el momento en que entró en la oficina de Trevor Farr, Jackson sospechó que si quería averiguar algo sobre la propiedad de Hannah Copeland, tendría que averiguarlo él mismo. Pero la preparación de Molly lo sorprendió gratamente. Tan pronto como despegó el helicóptero, ella le entregó las escrituras, el plano de obra, la lista de empleados…
– ¿Cómo ha conseguido todo esto?
– Hacemos lo mismo para todos nuestros clientes.
– ¿Y por qué será que no me lo creo?
Ella lo miró con una media sonrisa. En realidad, aquella era el tipo de propiedad que a ella le gustaba vender… una granja con mucho terreno. Había estado trabajando hasta las tres de la mañana, pero había conseguido hacerle a Jackson una presentación de primera. Como en los viejos tiempos.
– Deje de ponerme en entredicho y lea -le ordenó ella, y él obedeció. Pero cada vez estaba más pendiente de Sam y de Molly. Parecían una mujer y un niño enfrentándose al mundo, y su presencia lo afectaba como hacía mucho que no lo afectaba nada.
«Solo es una relación de negocios», se recordó, «y Sam no tiene nada que ver conmigo».
La granja de Copeland era un lugar maravilloso. El piloto sobrevoló una amplia extensión de tierra. La finca comenzaba en una zona estrecha y se expandía en una vasta lengua de tierra que llegaba hasta el mar.
– Toda la lengua de tierra pertenece a la granja -le dijo Molly, y él sonrió y le mostró el mapa que ella le había dado.
Pero ni los mapas ni las fotos hacían justicia al lugar. El mar rodeaba la tierra con su agua azulada. La playa era de arena dorada, y las colinas y las praderas, con los animales pastando plácidamente, parecían lugares exuberantes y maravillosos.
Desde el helicóptero se veían torrentes de agua que bajaban hasta el mar entre los árboles. También había cascadas y pequeños islotes. Cuando descendieron hacia tierra, vieron cómo un grupo de canguros saltaba para ponerse a cubierto, y Jackson pensó, «esto es el paraíso».
Aunque fuera un lugar paradisíaco, no podía olvidar que era un negocio. Era el futuro para Cara y para él. No podía tomar decisiones con el corazón, debía tomarlas con la cabeza.
– Parece que está bien conservado -dijo él, pero su comentario le pareció ridículo. Miró a Molly y a Sam y se percató de que ambos lo miraban asombrados.
– ¿No has visto esa cascada? -preguntó Sam-. ¿Es maravillosa? ¿No crees que es maravillosa?
– Maravillosa -admitió él, y Molly sonrió.
– Con Sam aquí, no tengo que hacer de vendedora -miró cómo la hélice del helicóptero se detenía-. Es más, creo que no tengo que hacer de vendedora en ningún caso. Si tiene el dinero, este lugar se venderá solo -dijo bromeando-, Y si no tiene el dinero, puedo proponerle un plan de financiación muy interesante.