Murat le desató el sujetador, que tenía el broche delante, y Daphne observó la expresión de su rostro al ver sus pechos al descubierto, expuestos al sol y al aire.
Murat la miraba hambriento y la acariciaba tan lentamente que Daphne pensó que aquélla era la más increíble de las torturas.
Cuando las yemas de sus dedos acariciaron las puntas de sus pezones, sintió una descarga eléctrica entre las piernas y no pudo evitar gemir de placer.
Como respuesta, oyó que a Murat se le aceleraba la respiración y sintió su boca seguir la estela de sus dedos.
La combinación de calor húmedo y caricias hizo que Daphne estuviera a punto de caer de rodillas. Ya no podía más, el deseo era tan intenso que se sacó la camisa de los vaqueros y tiró el sujetador al suelo, agarró la cabeza de Murat entre sus manos y disfrutó de sus lametazos.
– Más -jadeó.
Sintió que la tensión se apoderaba de su cuerpo y supo que estaba muy cerca del orgasmo pues la espiral de pasión estaba empezando a descontrolarse.
Murat se quitó la camisa.
– Dime que me deseas -le ordenó.
– ¿Lo dudas?
– Quiero oírtelo decir.
Daphne lo miró a los ojos y supo que no había marcha atrás. Quería hacer el amor con aquel hombre, quería saber lo que era y recordarlo cuando se fuera.
– Te deseo.
Murat tardó un par de segundos en reaccionar. Cuando, por fin, lo hizo, tomó a Daphne entre sus brazos y la tumbó en el suelo sobre su camisa.
– Seamos prácticos, las botas de montar no son en absoluto románticas -comentó sentándose a su lado para deshacerse primero de las suyas y, luego, de las de Daphne.
– Haz el amor conmigo, Murat -lo animó Daphne abriendo los brazos para recibirlo.
Murat se perdió entre ellos besándola con pasión. Inmediatamente, sus maravillosos dedos buscaron sus pechos de nuevo y volvieron a excitarla y a colocarla cerca del orgasmo.
Al cabo de un rato, buscó el botón de los vaqueros de Daphne, lo desabrochó y le bajó la cremallera del pantalón.
Daphne lo ayudó a deshacerse de los vaqueros y de las braguitas, quedando completamente desnuda ante él, momento que aprovechó para abrir las piernas, invitándolo a que le diera placer.
Murat no la decepcionó. Mientras bajaba la cabeza para besarle los pechos, deslizó una mano entre sus piernas y encontró su humedad y su centro de placer, que activó rápidamente haciendo que Daphne gritara de placer, sobre todo cuando Murat se colocó en una postura que le permitía masajearle el palpitante centro con el dedo pulgar y meter otros dos dedos en su cuerpo.
«Esto es demasiado», pensó Daphne sintiéndose elevada por la energía sexual.
Al cabo de unos minutos, sintió que todos los músculos de su cuerpo se tensaban, que de su cuerpo manaba una cascada y supo que estaba al borde del orgasmo.
Intentó aguantar, respirar para no dejarse ir tan pronto, pero era demasiado, demasiado placer, así que se aferró a Murat y disfrutó del momento.
Acto seguido, se dejó caer, sintiendo las oleadas de placer cada vez más suaves, moviendo las caderas al ritmo de los dedos de Murat.
Cuando el orgasmo tocó a su fin, Daphne se puso un brazo sobre la cara y se preguntó qué pasaría a continuación. Mentalmente, se preparó para algún comentario jocoso por parte de Murat, pero, al ver que no decía nada, abrió los ojos y lo miró.
Murat no parecía excesivamente contento. Más bien… humilde.
«Imposible», pensó Daphne.
– Gracias -murmuró Murat besándola.
– ¿Cómo? -se asombró Daphne.
– Gracias por permitirme complacerte. Sé que podrías haber aguantado y no haberme permitido llevarte al paraíso, pero no lo has hecho.
Aquel hombre estaba loco. Daphne sabía que no hubiera podido resistirse al orgasmo aunque hubiera querido, pero eso Murat no tenía por qué saberlo.
– Me ha gustado mucho -comentó sinceramente.
