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– Soy algo aficionado a estudiar la historia local en mi tiempo libre. Por cierto, me llamo Tony. -Sacó la mano por encima de la barra y Gemma se la estrechó.

– Gemma.

– Los hundreds han quedado obsoletos, pero la administración de Chiltem Hundreds sigue siendo un cargo de valor simbólico en el Ministerio de Economía y Hacienda. Su ostentación es la única razón por la cual se le permite a uno dimitir de la Cámara de los Comunes. Realmente un chanchullo y probablemente la única razón de la existencia del cargo. -Sonrió mostrando una dentadura perfecta, fuerte y blanca-. En fin, creo que le he explicado más de lo que usted quería saber. ¿Le pongo otra?

Gemma miró su vaso casi vacío y decidió que había bebido lo suficiente si quería mantener la cabeza clara.

– Mejor que no, gracias.

– ¿Está aquí por negocios? No alquilamos muchas habitaciones en esta época del año. En noviembre estas colinas no son exactamente una gran atracción turística.

– Totalmente -dijo Gemma, recordando la fina lluvia bajo la oscuridad de los árboles. Tony arregló los vasos mientras la miraba con detenimiento, dispuesto a hablar si lo deseaba, pero sin forzarla. Su simpatía y seguridad en sí mismo hicieron pensar a Gemma que pudiera tratarse del dueño del pub o bien el gerente, pero en cualquier caso era definitivamente el probable depositario de los cotilleos locales.

– En realidad estoy aquí por el ahogamiento de esta mañana. Asuntos policiales.

Tony la miró, estudiando -de eso estaba segura- el cabello rizado color jengibre y retirado hacia atrás con un clip, el informal suéter del color de la cebada y los pantalones azul marino.

– ¿Es una poli? ¡Vaya! -Meneó la cabeza incrédulo y su ondulado cabello no se movió un ápice-. La más guapa que he visto, si no le importa que se lo diga.

Gemma sonrió, aceptando el cumplido con el mismo buen humor con el que había sido ofrecido.

– ¿Lo conocía, al ahogado?

Esta vez, Tony chasqueó la lengua mientras sacudía la cabeza.

– Qué pena. Todo el mundo aquí conocía a Connor. Dudo que haya un pub entre aquí y Londres en el que no haya estado una o dos veces. O un hipódromo. Ese tío era un verdadero caradura.

– La gente lo apreciaba, ¿no? -preguntó Gemma, luchando contra sus propios prejuicios hacia un hombre con tan buenas relaciones con las cervezas y los caballos. No fue hasta después de casada que descubrió que Rob consideraba derechos inalienables el flirteo y el juego.

– Connor era un tipo simpático. Siempre tenía una palabra amable y un gesto amistoso. También era bueno para el negocio. Después de tomar varios vasos invitaba a todos los que estaban en el pub a rondas. -Tony se inclinó hacia la barra. Su cara estaba animada-. Y vaya tragedia para la familia, después del otro.

– ¿Qué otro? ¿Qué familia? -preguntó Gemma, preguntándose si había pasado por alto alguna referencia a otro ahogado en los informes que había leído.

– Perdón. -Tony sonrió-. Resulta algo confuso. Estoy seguro. La familia de Julia, la mujer de Connor, los Asherton. Han estado aquí durante siglos. Connor era un irlandés advenedizo, segunda generación, creo. Pero de todas maneras…

– ¿Qué les pasó a los Asherton? -Gemma lo animó, interesada.

– Hacía unos años que yo había acabado la universidad y había regresado aquí tras probar suerte en Londres. -Sus dientes blancos brillaron al sonreír-. Decidí que la gran ciudad no era tan glamourosa como había pensado. Era más o menos en esta época del año, de hecho, y había llovido mucho. Parecía como si hubiera llovido durante meses. -Tony hizo una pausa y sacó un vaso del estante. Lo alzó hacia Gemma-. ¿Le importa que la acompañe?

Negó con la cabeza, sonriendo.

– Claro que no. -El barman estaba disfrutando de lleno, y cuanto más lo dejara desarrollar la historia, más detalles obtendría.

Se puso media pinta de Guinness de barril y la sorbió, luego se limpió la cremosa espuma del labio superior antes de continuar.

