– Si quieres que te diga la verdad -dijo Lenina-, lo cierto es que empiezo a aburrirme un poco a fuerza de no tener más que a Henry día tras día. -Se puso la media de la pierna izquierda-. ¿Conoces a Bernard Marx? -preguntó en un tono cuya excesiva indiferencia era evidentemente forzada.
Fanny pareció sobresaltada.
– No me digas que… -¿Por qué no? Bernard es un Alfa-Más.
Además, me pidió que fuera a una de las Reservas para Salvajes con él. Siempre he deseado ver una Reserva para Salvajes.
– Pero ¿y su mala fama? -¿Qué me importa su reputación? -Dicen que no le gusta el Golf de Obstáculos.
– Dicen, dicen… -se burló Lenina. -Además, se pasa casi todo el tiempo solo, solo.
En la voz de Fanny sonaba una nota de horror. -Bueno, en todo caso no estará tan solo cuando esté conmigo. No sé por qué todo el mundo lo trata tan mal. Yo lo encuentro muy agradable.
Sonrió para sí; ¡cuán absurdamente tímido se había mostrado Bernard! Asustado casi, como si ella fuese un Interventor Mundial y él un mecánico Gamma-Menos.
– Consideren sus propios gustos -dijo Mustafá Mond-. ¿Ha encontrado jamás alguno de ustedes un obstáculo insalvable?
La pregunta fue contestada con un silencio negativo.
– ¿Alguno de ustedes se ha visto jamás obligado a esperar largo tiempo entre la concierícia de un deseo y su satisfacción?
– Bueno… -empezó uno de los muchachos; y vaciló.
– Hable -dijo el D.I.C.-. No haga esperar a
Su Fordería.
– Una vez tuve que esperar casi cuatro semanas antes de que la muchacha que yo deseaba me permitiera ir con ella.
– ¿Y sintió usted una fuerte emoción?
– ¡Horrible!
– Horrible; exactamente -dijo el Interventor-. Nuestros antepasados eran tan estúpidos y cortos de miras que cuando aparecieron los primeros reformadores y ofrecieron librarles de estas horribles emociones, no quisieron ni escucharles.
– Hablan de ella como si fuese un trozo de carne. -Bernard rechinó los dientes-. La he probado, no la he probado. Como un cordero. La rebajan a la categoría de cordero, ni más ni menos. Ella dijo que lo pensaría y que me contestaría esta semana. ¡Oh, Ford, Ford, Ford!
Sentía deseos de acercarse a ellos y pegarles en la cara, duro, fuerte una y otra vez.
– De veras, te aconsejo que la pruebes -decía Henry Foster.
– ¡Es tan feo! -dijo Fanny.
– Pues a mí me gusta su aspecto. -¡Y tan bajo!
Fanny hizo una mueca; la poca estatura era típica de las castas bajas.
– Yo lo encuentro muy simpático -dijo Lenina-. Me hace sentir deseos de mimarlo.
¿Entiendes? Como a un gato.
Fanny estaba sorprendida y disgustada.
– Dicen que alguien cometió un error cuando todavía estaba envasado; creyó que era un Gamma y puso alcohol en su ración de sucedáneo de la sangre. Por esto es tan canijo.
– ¡Qué tontería!
Lenina estaba indignada.
– La enseñanza mediante el sueño estuvo prohibida en Inglaterra. Había allá algo que se llamaba Liberalismo. El Parlamento, suponiendo que ustedes sepan lo que era, aprobó una ley que la prohibía. Se conservan los archivos. Hubo discursos sobre la libertad, a propósito de ello. Libertad para ser consciente y desgraciado. Libertad para ser una clavija redonda en un agujero cuadrado.
– Pero, mi querido amigo, con mucho gusto, te lo aseguro. Con mucho gusto. -Henry Foster dio unas palmadas al hombro del Predestinador Ayudante-. Al fin y al cabo, todo el mundo pertenece a todo el mundo.
Cien repeticiones tres noches por semana, durante cuatro años -pensó Bernard Marx, que era especialista en hipnopedia-. Sesenta y dos mil cuatrocientas repeticiones crean una verdad. ¡Idiotas!
– O el sistema de Castas. Constantemente propuesto, constantemente rechazado. Existía entonces la llamada democracia. Como si los hombres fuesen iguales no sólo fisicoquímicamente.
