– Pero podría caerse -dijo Doreen-. Hay madrigueras por todos sitios y quién sabe qué más. Querrá verlo todo, y la única manera de hacerlo es a caballo, pero…
– No puede ir solo -añadió su marido. Se volvió hacia Molly y ella notó lo mucho que le costaba preguntarle-. ¿A menos que usted sepa montar?
– Sí, sé montar -dijo ella, y recibió otra mirada de asombro por parte de Jackson. Una sorpresa detrás de otra. Ella dudó un instante. Sam estaba a su lado y su inseguridad era evidente-. Pero Sam no.
– Nosotros cuidaremos de Sam -sonrió Doreen ofreciendo una sencilla solución-. Será un placer -después le dijo a Sam-. Estoy preparando paviova para la cena. ¿Has preparado una alguna vez?
– No, yo…
– ¿Te gustaría aprender? Necesito ayuda para escoger las fresas que van por encima.
– Y estamos criando un ternero -añadió Gregor-. Hay que darle biberón, y me da la sensación de que tú eres capaz de hacerlo.
– ¿Y dijiste que tenías una rana en esa caja? -preguntó Doreen-. Después de terminar todas nuestras tareas, Gregor y yo te llevaremos a un sitio donde hay miles de ranas. Y renacuajos.
Sam asintió con timidez y la tensión que inundaba la habitación se evaporó mágicamente.
– ¿De verdad que sabes montar? -preguntó Jackson tuteándola-. ¿O quieres decir que puedes sentarte en un jamelgo de picadero?
– Compruébalo -contestó ella, y se dirigió a Gregor ignorando a Jackson. Se merecía que lo excluyera-. Según mis informes, tienen buenos caballos.
– Estarán juguetones -advirtió Gregor-. Nadie los ha montado desde hace mucho tiempo.
– Cuanto más juguetones, mejor -dijo él-. No puedo esperar.
– Les llevará casi todo el día visitar la granja -añadió Doreen-. Les prepararé un picnic. Hace un día precioso -sonrió-. Todo arreglado. Pasarán un bonito día viendo el terreno y Sam se divertirá con nosotros. ¿No es maravilloso?
Jackson observó cómo Molly ayudaba a ensillar a los caballos, y enseguida supo que no bromeaba cuando dijo que sabía montar a caballo. Su yegua era muy nerviosa, pero Molly la sujetaba con firmeza. Igual que Jackson sujetaba al caballo que le habían prestado. Después, cuando Gregor los dejó marchar y la yegua comenzó a moverse de un lado a otro, Molly se volvió riéndose hacia Jackson.
– No se tranquilizarán hasta que no hayan galopado un rato, y estos prados parecen seguros. Te echo una carrera hasta la valla del fondo -antes de que él pudiera contestar, Molly se alejaba galopando y su risa dejaba claro que estaba disfrutando.
Era una bonita imagen. Jackson tardó un poco en centrarse en su caballo, y para entonces, ella ya le llevaba mucha ventaja y se había parado para esperarlo.
– ¿Por qué has tardado tanto?
– Pensé que las mujeres de negocios siempre dejaban ganar a sus clientes -se quejó él, y recibió otra preciosa carcajada.
– Upas. De una cosa estoy segura. Si el resto de la propiedad es tan bueno como esta parte, se venderá sola.
Molly tenía razón. Cuanto más veía Jackson, más le gustaba.
– No eres mal jinete -le dijo ella.
– Gracias -dijo él-. Si no supiera que los halagos son buenos para los negocios…
– ¿No te he dicho que esto no es cuestión de negocio? La propiedad se venderá sola, sin necesidad de hacer cumplidos para conseguir un comprador de buen humor.
– Ya lo has conseguido -dijo él. Su humor mejoraba -minuto a minuto. Ella hacía que él se sintiera libre de las restricciones que normalmente sentía que lo rodeaban. «Esas restricciones son mi elección», se dijo él. Su vida. Su trabajo. Cara. Todas las había elegido él. Pero no era malo tomarse un descanso-. ¿Dónde aprendiste a montar? -preguntó él mientras se dirigían hacia las colinas.
– En el lomo de una vaca lechera.
– ¿Bromeas?
