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El repentino cambio de conversación tomó a Daphne por sorpresa. ¿Acaso no iban a hablar del beso? ¿Tal vez no iba a haber más?

Por lo visto, no.

– Lo que te dije de que me iba a casar con una mujer de la familia Snowden lo dije muy en serio.

– Pues vas a tener que cambiar de planes porque Brittany no se va a casar contigo.

– ¿Estás segura de eso? -preguntó Murat mirándola con intensidad.

– Completamente -contestó Daphne muy segura de sí misma.

– Como quieras -dijo girándose y yéndose.

Daphne no pudo conciliar el sueño hasta pasadas las dos de la madrugada, pues no podía relajarse.

Aunque se repetía una y otra vez que debería estar contenta porque, por fin, Murat parecía haber entrado en razón en lo que a Brittany se refería, no se fiaba de él.

¿Había dejado que se saliera con la suya así de fácil? Aquello no era propio de Murat.

Cuando se levantó a la mañana siguiente, se dio cuenta de que estaba bastante cansada. Cuando olió café recién hecho, se puso la bata y se apresuró a ir al salón, donde, efectivamente, encontró preparado su desayuno.

Dejando para más adelante la fruta y el pan, se sirvió una buena taza de café y se dispuso a leer la prensa.

Bajo el Usa Today estaba el periódico nacional de Bahania. Al retirar el de su país, gritó horrorizada, pues en la portada del local aparecía una fotografía suya y debajo un titular en el que se anunciaba su compromiso de boda con Murat.

Capítulo 4

Lo voy a matar! -gritó Daphne dejando la taza de café sobre la mesa-. ¿Cómo se atreve? ¿Pero quién se cree que es?

No se lo podía creer. La noche anterior Murat se había mostrado agradable, divertido y sensual, pero en realidad la había estado engañando.

Daphne se puso en pie furiosa. La había besado. La había tomado entre sus brazos y la había besado y ella se había derretido pensando en el pasado mientras Murat tenía muy claro lo que iba a hacer.

– Canalla.

Al fijarse detenidamente en el artículo de prensa, comprobó que estaba escrito en perfecto inglés y que daba todo lujo de detalles sobre su anterior compromiso con Murat.

– Estupendo, ahora voy a tener que revivir todo aquello -murmuró tirando el periódico-. ¿Me estás escuchando, Murat? -gritó-. De ser así, quiero que sepas que has ido demasiado lejos. No me puedes hacer esto. No te lo voy a permitir.

Nadie contestó.

En aquel momento, sonó su teléfono y Daphne contestó convencida de que era Murat.

– ¿Sí?

– ¿Cómo has podido hacerme esto? -dijo una voz conocida al otro lado.

– ¿Laurel?

– Sí, soy yo -contestó su hermana-. Daphne, siempre tienes que fastidiarlo todo. Lo has hecho adrede, ¿verdad? Lo querías para ti.

Daphne tardó unos segundos en darse cuenta de que su hermana ya lo sabía todo.

– ¿Te has enterado de lo de la boda?

– Por supuesto. ¿Te creías que ibas a poder mantenerlo en secreto?

– Por supuesto que no. Para empezar, porque no va a haber ninguna boda.

¿Cómo demonios se había enterado su hermana con la diferencia horaria que había entre Bahania y Estados Unidos?

– ¿No deberías estar durmiendo?

– Claro, como si pudiera dormir después de esto -contestó Laurel furiosa-. No entiendo cómo le has podido hacer esto a Brittany. Yo creía que la querías.

– Claro que la quiero -contestó Daphne sinceramente-. Por eso precisamente no quería que se casara con Murat.

– Ya veo que lo tenías muy claro, ¿eh? Ahora lo tienes para ti sólita. No me puedo creer que mi propia hermana me haya dado semejante puñalada por la espalda.

Daphne agarró el auricular con fuerza.

– Esto es una locura. Laurel, piensa con la cabeza, por favor. ¿Por qué demonios iba yo a querer casarme con Murat? ¿Acaso no lo dejé plantado hace diez años?

