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Brittany suspiró.

– Ella quiere salirse con la suya.

– Daphne, vamos a hablar con sinceridad. Si me dices que estás completamente convencida de hacer lo que vas a hacer, no diré nada, pero, si tienes la más mínima duda, te aconsejo que te tomes un tiempo para pensártelo bien.

Brittany tragó saliva.

– La verdad es que no estoy segura de querer casarme con él -admitió con voz trémula-. Me encantaría que las cosas con el príncipe fueran bien, pero ¿y qué ocurrirá si no es así? -añadió con lágrimas en los ojos-. Yo quiero hacer lo que mis padres quieren que haga, pero tengo miedo -reconoció-. El piloto ha dicho hace un rato que íbamos a aterrizar en media ahora y ya debemos de estar a punto de hacerlo. No puedo presentarme ante el príncipe y decirle que no estoy segura de lo que voy a hacer.

Daphne se juró a sí misma que, cuando volviera a Estados Unidos, iba a tener una conversación muy seria con su hermana Laurel. ¿Cómo demonios se le ocurría meter a su hija en una situación como aquélla?

La indignación se mezcló con alivio cuando abrió los brazos y su sobrina la abrazó con fuerza.

– ¿Es demasiado tarde? -le preguntó la adolescente.

– Por supuesto que no -le aseguró Daphne abrazándola-. Me tenías preocupada, ¿sabes? Por un momento he creído que ibas a seguir adelante con esta locura.

– Había cosas que me llamaban la atención, que me parecían muy divertidas, como, por ejemplo, tener mucho dinero y coronas y esas cosas, pero lo cierto era que no me hacía ninguna gracia casarme con un hombre tan mayor.

– No me extraña.

¿En qué demonios estaría pensando Murat para querer casarse con una adolescente?

– Ya me encargo yo de todo -le prometió a su sobrina-. Cuando aterricemos, tú ni te vas a bajar del avión, ¿me oyes? Vas a volver a casa inmediatamente. Yo me voy a quedar para hablar con el príncipe.

– ¿De verdad? ¿Ni siquiera voy a tener que conocerlo?

– No. Vas a volver a Estados Unidos como si esto jamás hubiera sucedido.

– ¿Y qué le digo a mi madre?

– De ella también me encargo yo.

Una hora después, Daphne estaba sentada en la parte trasera de una limusina rumbo al Palacio Rosa de Bahania.

Debido a las muchas horas de avión, esperaba encontrar la ciudad sumida en la oscuridad, pero no fue así porque, con la diferencia horaria, allí era por la tarde.

Daphne se sentó junto a la ventana y vio pasar los preciosos edificios antiguos que se mezclaban con los modernos del barrio financiero y el increíble azul del Mar Arábigo, situado al sur de la ciudad.

Cuando hacía diez años había estado allí por primera vez, se había enamorado por completo del país.

«No debo pensar en aquello», se dijo.

No tenía tiempo para recordar el pasado. Tenía que concentrarse en lo que le iba a decir a Murat.

A medida que los segundos iban pasando, Daphne se dio cuenta de que le importaba muy poco encontrar las palabras exactas. En cuanto Brittany llegara a Estados Unidos, estaría a salvo de las garras de Murat.

Aun así, no pudo evitar ponerse un poco nerviosa cuando la limusina negra cruzó las verjas de hierro del palacio.

Cuando el vehículo se paró frente a la puerta principal, Daphne tomó aire para calmarse. Al cabo de unos segundos, uno de los guardias le abrió la puerta y Daphne salió de la limusina y miró a su alrededor.

Los jardines estaban tan bellos como los recordaba. A la izquierda estaba la verja que conducía al jardín de estilo inglés que siempre le había gustado y a la derecha salía el camino que llevaba a la playa.

Ante ella tenía la guarida del león.

Daphne se dijo que no había motivos para temer nada, que no había hecho nada malo. El que había querido casarse con una adolescente a la que casi le doblaba la edad era Murat, así que, si había alguien que tuviera que sentirse mal, sin duda, era él.

