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«Ten cuidado», se dijo, pero después pensó: «Quizá una pequeña aventura no me haga daño». Molly no era una adolescente. El brillo de sus ojos le indicaba que era consciente de sus cualidades y que lo admiraba. No era tonta. No se haría una idea equivocada como…

¡Guau!

– Hay un poco de vino aquí -dijo Jackson para dejar de pensar en ello. Ella estaba a unos metros de distancia, sentada en la rama de un árbol bajo. En la lejanía se veían los pastos y el agua del río deslizándose hasta el mar. El sol le daba en la cara y su mirada transmitía tranquilidad.

«Cómo podía describirla. Es como si estuviera hambrienta», pensó él. «Pero no de comida, sino de vida». Parecía querer absorber cada minuto de ese momento, y que durara toda una vida.

– No necesito vino -dijo ella-. No necesito nada -añadió sin cambiar la expresión de su rostro.

– ¿Por qué trabajas en la ciudad? -preguntó Jackson con curiosidad-. Es evidente que te encanta estar en el campo.

– La casa de Sam está en la ciudad.

– ¿Te mudaste allí cuando murieron sus padres?

– ¿Tú no lo habrías hecho?

La pregunta lo desconcertó. ¿Lo habría hecho? No estaba seguro. Como hijo privilegiado de una familia adinerada nunca había tenido que hacer el tipo de sacrificio que Molly estaba haciendo.

– Los niños se adaptan enseguida a los cambios -contestó-. Imagino que estabas viviendo en el campo cuando ocurrió el accidente. ¿No podía haberse ido Sam a vivir contigo?

– Lo intenté -dijo ella-. Fue un desastre -¿Debía contarle toda la historia de Michael? De ninguna manera. Había cometido el error de amar a un cretino y darse cuenta de ello había significado una tragedia. No podía vivir en el mismo pueblo que Michael-. Los padres de Sam vivían en un lujoso apartamento de la ciudad y él va a un colegio allí. Necesitaba que todo siguiera igual en su vida, así que me mudé.

– ¿Pero no es…

– ¿Te has fijado en la capacidad productiva de estos pastos? -preguntó ella cambiando de tema-. Es impresionante. Nunca había visto cifras similares en campos no dedicados a la industria lechera, y eso es sin añadir nutrientes a los pastizales… algo que no se ha hecho desde hace años. Si quisiera invertir en superfosfato…

– Invertiré en superfosfato.

– ¿Quieres decir que vas a comprar la tierra? -preguntó ella con los ojos entornados.

– Si compro, invertiré en superfosfato.

– Es una gran compra.

Silencio. Entre los arbustos, un martín pescador comenzó a emitir su escandalosa risa. Desde donde estaban sentados, se podía oír el ruido de las olas, y el susurro de la brisa entre los árboles. El lugar era mágico.

– Este sitio se vendería en menos de dos minutos si saliera al mercado.

– No hay muchos compradores con el dinero necesario para comprar este sitio.

– Yo conozco, al menos, cinco -dijo ella-. ¿Quieres que te los nombre? Si decides no comprar, contactaré con ellos en segundos. Ellos no saben que está a la venta, si no estarían llamando a nuestra puerta.

Él sonrió compungido.

– Sabes presionar muy bien.

– Es mi trabajo -dijo con una sonrisa.

– ¿Vender granjas?

Molly dejó de sonreír.

– Sí.

– Pero ahora vendes propiedades en la ciudad. ¿Eso te gusta?

– Por supuesto que sí.

– No lo creo. Eres una mujer que has nacido y crecido en el campo. Hasta yo me doy cuenta de ello.

– Bueno, ¿y tu?-preguntó ella tratando de cambiar el rumbo de la conversación-. Pasaste gran parte de tu infancia en una granja. ¿Por qué estás pensando en comprar este lugar? ¿Quieres regresar a tus raíces?

– Podría decirse que sí.

– Por lo que sé, pasas mucho tiempo en el extranjero.

– Hasta ahora.

– Así que estás pensando en asentarle aquí -la idea le resultaba atractiva. Ese hombre y ese lugar parecían hechos el uno para el otro. El se apoyó contra una roca y los rayos del sol acariciaron su rostro mientras contemplaba los pastos y el mar. Parecía tranquilo. Como un hombre que regresa a casa.