– Sí, pero supongo que te arrepientes de haberlo hecho y estabas esperando la oportunidad para volver a aparecer en su vida.

– Aquello fue hace diez años. ¿No te parece que he tenido todo el tiempo del mundo para volver a aparecer en su vida cuando me hubiera dado la gana?

– No lo has hecho porque creías que te ibas a enamorar de otro, pero no ha sido así. ¿Qué hombre podría estar a la altura de un príncipe que algún día será rey? Entiendo tu ambición. Incluso la respeto, pero robarle el novio a tu sobrina es espantoso. Brittany se va a llevar un disgusto terrible.

– Lo dudo mucho.

– No debería haber confiado en ti -se lamentó Laurel-. ¿Cómo demonios no me di cuenta de lo que te traías entre manos?

– No me traía absolutamente nada entre manos – se defendió Daphne-. Ya te he dicho que no me voy a casar con Murat. No sé lo que habrán publicado en los periódicos, pero no es cierto.

– No te creo.

– Cree lo que quieras, pero te aseguro que no va a haber boda.

– Quiero que sepas que nunca te voy a perdonar esto -se despidió su hermana colgando el teléfono.

Daphne se quedó en silencio, colgó el auricular y se tapó el rostro con las manos. Todo aquello no tenía sentido. ¿Cómo podía estar sucediendo? Daphne tenía muchas preguntas y sabía que solamente había una persona que podía contestarlas, así que se acercó a la puerta y golpeó varias veces para llamar la atención de los guardias.

– ¿Estáis ahí?

– Sí, señora.

– Decidle al príncipe Murat que quiero hablar con él.

– Le haremos llegar su mensaje.

– Le decís de mi parte que he dicho, literalmente, que quiero que venga inmediatamente.

Y, dicho aquello, Daphne volvió a su habitación pensando en la frase «vestida para matar».

Murat se estaba terminando la segunda taza de café mientras leía la prensa cuando su padre entró en su suite.

– Buenos días -saludó el rey a su hijo.

Murat lo saludó y le indicó que se sentara, pero su padre le dijo que solamente había ido a hablar de cierta noticia que había leído hacía un rato en la prensa local.

Por supuesto, Murat sabía a lo que se refería.

– Una solución muy interesante -comentó el rey señalando la foto de Daphne.

– Te dije que me iba a casar con una mujer de la familia a Snowden y así será.

– Me sorprende que ella haya accedido.

– No ha accedido, pero lo hará. Al fin y al cabo, fue idea suya.

– ¿Ah, sí?

– Sí, le dije que yo me quería casar y ella contestó que jamás lo haría con Brittany, así que ella solita se colocó en la posición de novia.

– Entiendo -contestó su padre -. ¿Y para cuándo es la ceremonia?

– Nos casaremos dentro de cuatro meses.

– Tal vez debería acercarme a darle la enhorabuena.

– Estoy seguro de que le encantará verte, pero te sugiero que esperes unos cuantos días, hasta que haya tenido tiempo de asimilar que se va a convertir en mi esposa.

– Supongo que tienes razón -recapacitó el rey acariciando al gato que llevaba en brazos-. Has elegido bien.

– Gracias -contestó Murat-. Estoy seguro de que Daphne y yo vamos a ser muy felices.

Por supuesto, después de que a Daphne se le pasaran las ganas de matarlo.

Eran las siete de la mañana y Daphne ya estaba duchada y vestida y paseándose por el salón del harén.

Todavía no había podido hacer ninguna llamada por la diferencia horaria con Estados Unidos, pero, en cuanto pudiera hacerla, Murat se iba enterar de quién era ella. Aunque fuera la oveja negra de la familia, seguía siendo una Snowden.

– Menudas ideas tan arrogantes, locas, machistas y ridículas -murmuró furibunda.

– Cuánta energía -dijo alguien a sus espaldas.

Al girarse, vio que se trataba de Murat.

– No me gusta nada que aparezcas y desaparezcas así sin más. Te juro que, cuando encuentre la puerta secreta, voy a poner un mueble delante para que no puedas utilizarla.