– A lo mejor te gusta también otra cosa -le propuso Murat.
Daphne se imaginó la erección de Murat dentro de su cuerpo y asintió.
– Sí, creo que eso también me va a gustar mucho – sonrió.
Y no hizo falta que se lo pidiera dos veces. Murat se desnudó por completo rápidamente, se arrodilló entre sus piernas, guió su erección entre los muslos de Daphne y se introdujo en su cuerpo.
Al sentirlo dentro, Daphne pensó que era una sensación perfecta. Al instante, se dio cuenta de que sus terminaciones nerviosas mandaban mensajes de placer de nuevo y supo que, a pesar de que ya había tenido un orgasmo, el segundo iba a ser mucho mejor.
Murat se movía con lentitud, decidido a que aquellos momentos durarán lo máximo posible.
Cuando Daphne lo abrazó de la cintura con las piernas y lo besó con pasión, estuvo a punto de irse, pero consiguió controlarse.
Al cabo de un rato, sintió que Daphne se entregaba a su segundo orgasmo y siguió moviéndose dentro de ella, controlando su respiración.
Tras haberse asegurado de que Daphne disfrutaba, entonces y sólo entonces, se permitió disfrutar él también.
Daphne sabía que lo mejor era comportarse de manera casual, pero no estaba segura de poder hacerlo teniendo en cuenta lo que acababa de suceder.
Se sentía como si Murat hubiera acariciado todas y cada una de las células de su cuerpo y las hubiera hecho estallar de placer.
Aun así, cuando Murat se tumbó de espaldas y la abrazó para que descansara su cabeza sobre su hombro, Daphne decidió no ponerse demasiado mimosa.
– Eres increíble -comentó Murat acariciándole la espalda desnuda.
– Gracias. Yo podría decir lo mismo de ti.
– Deberías decirlo.
Aquello hizo reír a Daphne.
– Qué típico del príncipe heredero decirte los cumplidos que espera oír de tus labios.
– Estás hecha para el placer.
– No sé si es para tanto, pero lo cierto es que me gusta entregarme al placer de vez en cuando -contestó Daphne.
Sobre todo con un hombre tan experimentado y que conocía la anatomía femenina tan bien. ¿Acaso los príncipes herederos recibían clases de sexo para no quedar mal?
– No eres virgen.
– ¿Perdón?
– No eres virgen -repitió Murat.
– Murat, tengo treinta años -rió Daphne -. ¿Qué te creías?
– Que no entregarías tu virginidad con tanta facilidad.
– ¿Me estás juzgando? -se indignó Daphne.
– Aunque hace diez años estuvimos prometidos, ni siquiera te toqué. Te fuiste de aquí tan inocente como llegaste.
– ¿Y?
– Dime el nombre del hombre que te ha desflorado para que lo pueda torturar y decapitar.
Daphne se rió, pero se dio cuenta de que Murat no estaba de broma. Definitivamente, estaba rabioso.
– Hablas en serio -se sorprendió sentándose.
– Por supuesto.
– Esto es una locura. No puedes ir por ahí matando a todos los hombres con los que me he acostado.
Murat frunció el ceño.
– ¿Con cuántos te has acostado?
– ¿Con cuántas mujeres te has acostado tú en estos años?
– Eso no es asunto tuyo.
– Lo mismo te digo.
– Tu situación es completamente diferente. Tú eres una mujer y los hombres pueden aprovecharse de ti. Dame sus nombres.
– Vives en la Prehistoria, Murat -contestó Daphne poniéndose en pie y buscando sus braguitas y su sujetador-. Me estás volviendo loca -añadió vistiéndose-. Soy una mujer moderna que lleva una vida muy tranquila. Para que lo sepas, he estado con unos cuantos hombres, con los que me ha apetecido, te lo aseguro, pero siempre he elegido con cuidado. Te aseguro que ninguno de los hombres con los que me he acostado se ha aprovechado de mí -añadió-. ¡No sé por qué te estoy dando explicaciones!
– Porque te sientes culpable por lo sucedido.
– Hasta hace unos minutos, no era así, pero ahora un poco.
– No me refería a lo que ha sucedido entre nosotros sino a haberte acostado con esos otros hombres…