– ¿Cómo se llamaba? El hermano pequeño de Julia. Hace veinte años de eso. Más o menos. -Se pasó los dedos por el cabello, como si la mención del tiempo le hiciera consciente de su edad-. Matthew. Eso es. Matthew Asherton. Doce años y un prodigio musical. Caminaba del colegio a casa con su hermana y se ahogó. Tal cual.

Las entrañas de Gemma se retorcieron al pensar en su propio hijo. Imaginaba a Toby, un hombrecito ya, su pelo rubio oscurecido, su cara y su cuerpo madurando… arrebatado de repente. Tragó y dijo:

– Qué terrible. Para todos, y especialmente para Julia. Primero su hermano y ahora su esposo. ¿Cómo se ahogó el pequeño?

– No estoy seguro de que nadie llegara a saberlo. Una de esas cosas insólitas que suceden a veces. -Se encogió de hombros y bebió la mitad de su Guinness-. Todo muy secreto, en su momento. Nadie hablaba de ello, excepto en susurros. Y sigue sin mencionarse en la familia, supongo.

Una fría corriente de aire agitó el cabello de Gemma y se arremolinó entre sus tobillos al abrirse la puerta de la entrada. Se volvió y vio entrar un grupo de cuatro hombres que se sentaron en una mesa en la esquina. Saludaron a Tony con familiaridad.

– Resérvanos para dentro de media hora, Tony -dijo uno de los hombres-. Lo mismo de siempre.

– La gente pronto va a llegar, -explicó Tony a Gemma mientras empezaba a preparar bebidas-. Normalmente, los viernes por la noche el restaurante se llena. La gente de por aquí sale para divertirse un poco sin los niños. -Gemma rió, y cuando volvió a notar el aire en la espalda no tuvo la curiosidad de volverse.

Unos dedos rozaron levemente su hombro. Kincaid se sentó en el taburete que tenía al lado.

– Gemma. Manteniendo el bar a flote sin mi… ya veo.

– Ah, hola, jefe. -Notó cómo se le aceleraba el pulso en la garganta, a pesar de haber estado esperándolo.

– Y flirteando con los vecinos del lugar… Un tipo con suerte. -Sonrió a Tony-. Tomaré una… Brakspear, ¿no es la que se fabrica en Henley?

– Mi jefe -dijo Gemma, como justificándose ante Tony-. Tony, el comisario Duncan Kincaid.

– Es un placer conocerlo. -Tony lanzó una mirada de sorpresa a Gemma, mientras estrechaba la mano de Kincaid.

Gemma miró con ojo crítico a Kincaid. Alto y esbelto, cabello castaño claro un poco revuelto, corbata torcida y la chaqueta de tweed salpicada de lluvia… Gemma supuso que no tenía el aspecto del comisario de Scotland Yard que la gente imagina. Y era demasiado joven, por supuesto. Los comisarios han de ser definitivamente de más edad y más gordos.

– Explícamelo todo -dijo Kincaid cuando Tony le hubo servido la cerveza y se hubo ido a atender a los clientes de la mesa.

Gemma sabía que él confiaba en que ella digiriera la información y regurgitara los puntos pertinentes. Raramente necesitaba usar sus notas.

– He repasado los informes de Thames Valley. -Hizo un gesto de cabeza hacia arriba, como indicando las habitaciones-. Me esperaban cuando entré. Muy eficientes. -Cerró los ojos un momento para poner orden a sus pensamientos-. Recibieron una llamada a las siete y cinco de la mañana de un tal Perry Smith, esclusero en Hambleden. Había encontrado un cuerpo cogido en la compuerta. Thames Valley llamó a un equipo de rescate para sacar el cuerpo y lo identificaron por su cartera como Connor Swann, residente en Henley-on-Thames. El esclusero, sin embargo, una vez recuperado del susto, reconoció a Connor Swann como el yerno de los Asherton, quienes viven a un par de kilómetros hacia arriba yendo por la carretera de Hambleden. Dijo que la familia a menudo paseaba por allí.

– ¿Por la esclusa? -preguntó Kincaid sorprendido.

– Aparentemente forma parte de una ruta pintoresca. -Gemma frunció el ceño y siguió con su historia donde la había dejado-. El cirujano de la policía local fue llamado a examinar el cadáver. Halló bastantes magulladuras en la garganta. El cuerpo estaba muy frío, pero el rigor mortis apenas había empezado.