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– ¡Perfecta…! -gritó Fanny, entusiasmada. Nunca podía resistirse mucho rato al hechizo de Lenina-. ¡Qué cinturón Maltusiano tan mono!

– Coordinaba con una campaña contra el Pasado; con el cierre de los museos, la voladura de los monumentos históricos (afortunadamente la mayoría de ellos ya habían sido destruidos durante la Guerra de los Nueve años); con la supresión de todos los libros publicados antes del año 150 d. F…

– No cesaré hasta conseguir uno igual -dijo Fanny.

– Había una cosa que llamaban pirámides, por ejemplo.

– Mi vieja bandolera de charol…

– Y un tipo llamado Shakespeare. Claro que ustedes no han oído hablar jamás de estas cosas.

– Es una auténtica desgracia, mi bandolera.

– Éstas son las ventajas de una educación realmente científica.

– A más remiendos, menos dinero; a más remiendos, menos…

– La introducción del primer modelo T de Nuestro Ford…

– Hace ya cerca de tres meses que lo llevo…

– …fue elegida como fecha de iniciación de la nueva Era.

– Tirarlos es mejor que remendarlos; tirarlos es mejor…

– Había una cosa, como dije antes, llamada Cristianismo.

– Tirarlos es mejor que remendarlos.

– La moral y la filosofía del subconsumo…

– Me gustan los vestidos nuevos, me gustan los vestidos nuevos, me gustan…

– Tan esenciales cuando había subproducción; pero en una época de máquinas y de la fijación del nitrógeno, eran un auténtico crimen contra la sociedad.

– Me lo regaló Henry Foster.

– Se cortó el remate a todas las cruces y quedaron convertidas en T. Había también una cosa llamada Díos.

– Es verdadera imitación de tafilete.

– Ahora tenemos el Estado Mundial. Y las fiestas del Día de Ford, y los Cantos de la Comunidad, y los Servicios de Solidaridad.

¡Ford, cómo los odio!, pensaba Bernard Marx.

– Había otra cosa llamada Cielo; sin embargo, solían beber enormes cantidades

de alcohol.

Como carne; exactamente lo mismo que si fuera carne.

– Habla una cosa llamada alma y otra llamada inmortalidad.

– Pregúntale a Henry dónde lo consiguió.

– Pero solían tomar morfina y cocaína.

Y lo peor del caso es que,ella es la primera en considerarse como simple carnle.

– En el año 178 d.F., se subvencionó a dos mil farmacólogos y bioquímicos…

– Parece malhumorado -dijo el Predestinador Ayudante, señalando a Bernard

Marx.

– Seis años después se producía ya comercialmente la droga perfecta.

– Vamos a tirarle de la lengua.

– Eufórica, narcótica, agradablemente alucinante.

– Estás melancólico, Marx. -La palmada en la espalda lo sobresaltó. Levantó los ojos. Era aquel bruto de Henry Foster-. Necesitas un gramo de soma.

– Todas las ventajas del cristianismo y del alcohol; y ninguno de sus inconvenientes.

¡Ford, me gustaría matarle! Pero no hizo más que decir: No, gracias, al tiempo que rechazaba el tubo de tabletas que le ofrecía.

– Uno puede tomarse unas vacaciones de la realidad siempre que se le antoje, y volver de las mismas sin siquiera un dolor de cabeza o una mitología.

– Tómalo -insistió Henry Foster-, tómalo.

– La estabilidad quedó prácticamente asegurada.

– Un solo centímetro cúbico cura diez sentimientos melancólicos -dijo el Presidente Ayudante, citando una frase de sabiduría hipnopédica.

– Sólo faltaba conquistar la vejez. -¡Al cuerno! -gritó Bernard Marx. -¡Qué picajoso!

– Hormonas gonadales, transfusión de sangre joven, sales de magnesio…

– Y recuerda que un gramo es mejor que un taco.

Y los dos salieron, riendo.

– Todos los estigmas fisiológicos de la vejez han sido abolidos. Y con ellos, naturalmente…

– No se te olvide preguntarle lo del cinturón Maltusiano -dijo Fanny.

– … Y con ellos, naturalmente, todas las peculiaridades mentales del anciano. Los caracteres permanecen constantes a través de toda la vida.

