– Muy bien, lo que tú quieras -contestó Murat en absoluto sorprendido por su ira.
– Sí, claro lo que yo quiera -bufó Daphne-. ¿Acaso has tenido en cuenta mis deseos para hablar con la prensa? -añadió lanzándole el periódico que había sobre la mesa-. ¿Cómo me has podido hacer esto? ¿Quién te crees que eres? ¿Quién te ha dado permiso?
– Tú.
– ¿Cómo? -exclamó Daphne-. De eso, nada.
– Yo te dije que me quería casar con una Snowden y tú dijiste que no sería con tu sobrina.
– ¿Y? Eso no quiere decir que fuera a ser conmigo. El hecho de que no quiera que mi sobrina se case contigo no quiere decir que la que me quiera casar contigo sea yo. En cualquier caso, no puedes ir por la vida diciendo que te quieres casar con una Snowden. No somos helados que puedas elegir a tu antojo, somos personas.
– Sí, ya lo sé. He accedido a no casarme con Brittany. Deberías estar contenta.
¿Contenta?
– ¿Te has vuelto loco? Lo que estoy es furiosa. Me tienes aquí secuestrada y vas por ahí contando mentiras sobre mí. Me ha llamado mi hermana, la madre de Brittany. ¿Te haces una idea de lo que estás haciendo con mi vida? ¿Te das cuenta de que estás complicándonos la vida a los dos?
– Bueno, ya sé que casarse te cambia la vida, pero espero que sea para mejor.
– ¡Tú y yo no nos vamos a casar! -gritó Daphne.
En lugar de contestar, Murat se quedó mirándola con mucha calma, lo que hizo que Daphne sintiera ganas de estrangularlo. Para no perder la compostura, tomó aire varias veces y clavó las uñas en el respaldo de la silla que tenía ante sí.
– Muy bien, vamos a empezar por el principio. No te vas a casar con Brittany, lo que ya es todo un logro.
Murat tuvo la desfachatez de sonreír.
– ¿De verdad te creías que me quería casar con una adolescente? Hacer venir a Brittany hasta aquí fue idea de mi padre y yo accedí para no darle un disgusto.
– ¿Cómo? Repite eso.
– Nunca tuve intención de casarme con Brittany.
– Pero… -se extrañó Daphne-. Pero dijiste que…
– Quería fastidiarte por haber dado por hecho lo peor de mí. Luego, cuando te ofreciste a sustituir a tu sobrina, decidí considerar la posibilidad.
– Yo no me he ofrecido nunca a sustituir a mi sobrina.
– Sí, claro que te has ofrecido y yo he aceptado.
– No puedes aceptar porque yo no me he ofrecido -insistió Daphne sentándose-. Sé que estás acostumbrado a salirte siempre con la tuya, pero en esta ocasión no va a poder ser. Te voy a hablar muy claro. No me voy a casar contigo. No me puedes obligar. Obviamente, no me puedes llevar atada y amordazada al altar y ésa sería la única forma en la que podrías casarte conmigo, pero eso no quedaría bien ante la prensa.
– No me importa la prensa.
– Entonces, ¿por qué te has molestado en contarles mentiras?
Murat se sentó frente a ella.
– Daphne, estoy decidido a que nos casemos y nos vamos a casar. He hecho el anuncio público para que tengas tiempo de hacerte a la idea.
– Te has vuelto loco. No estamos en la Edad Media, no me puedes obligar a casarme contigo. Estamos en un país libre -añadió dándose cuenta al instante de que no estaba en Estados Unidos-. Más o menos.
– Te recuerdo que soy el príncipe heredero Murat de Bahania y poca gente se atreve a decirme que no.
– Pues yo soy una de esas personas.
– Desde luego, no me defraudas -comentó Murat echándose hacia atrás-. Me encantan tus explosiones de furia. Eres como fuegos artificiales.
– Y todavía no has visto nada -contestó Daphne mirándolo con intensidad-. Como me obligues, llevaré este asunto hasta la Casa Blanca.
– Me alegro. Así podremos invitar al presidente a la boda. Somos amigos desde hace mucho tiempo.
En aquel momento, a Daphne le habría encantado tener superpoderes para haber elevado la mesa que tenía ante sí y haber tirado a Murat por la ventana.