Aun así, estaba nerviosa pues diez años atrás había llegado a aquel palacio siendo la prometida de Murat para, tres semanas antes de la boda, huir sin darle una explicación.

Capítulo 2

¿Señorita Snowden? Daphne se giró hacia un hombre joven muy bien vestido que caminaba hacia ella.

– Sí.

– El príncipe la está esperando. Por favor, sígame.

Daphne así lo hizo. Mientras avanzaba por un amplio pasillo lleno de cuadros y antigüedades, se preguntó si aquel hombre sabría que ella no era Brittany.

– Murat se va a llevar una buena sorpresa – murmuró.

Volver a aquel palacio la hacía sentirse de maravilla. Le habría encantado poder pararse a apreciar unos instantes la vista que había desde los ventanales o a disfrutar de un maravilloso cuadro, pero no lo hizo porque lo más importante era ver a Murat cuanto antes.

Al doblar una esquina, Daphne vio a un gato tumbado al sol y sonrió al recordar la cantidad de aquellos animales que tenía el rey.

– Espere aquí, por favor, señorita Snowden – le indicó su guía parando ante una puerta abierta-. El príncipe no tardará en venir.

Daphne asintió y entró en una pequeña sala de estar decorada al estilo occidental.

Al ver una mesa con refrescos y agua, Daphne se acercó y se sirvió un vaso. Mientras se lo bebía, pensó que era muy de Murat hacer ir hasta allí a su futura mujer para hacerla esperar en una estancia vacía.

De haber sido Brittany la que estuviera allí, lo habría pasado muy mal. Menos mal que ella había adquirido mucha experiencia en los últimos diez años.

Murat esperaba encontrar a una jovencita maleable que accediera a todos sus deseos por temor a no complacerlo, pero se iba a encontrar con alguien muy diferente.

Al oír pasos en el pasillo, Daphne dejó el vaso de agua y echó los hombros hacia atrás. Unos segundos después, el príncipe heredero entró en el salón.

Mientras se fijaba en su maravilloso cuerpo y en su elegante traje, Daphne se percató de que seguía andando con un estilo especial. Además, seguía siendo un oponente formidable, tal y como demostraba que no se hubiera sorprendido en absoluto al verla.

– Daphne -sonrió levemente al saludarla-. Por fin has vuelto.

– Ya sé que no me esperabas, pero Brittany no ha podido venir -contestó Daphne.

– ¿Está enferma?

– No, más bien, ha recuperado la cordura. Ahora mismo está volviendo a Estados Unidos. No va a haber boda -declaró con brusquedad-. Lo siento -mintió.

– Sí, seguro que lo sientes mucho -contestó Murat acercándose al teléfono y marcando un número-. Con el aeropuerto. Quiero hablar con la torre de control -dijo muy serio-. ¿Mi avión?

Daphne se quedó observándolo y le pareció que Murat apretaba levemente las mandíbulas, pero no se habría atrevido a asegurarlo. Daphne se dijo que, obviamente, tenía que estar sintiendo algo.

Tal vez, no.

Diez años atrás había dejado que ella se fuera, así que ¿por qué le iba a importar ahora que Brittany se hubiera ido también?

– Supongo que tú habrás tenido algo que ver con su decisión -comentó colgando el teléfono y girándose hacia ella.

– Por supuesto -contestó Daphne-. Era una locura que se casara contigo. ¿En qué estabas pensando para querer casarte con una chica que acaba de cumplir dieciocho años? Es una niña. Si tan desesperado estás por casarte, por lo menos, elige a alguien de tu edad.

Por primera vez desde que había entrado en el salón, en el rostro de Murat se reflejó una emoción, una emoción de furia.

– Me insultas al tratarme con tanta familiaridad y al dar por hecho cosas que no son.

Daphne se dio cuenta de que lo había llamado por su nombre de pila.

– Te pido perdón por no haber utilizado el título apropiado.