– Bueno, lo único que puedo decir es que aceptaré su invitación.
Bernard los odiaba, los odiaba. Pero eran dos, y eran altos y fuertes.
– La Guerra de los Nueve Años empezó en el año 141 d. F.
– Aunque fuese verdad lo de que le pusieron alcohol en el sucedáneo de la sangre.
– Cosa que, simplemente, no puedo creer -concluyó Lenina.
– El estruendo de catorce mil aviones avanzando en formación abierta. Pero en la Kurfurstendamm y en el Huitiéme Arrondissement, la explosión de las bombas de ántrax apenas produce más ruido que el de una bolsa de papel al estallar,
– Porque quiero ver una Reserva de Salvajes.
– CH C H (NO)2 + Hg (CNO2) ¿a qué? Un enorme agujero en el suelo, un montón de ruinas, algunos trozos de carne y de mucus, un pie, con la bota puesta todavía, que vuela por los aires y aterriza, ¡plas!, entre los geranios, los geranios rojos… ¡Qué espléndida floración, aquel verano!
– No tienes remedio, Lenina; te dejo por lo que eres.
– La técnica rusa para infectar las aguas era particularmente ingeniosa.
De espaldas, Fanny y Lenina siguieron vistiéndose en silencio.
– La Guerra de los Nueve Años, el gran Colapso Económico. Había que elegir entre Dominio Mundial o destrucción. Entre estabilidad y…
– Fanny Crowne también es una chica estupenda -dijo el Predestinador Ayudante.
En las Guarderías, la lección de Conciencia de Clase Elemental había terminado, y ahora las voces se encargaban de crear futura demanda para la futura producción industrial. Me gusta volar -murmuraban-, me gusta volar, me gusta tener vestidos nuevos, me gusta…
– El liberalismo, desde luego, murió de ántrax.
Pero las cosas no pueden hacerse por la fuerza.
– No tan neumática como Lenina. Ni mucho menos.
– Pero los vestidos viejos son feísimos -seguía diciendo el incansable murmullo-. Nosotros siempre tiramos los vestidos viejos. Tirarlos es mejor que remendarlos, tirarlos es mejor que remendarlos, tirarlos es mejor…
– Gobernar es legislar, no pegar. Se gobierna con el cerebro y las nalgas, nunca con los puños. Por ejemplo, había la obligación de consumir, el consumo obligatorio…
– Bueno, ya estoy -dijo Lenina; pero Fanny seguía muda y dándole la espalda-. Hagamos las paces-, querida Fanny.
– Todos los hombres, las mujeres y los niños eran obligados a consumir un tanto al año. En beneficio de la industria. El único resultado…
– Tirarlos es mejor que remendarlos. A más remiendos, menos dinero; a más remiendos, menos dinero; a más remiendos…
– Cualquier día -dijo Fanny, con énfasis dolorido- vas a meterte en un lío.
– La oposición consciente en gran escala. Cualquier cosa con tal de no consumir. Retorno a la Naturaleza.
– Me gusta volar, me gusta volar.
– ¿Estoy bien? -preguntó Lenina.
Llevaba una chaqueta de tela de acetato verde botella, con puños y cuello de viscosa verde.
– Ochocientos partidarios de la Vida Sencilla fueron liquidados por las ametralladoras en Golders Green.
– Tirarlos es mejor que remendarlos, tirarlos es mejor que remendarlos.
– Luego se produjo la matanza del Museo Británico. Dos mil fanáticos de la cultura gaseados con sulfuro de dicloretil.
Un gorrito de jockey verde y blanco sombreaba los ojos de Lenina; sus zapatos eran de un brillante color verde, y muy lustrosos.
– Al fin -dijo Mustafá Mond-, los Interventores comprendieron que el uso de la fuerza era inútil. Los métodos más lentos, pero infinitamente más seguros, de la Ectogenesia, el condicionamiento neo-Pavloviano y la hipnopedia…
Y alrededor de la cintura, Lenina llevaba una cartuchera de sucedáneos de cuero verde, montada en plata,
completamente llena (puesto que Lenina no era hermafrodita) de productos anticoncepcionales reglamentarios.
– Al fin se emplearon los descubrimientos de Pfitzner y Kawaguchi. Una propaganda intensiva contra la reproducción vivípara…