– Te lo voy a decir otra vez, a ver si lo entiendes de una vez. No me voy a casar contigo. Tengo mi vida, mis amigos y mi trabajo.
– Hablando de tu trabajo. Me parece muy interesante lo que averigüé ayer cuando llamé a Chicago y me dijeron que ya no trabajabas en la clínica veterinaria.
– No, lo he dejado, pero no tiene nada que ver con quererme casar contigo.
– ¿Seguro que tu insistencia para que no me casara con tu sobrina no tenía nada que ver con que, en secreto, me querías sólo para ti?
Daphne puso los ojos en blanco.
– Tu ego es tan grande que me sorprende que quepa en esta habitación -comentó.
Al darse cuenta de que su hermana le había hecho la misma acusación, Daphne se dijo que no era cierto, que Murat formaba parte de su pasado, que no se había pasado diez años llorando por él, sino que había salido con otros hombres y había sido feliz.
– Hacía años que no pensaba en ti -contestó sinceramente-. Te aseguro, y podría jurarlo sobre la Biblia, que jamás habría venido si tú no te hubieras comportado como un hombre de las cavernas con mi sobrina. Todo esto es culpa tuya.
Murat asintió.
– Hay un anillo maravilloso esperándote.
– ¿Pretendes comprarme con una joya? No soy de esas mujeres.
– Ya lo sé -sonrió Murat.
Daphne volvió a sentirse furiosa, pero en ese momento volvió a sonar el teléfono.
– ¿Sí? -contestó.
– Cariño, nos acabamos de enterar y estamos encantados con la noticia -dijo su madre al otro lado del Atlántico.
– ¿Te ha llamado Laurel?
– Sí. Oh, cariño, qué inteligente has sido. Al final, te vas a casar con Murat, el futuro rey -suspiró su madre-. Siempre he sabido que podríamos estar orgullosos de ti.
Daphne no podía ni hablar.
– Tu padre está que no se lo cree. Está como loco por llevarte del brazo el día de tu boda. Por cierto, en cuanto tengáis fecha decídnoslo para que podamos organizar el viaje.
Daphne se giró para que Murat no pudiera ver en su rostro el daño que le estaba haciendo aquella conversación.
– Laurel estaba muy enfadada -consiguió decir por fin.
– Sí, ella quería que su hija se casara con Murat, pero, sinceramente, Brittany es una chica maravillosa pero es demasiado joven para ser reina. Tú y yo sabemos que ser reina es una gran responsabilidad. ¡Reina! -rió su madre-. Mi hija va a ser reina. Qué bien suena. Bueno, cariño, te tengo que dejar, pero te llamo dentro de poco para hablar. Supongo que estarás feliz. Esto es maravilloso, Daphne. Increíblemente maravilloso.
Y, dicho aquello, su madre colgó el teléfono. Daphne dejó el auricular en su sitio e intentó controlarse. Tenía unas terribles ganas de llorar, pero, haciendo un gran esfuerzo, consiguió aguantar las lágrimas.
– ¿Eran tus padres? -le preguntó Murat.
Daphne asintió.
– Mi madre. Mi hermana la ha llamado. Está encantada -contestó con voz trémula.
– No le has dicho que no iba a haber boda.
– No.
No había podido.
– No te creas que eso quiere decir que haya aceptado casarme contigo -añadió en un susurro.
– Por supuesto que no -dijo Murat poniéndose en pie, tomándola de los hombros y girándola hacia él.
Daphne no estaba acostumbrada a que aquel hombre mostrara sus emociones, así que se sorprendió al ver en sus ojos que entendía por lo que estaba pasando, lo que hizo que no protestara cuando Murat la tomó entre sus brazos y la apretó contra su pecho. De repente, Daphne se encontró con la cabeza apoyada en su hombro y la protección de su cuerpo alrededor.
– No me hagas esto -susurró-. Te odio.
– Sí, ya lo sé, pero ahora mismo no hay nadie más para consolarte -contestó Murat acariciándole el pelo-. Venga, cuéntamelo todo.
Daphne negó con la cabeza.
– Es por tu madre, ¿verdad? -murmuró Murat-. Te ha dicho que está muy contenta con lo de la boda. Tu familia siempre ha sido ambiciosa. Tener un yerno rey es mucho mejor que tener un yerno presidente.