– No. Mis padres dirigían una pequeña agencia de noticias rural. Yo sentía celo de los niños que tenían granjas, así que cuando ellos ensillaban a sus caballos, yo hacía lo mismo con Strawberry. Strawberry era nuestra vaca.
– No me digas. ¿Ibas al colegio montada en ella?
– Bueno, no. No podía montarla cuando mi padre estaba mirando. Al montarla dejaba de dar leche.
– Ya me imagino -cada vez estaba más asombrado. La imagen de Molly subida en una vaca invadió su cabeza y trató de borrarla de inmediato. Conseguía ponerlo nervioso.
– El próximo tramo es el malo -dijo ella dirigiéndose a una zona pantanosa- Supongo que es aquí donde están las sanguijuelas. ¿Quieres parar y mirar de cerca? Si es así, yo te esperaré en la próxima colina.
– ¿Tienes miedo de unas pocas sanguijuelas?
– Sí -dijo ella con firmeza-. A pesar de mi lata de sal. Pero tú puedes ir. Pisa donde ningún hombre ha pisado antes. Después de todo, ¿no es esa la fama que tienes?
– ¿Ah, sí? -preguntó él, sorprendido de que ella lo hubiera tomado en serio y lo mirara de arriba abajo. Estaba poniéndose nervioso.
– Dicen que eres implacable, y que en los negocios no hay nada que te detenga.
– Tú también eres una mujer de negocios.
– Así es.
– ¿Pero tienes límites?
– Imagino que igual que tú.
– Como las sanguijuelas.
– Como tú digas -ella sonrió y el ambiente se relajó un poco-. ¿Eso quiere decir que no vas a atravesar el pantano como un verdadero héroe?
– Puedo ver todo lo que necesito ver desde aquí arriba -dijo él con dignidad, y el sonido de la risa de Molly lo perturbó de nuevo.
El pantano era la peor parte de toda la finca. El resto era mágico. Lo rodearon y tomaron rumbo al prado que lindaba con las dunas y el ganado recorría los pastizales. Parecían los animales más felices que Jackson había visto nunca, y pensó, «Y por qué no sería muy feliz si estas tierras me pertenecieran».
Llegaron hasta la arena sin decir ni una palabra. Ambos se encontraban relajados en silencio. Jackson se dirigió a la orilla y comenzó a galopar. Molly lo siguió. Cabalgaron uno al lado del otro, con el agua de las olas mojándoles los pies y las gotas saladas humedeciéndoles el rostro. Cuando por fin se detuvieron, Molly estaba sofocada, pero riéndose de pura felicidad.
– Ha sido maravilloso.
– No aprendiste a hacer eso con una vaca.
– Al final, conseguí un caballo -admitió.
– Entonces, ¿qué diablos estás haciendo en la ciudad?
– Trabajo en la ciudad.
– Tienes todo el aspecto de ser una mujer de campo.
– Vaya, gracias. Pensé que había ocultado mejor mis orígenes.
– Nosotros también tuvimos una granja -le dijo él-. Cuando yo era un niño. Mi madre tenía unas tierras al norte de Perth y yo pasaba todo el tiempo que podía allí. Y uno no pasa un montón de años en una granja sin aprender a diferenciar a una urbanita de una… -¡vaya! ¿Adónde los llevaría esa conversación? «Los negocios. Baird, céntrate en los negocios»-. De una mujer de campo -admitió. Y al ver la expresión pensativa de su rostro, se quedó dudando. ¿Estaría ella sintiendo lo mismo que él? ¿Qué pasaría si él…? «Los negocios!»- Desde los acantilados veremos toda la zona -dijo Jackson, y se echó a un lado-. Será un buen sitio para comer.
– Estoy segura -dijo ella-. Vamos, MacDuff, guía el camino.
Pero la tensión no disminuyó.
«Yo no reaccionaba de esta manera con las mujeres», pensó él mientras se terminaba uno de los sándwiches que Doreen les había preparado. Molly lo había abandonado en la manta de picnic. Se había alejado un poco para que él pudiera admirar el paisaje espectacular. Debería estar concentrándose en él en lugar de pensar tanto en ella.
Maldita sea, él nunca era así con las mujeres. No le hacía falta ser así. Siempre había tenido a una mujer a su lado, desde que tuvo su primera cita, a los quince años. La combinación de dinero, poder y atractivo, era algo a lo que pocas mujeres podían resistirse. Y después del último desastre…