Si fueran mis propios hijos. Gemma acabó la frase por ella y sintió como un torrente de empatía por esta mujer que parecía haber sacado el máximo provecho de lo que le había proporcionado la vida. Gemma pasó los dedos por la mesa y notó leves listas de color incrustadas en las vetas de la madera.
Vivian la miró y dijo cariñosamente:
– Los niños hacían todo en esta mesa. Casi todas sus comidas las tomaban en la cocina, claro. Puesto que sus padres viajaban tanto, las cenas familiares eran un lujo excepcional. Los deberes del colegio, proyectos de la clase de arte… aquí pintó Julia sus primeras obras, cuando cursaba la enseñanza secundaria.
Los niños esto, los niños lo otro… A Gemma le parecía como si el tiempo se hubiera parado con la muerte del niño. Pero Julia había estado ahí después, sola.
– Esto debe resultarle muy difícil a Julia -dijo, tratando el tema con delicadeza-, después de lo que le pasó a su hermano.
Vivian apartó la mirada mientras agarraba el borde de la mesa con una mano, como si estuviera dominando físicamente el deseo de levantarse. Al cabo de un momento dijo:
– No hablamos del tema. Pero sí, estoy segura de que la muerte de Con ha hecho la vida de Julia más difícil. Ha hecho más difícil la vida de todos nosotros.
Kincaid, que había permanecido sentado en silencio con la silla un poco apartada de la mesa y el tazón en sus manos, se inclinó hacia delante y dijo: -¿Le gustaba Connor, señora Plumley?
– ¿Gustarme? -respondió sin comprender, frunciendo el ceño-. Jamás pensé si debía gustarme o no. Era sencillamente… Connor. Imparable como la misma naturaleza. -Sonrió al pensar en la analogía que acababa de hacer-. Un hombre muy atractivo de muchas maneras distintas, y sin embargo… siempre me dio algo de pena.
Kincaid arqueó una ceja, pero no dijo nada y Gemma siguió su ejemplo.
Vivian explicó, al tiempo que se encogía de hombros:
– Ya sé que suena un poco tonto que una diga que le da pena alguien tan excitante como Con. Pero es que Julia lo frustraba. -Los botones dorados de su chaqueta atraparon la luz al moverse ella en la silla-. Él nunca fue capaz de hacerla reaccionar de la manera que él quería y no había tenido experiencia en estas cosas. De modo que a veces se portaba… de manera poco apropiada. -La puerta de la entrada se cerró de golpe. Vivian ladeó la cabeza, escuchando. Medio levantada de la silla, dijo-: Ya han vuelto. Déjenme avisar…
– Una cosa más, señora Plumley, por favor -dijo Kincaid-. ¿Vio a Connor el jueves?
Se sentó de nuevo, pero en el borde de la silla, con la postura provisional de alguien que no tiene intención de quedarse por mucho tiempo allí.
– Claro que lo vi. Preparé el almuerzo -ensaladas y queso- y comimos todos juntos en el comedor.
– ¿Todos excepto Julia?
– Sí. Pero ella a menudo trabaja durante el almuerzo. Yo misma le subí un plato.
– ¿Parecía Connor el de siempre? -preguntó Kincaid en un tono familiar, pero Gemma sabía por su tranquila concentración que estaba atento a su respuesta.
Vivian se relajó mientras reflexionaba. Se apoyó de nuevo en el respaldo y siguió distraídamente el diseño floral en relieve de su tazón con los dedos.
– Con siempre estaba bromeando y contando chistes, pero quizás parecía algo forzado. No lo sé. -Miró a Kincaid con el ceño fruncido-. Es muy posible que esté distorsionando las cosas tras los hechos. No estoy segura de confiar en mi propio criterio.
Kincaid asintió.
– Aprecio su franqueza. ¿Mencionó si tenía algún plan para más tarde ese mismo día? Es importante que podamos seguir sus movimientos.
– Recuerdo que miró su reloj y dijo algo sobre una reunión, pero ni dijo dónde ni con quién. Eso fue hacia el final de la comida y tan pronto como terminamos todos vine aquí a lavar los platos. Luego me fui a echar a mi habitación. Pueden preguntar a Caro o Gerald si les dijo algo más a ellos.
