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– Lo he hecho adrede -contestó Daphne -. Quería ver cómo se servía la cena.

– Qué divertido…

– No es divertido cuando se entra por la puerta normal, pero cuando puede que haya un pasadizo secreto…

– Ah, ¿lo dices porque te quieres escapar? -dijo Murat enarcando una ceja-. No te va a resultar fácil. Te recuerdo que por aquí nos gusta mantener cautivas a las mujeres guapas.

– ¿Me estás diciendo que vas a hacer todo lo posible para que no encuentre los pasadizos secretos?

– No, lo que te estoy diciendo es que la puerta principal no se puede abrir desde dentro del harén, sólo desde fuera -contestó Murat acercándose al carrito de las bebidas.

Una vez allí, agarró una botella de champán y miró a Daphne, que asintió.

– No me sorprende que la puerta no se pueda abrir desde dentro. ¿De verdad no hay ninguna otra manera de salir de aquí? -comentó.

– ¿Por qué ibas a querer irte? -preguntó Murat abriendo la botella y sirviendo dos copas.

– Porque no me gusta ser prisionera de nadie -contestó Daphne aceptando una.

– Pero si estás en el paraíso.

– ¿Quieres que te cambie el sitio?

Murat la miró divertido.

– Veo que no has cambiado. Cuando te conocí decías todo lo que se te pasaba por la cabeza y sigues haciéndolo.

– ¿Me estás diciendo que no he aprendido a estar en mi lugar?

– Exactamente.

– Me gusta pensar que estoy en mi lugar siempre que quiero.

– Qué típico de las mujeres -contestó Murat alzando su copa-. Quiero brindar por nuestro pasado en común y por lo que el futuro pueda depararnos.

Daphne pensó en Brittany, que debía de estar aterrizando ya en Nueva York.

– ¿Qué te parece si brindamos por nuestras vidas separadas?

– No tan separadas. Te recuerdo que en breve seremos familia.

– De eso, nada. Te recuerdo que no te vas a casar…

– Por la belleza de las mujeres Snowden -la interrumpió Murat-. Venga, Daphne, brinda conmigo. Ya hablaremos otro día de esas cuestiones menos agradables.

– Muy bien -accedió Daphne pensando que, cuanto más tiempo ocuparan hablando de cosas banales, más tiempo tendría Brittany de llegar sana y salva a su casa-. Por Bahania.

– Por fin, algo en lo que estamos de acuerdo -contestó Murat brindando con ella.

A continuación, le indicó que se sentara y, cuando Daphne se hubo puesto cómoda en un sofá, él se sentó en una butaca próxima.

– ¿Estás cómoda aquí?

– Dejando de lado que me mantienes secuestrada en contra de mi voluntad, sí, estoy muy cómoda -suspiró Daphne dejando su copa sobre la mesa-. Lo cierto es que el harén es precioso.

– ¿Tuviste ocasión de ver la ciudad de camino al palacio?

– No mucho porque tenía prisa por llegar, pero me fijé en que había crecido.

– Sí, sobre todo el distrito financiero -comentó Murat con orgullo.

– Creo que ha habido otros cambios -comentó Daphne-. Todos tus hermanos se han casado, ¿no?

– Sí, todos con mujeres estadounidenses. Lo mejor para mejorar el linaje de una familia es incorporar sangre nueva.

– Supongo que eso hará que las mujeres que se han casado con tus hermanos se sientan muy especiales.

– ¿Por qué no iban a sentirse especiales ayudando a mejorar los genes de una familia tan noble?

– Por si no te has dado cuenta, a muy pocas mujeres en el mundo les apetece convertirse en conejas.

Murat sacudió la cabeza.

– ¿Por qué siempre les das la vuelta a las cosas para hacerme parecer una mala persona? Todas mis cuñadas son mujeres maravillosas y están encantadas con la decisión que han tomado. Cleo y Emma han tenido hijos este último año y Billie está embarazada de nuevo. Sus maridos las miman y las tratan con devoción, lo que las hace completamente felices.

Al oír aquello, Daphne sintió cierta envidia. Ella siempre había querido encontrar a un hombre que la amara con todo su corazón, pero no había tenido suerte.

– Así que tú eres el único que queda soltero.