– …dos vueltas de Golf de Obstáculos que terminar antes de que oscurezca. Tengo que darme prisa.

– Trabajo, juegos… A los sesenta años nuestras fuerzas son exactamente las mismas que a los diecisiete. En la Antigüedad, los viejos solían renunciar, retirarse, entregarse a la religión, pasarse el tiempo leyendo, pensando… ¡Pensando!

¡Idiotas, cerdos!, se decía Bernard Marx, mientras avanzaba por el pasillo en dirección al ascensor.

– En la actualidad el progreso es tal que los ancianos trabajan, los ancianos cooperan, los ancianos no tienen tiempo ni ocios que no puedan llenar con el placer, ni un solo momento para sentarse y pensar; y si por desgracia se abriera alguna rendija de tiempo en la sólida sustancia de sus distracciones, siempre queda el soma, el delicioso soma, medio gramo para una tarde de asueto, un gramo para un fin de semana, dos gramos para un viaje al bello Oriente, tres para una oscura eternidad en la luna; y vuelven cuando se sienten ya al otro lado de la grieta, a salvo en la tierra firme del trabajo y la distracción cotidianos, pasando de sensorama a sensorama, de muchacha a muchacha neumática, de Campo de Golf Electromagnético a…

– ¡Fuera, chiquilla! -gritó el D.I.C., enojado-. ¡Fuera, peque! ¿No veis que el Interventor está atareado? ¡Id a hacer vuestros juegos eróticos a otra parte!

– ¡Pobres chiquillos! -dijo el Interventor.

Lenta, majestuosamente, con un débil zumbido de maquinaria, los trenes seguían avanzando, a razón de trescientos treinta y tres milímetros por hora. En la rojiza oscuridad centelleaban innumerables rubíes.

CAPITULO IV

1

El ascensor estaba lleno de hombres procedentes de los Vestuarios Alfa, y la entrada de Lenina provocó muchas sonrisas y cabezadas amistosas. Lenina era una chica muy popular, y, en una u otra ocasión, había pasado alguna noche con casi todos ellos.

Buenos muchachos -pensaba Lenina Crowne, al tiempo que correspondía a sus saludos-. ¡Encantadores! Sin embargo, hubiese preferido que George Edzel no tuviera las orejas tan grandes. Quizá le habían administrado una gota de más de paratiroides en el metro 328. Y mirando a Benito Hoover no podía menos de recordar que era demasiado peludo cuando se quitó la ropa.

Al volverse, con los ojos un tanto entristecidos por el recuerdo de la rizada negrura de Benito, vio en un rincón el cuerpecillo canijo y el rostro melancólico de Bernard Marx.

– ¡Bernard! -exclamó, acercándose a él-. Te buscaba.

Su voz sonó muy clara por encima del zumbido del ascensor. Los demás se volvieron con curiosidad.

– Quería hablarte de nuestro plan de Nuevo Méjico.

Por el rabillo del ojo vio que Benito Hoover se quedaba boquiabierto de asombro.

¡No me sorprendería que esperara que le pidiera por ir con él otra vez!, se dijo Lenina. Luego, en vez alta, y con más valor todavía, prosiguió:

– Me encantaría ir contigo toda una semana, en julio. -En todo caso, estaba demostrando públicamente su infidelidad para con Henry. Fanny debería aprobárselo, aunque se tratara de Bernard-. Es decir, si todavía sigues deseándome -acabó Lenina, dirigiéndole la más deliciosamente significativa de sus sonrisas.

Bernard se sonrojó intensamente. ¿Por qué?, se preguntó Lenina, asombrada pero al mismo tiempo conmovida por aquel tributo a su poder.

– ¿No sería mejor hablar de ello en cualquier otro sitio? -tartajeo Bernard, mostrándose terriblemente turbado.

Como si le hubiese dicho alguna inconveniencia -pensó Lenina-. No se mostraría más confundido si le hubiese dirigido una broma sucia, si le hubiese preguntado quién es su madre, o algo por el estilo.

– Me refiero a que…, con toda esta gente por aquí…

La carcajada de Lenina fue franca y totalmente ingenua.