– Quizá -dijo él al fin.

– ¿Estás pensando en casarte?

Se puso muy serio.

– ¿Por qué lo preguntas?

– No lo sé -Molly se encogió de hombros. Después de todo, no era asunto suyo-. Imagino que cuando un hombre piensa en asentase…

– Y a la señora Gray le gustaría tener una familia aquí…

– Además -ella sonrió-. Espero que la complazca. Al fin y al cabo, es muy importante mantener a los empleados contentos.

– ¿Teniendo una familia? De ninguna manera. Ni siquiera por los Gray. Quizá, te pida prestado a Sam de vez en cuando.

– A él le gustaría.

– Entonces, a pesar de que vivís en la ciudad, ¿Sam no está contento?

Ya estaban otra vez hablando de la vida de Molly, y no deberían. El era un cliente, y ella sabía que no debía mezclar los negocios con el placer. Tenía que mantenerlos completamente separados.

Pero era tan tentador hablar de Sam. Ella se preocupaba mucho por él, y la mirada de los ojos grises de Jackson indicaba que él estaba realmente interesado.

– No -suspiró ella-. No es feliz. Supongo que no puedo esperar que lo sea… sus padres murieron hace apenas seis meses. Pero… -se calló y se mordió el labio inferior. A él no podía importarle de verdad.

Pero parecía que sí le interesaba.

– ¿Cómo se hizo las moraduras que tiene en la mejilla?

– Se enfrenta al mundo.

– ¿Puedes explicármelo mejor?

Aunque no fuera algo sensato, Molly sentía muchas ganas de contarle sus preocupaciones a Jackson.

– El es demasiado pequeño -dijo ella-. Es el más bajito de la clase, pero no se achanta por ello. Siempre se defiende, pase lo que pase. Si un chico más grande lo empuja, Sam le devuelve el empujón, sin pensar en las consecuencias… y siempre sale perdiendo. La escuela no es muy buena, pero no puedo permitirme cambiarlo a otro colegio.

– ¿Problemas económicos?

– Mi hermana y su marido no creían en los seguros. Y vivían a todo trapo. Dejaron muchas deudas.

– Ya veo. El niño es mucha responsabilidad.

– Eso es.

Ambos se quedaron en silencio otra vez. Pero era diferente No había tensión en el ambiente. Era como si ambos supieran lo que el otro estaba pensando.

«Parece un amigo», pensó Molly. Era como si le hubiera ofrecido la amistad en un lugar extraño, pero era amistad, al fin y al cabo. Había percibido preocupación.

en su tono de voz, y tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas. Aquel hombre tenía la capacidad de afectarla. ¿Y por qué? Porque era grande, atractivo, amable y… ¡Y millonario… o multimillonario Como tal, estaba fuera de su grupo. Incluso como amigo. Los hombres como Jackson no eran amigos. Si eran algo, eran problemas. Molly se levantó para recoger las cosas de picnic…

– Es hora de que nos vayamos. Todavía queda mucho por ver.

– Es cierto -pero Jackson no dejaba de mirarla, pensativo.

– Pues ayúdame -dijo ella-. No va a caber todo en mi alforja.

– ¿Pero no eres mi sirviente? -preguntó él en tono de broma, y Molly se sonrojó.

Capitulo 4

– No, señor Baird, no soy su sirviente -contestó ella, y siguió empaquetando.

Pero él no la ayudo, Permaneció mirándola, con una extraña expresión en su rostro pensativo.

«Menuda mujer!» El pensamiento había salido de la nada, y Jackson no tenía si idea de qué hacer con él. Montaron a caballo durante tres horas y a penas hablaron. No había necesidad de hacerlo.

Molly decidió que la finca se vendía por sí sola. Cada zona parecía mejor que la anterior. Era como un paraíso alejado del mundo. Cuanto más veía, los tres millones le parecían cada vez menos dinero.

Pero no era ella la que había puesto el precio. Hannah Copeland la había puesto a la venta por ese dinero y era Jackson quién tenía que decir sí o no. Si él decía que no, Molly llamaría a Hannah y le diría que aumentara el precio la próxima vez que se la enseñara a alguien.