– Gracias, lo haré. -Kincaid respondió con tal cortesía que Gemma estaba segura de que Vivian Plumley no se había dado cuenta de que le había dicho cómo hacer su trabajo-. Es una mera formalidad, por supuesto, pero he de preguntarle por sus movimientos del jueves por la noche -añadió, como disculpándose.
– ¿Una coartada? ¿Me pide una coartada por la muerte de Connor? -preguntó Vivian y sonó más sorprendida que ofendida.
– Todavía no sabemos exactamente cuándo murió Connor. Y se trata más de elaborar con datos conocidos… cuanto más sepamos acerca de los movimientos de todo aquél relacionado con Connor, más fácil será ver los huecos. Huecos lógicos. -Trazó un círculo con sus manos.
– Está bien. -Sonrió Vivian, apaciguada-. Es fácil. Caro y yo cenamos temprano frente a la chimenea del salón. Lo hacemos a menudo cuando Gerald está fuera.
– ¿Y después?
– Nos sentamos junto al fuego, leímos, miramos la televisión, charlamos un rato. Preparé cacao hacia las diez y cuando nos lo hubimos tomado subí a mi habitación. -Y añadió con un toque de ironía-: Recuerdo que pensé que había sido una noche tranquila y agradable.
– ¿Nada más? -preguntó Kincaid. Se enderezó y apartó el tazón vacío.
– No -dijo Vivian. Pero hizo una pausa y miró al vacío por un momento-. Recuerdo algo, pero es un poco tonto. -Kincaid asintió, animándola a seguir-. Justo poco después de caer dormida creí oír el timbre de la puerta, pero cuando me incorporé y escuché la casa estaba totalmente en silencio. Debía de estar soñando. Gerald y Julia tienen sus propias llaves, así que no había necesidad de esperarlos despierta.
– ¿Oyó llegar a alguno de ellos?
– Creo que oí llegar a Gerald alrededor de medianoche, pero no estaba despierta del todo. Lo siguiente que oí, ya al amanecer, fue el horrible jaleo que arman los grajos en las hayas que hay afuera, junto a mi ventana.
– ¿Podía haber sido Julia? -preguntó Kincaid.
Pensó un momento, arrugando el entrecejo.
– Supongo que sí, pero cuando no es demasiado tarde Julia me viene a ver antes de subir a su habitación.
– ¿Y no lo hizo aquella noche?
Cuando Vivian negó con la cabeza, Kincaid le sonrió y dijo:
– Muchas gracias, señora Plumley. Ha sido de gran ayuda.
Esta vez, antes de levantarse, Vivian Plumley lo miró y dijo:
– ¿Les aviso de que están aquí?
Sir Gerald Asherton estaba de pie con las manos detrás dando la espalda a la chimenea. Gemma pensó que era la perfecta imagen de un caballero rural del siglo diecinueve, con los pies abiertos en una postura relajada y su enorme cuerpo vestido con prendas de un tweed algo peludo. Llevaba incluso parches de ante en los codos de la chaqueta. Lo único que faltaba para completar el cuadro era una pipa y un par de perros de caza tumbados a los pies del amo.
– Siento haberlos hecho esperar. -Fue hacia ellos, les dio un fuerte apretón de manos y les hizo un gesto para que se sentaran en el sofá.
Gemma encontró que era de una cortesía que desarmaba y sospechó que ésa era la intención.
– Gracias, Sir Gerald -dijo Kincaid, respondiendo con la misma moneda-. ¿Y Dame Caroline?
– Ha subido a echarse un poco. Me temo que el asunto con los de la funeraria la ha afectado bastante. -Sir Gerald se sentó en la butaca que había frente a ellos, cruzó un pie sobre la rodilla y se ajustó la pernera. Entre el zapato y el dobladillo del pantalón apareció una franja de calcetín de rombos en naranja y marrón otoñal.
– Si no le importa que se lo diga, Sir Gerald -dijo Kincaid sonriendo-, resulta algo extraño que su hija no se hiciera cargo de los preparativos ella misma. Después de todo, Connor era su marido.
– Cuidado, -respondió Sir Gerald con algo de aspereza-. A veces es mejor dejar estos asuntos a quienes no están tan involucrados. Y es bien sabido que los directores de funerarias se aprovechan de las emociones de quienes acaban de enviudar. -Gemma notó una punzada de piedad al recordar que este hombre corpulento y seguro de sí mismo, era alguien que había sufrido la peor experiencia personal posible.