– Sí, algo que me recuerdan todos los días -contestó Murat haciendo una mueca de disgusto.

– ¿Te están presionando para que te cases y tengas un heredero?

– No te puedes ni imaginar.

– Creo que ha llegado el momento de que hablemos de Brittany y de por qué vuestra unión jamás funcionaría.

– Eres una mujer difícil y testaruda.

– Si tú lo dices.

– Hablaremos de tu sobrina cuando yo así lo decida.

– No tienes elección.

– Por supuesto que la tengo. Además, a ti no te apetece hablar de Brittany ahora mismo. Tú lo que quieres es hablarme de ti, contarme lo que has estado haciendo durante estos últimos años. Tú lo que quieres es impresionarme.

– Te equivocas.

Murat enarcó una ceja y esperó. Daphne se revolvió incómoda en el sofá. Sí, era cierto que se moría por impresionarlo con todo lo que había hecho, pero no le gustaba que Murat se hubiera dado cuenta de sus intenciones.

– Venga, Daphne -la animó Murat acercándose a ella-. Cuéntamelo todo. ¿Terminaste la universidad? ¿Y en qué trabajas? -añadió tomándole la mano izquierda entre las suyas-. Veo que no le has entregado tu corazón a nadie.

A Daphne no le gustó aquello, y todavía menos le gustaban los escalofríos que recorrían su espalda cuando Murat la tocaba.

– No estoy casada, pero no voy a hablar contigo de mi corazón porque no es asunto tuyo.

– Muy bien. Entonces, háblame de la universidad.

Daphne dio un trago al champán y se le pasó por la cabeza la idea de beberse la copa de un trago, pero se contuvo a tiempo.

– Terminé mis estudios sin ningún problema y soy veterinaria.

– Me alegro por ti -comentó Murat sinceramente-. ¿Y te gusta tu trabajo?

– Mucho. Hasta hace poco, he estado trabajando en una clínica muy grande en Chicago. Durante los tres primeros años que trabajé para ellos, pasé los veranos en Indiana, trabajando en una explotación ganadera.

Pocas veces había conseguido Daphne sorprender a Murat y estaba disfrutando de lo lindo.

– ¿Y qué hacías? ¿Traer terneros al mundo?

– Efectivamente.

– Qué poco decoroso… -se horrorizó el príncipe.

Aquello hizo reír a Daphne.

– Era mi trabajo y me encantaba, pero últimamente he pasado a trabajar con animales más pequeños. Perros, gatos, pájaros, animales domésticos, mascotas. Por cierto, si tu padre necesita ayuda con sus gatos, dile que le echo una mano encantada.

– Se lo diré -contestó Murat-. Chicago es muy diferente a Bahania.

– Desde luego. Para empezar, no te puedes ni imaginar el frío que hace allí en invierno.

– Aquí no sufrimos esas cosas.

Y era cierto. En aquel paraíso el clima era maravilloso.

– Veo que no estás muy unida a tu familia – comentó Murat de repente.

Daphne estuvo a punto de atragantarse con el champán. No hacía falta ser muy inteligente para darse cuenta de que no era una Snowden «de verdad», pero la había sorprendido mucho que Murat hiciera un comentario así.

– ¿Te refieres a que vivimos a mucha distancia?

Murat asintió.

– Ellos viven en la Costa Este, ¿no?

– Sí, yo me fui a vivir a Chicago porque es más fácil aguantar las críticas poniendo cierta distancia.

– ¿Acaso a tus padres no les hace gracia que seas veterinaria?

– Lo cierto es que no. Ellos preferirían que me hubiera casado con un senador, pero a mí no me interesaba lo más mínimo.

Daphne lo había dicho con naturalidad, como si lo que su familia esperara de ella no le importara lo más mínimo, pero Murat detectó dolor en sus ojos. Dolor por no cumplir con sus expectativas, dolor porque su familia no la aceptara tal y como era.

Daphne siempre había sido una mujer testaruda, voluntariosa y orgullosa y, por lo que se veía, nada de eso había cambiado. Su físico sí lo había hecho. Ahora tenía el rostro más delgado y los rasgos más definidos. Mientras que con veinte años había sido una belleza en ciernes, ahora era una belleza en todo su esplendor. Además, era una mujer muy segura de sí misma, algo que agradaba mucho a Murat.