»Se vistió rápidamente. Imagino que se puso algo parecido a lo que lleva hoy, y, encima, la chaqueta de cuero. La noche era fría y húmeda y del aparcamiento al río hay un trecho. Salió silenciosamente de la casa, asegurándose de no despertar a Plummy, y cuando llegó al río esperó a Con al principio de la presa.
Kincaid cambió de postura y se metió las manos en los bolsillos de los pantalones. Todos lo miraban hipnotizados, como si él personalizara un mago que fuera a sacar un conejo de un sombrero. Los ojos de Julia parecían vidriosos, como si fuera incapaz de asimilar un segundo shock tan seguido después del primero.
– ¿Qué pasó entonces, Caroline? -preguntó. Cerró los ojos y visualizó la escena a medida que hablaba-. Caminaron por la presa y se pelearon. Cuanto más intentaba usted razonar con él, más difícil se ponía. Alcanzaron la esclusa y la cruzaron hasta el otro lado, donde acaba el camino pavimentado. -Abrió los ojos de nuevo y miró la cara tranquila y serena de Caroline-. ¿Estuvo con Connor en la pequeña plataforma de cemento, un poco más arriba de la compuerta? ¿Sugirió usted que regresaran? Pero Con ya estaba fuera de control entonces, y la discusión pasó a…
– Por favor, comisario -dijo Sir Gerald-, ha ido realmente demasiado lejos. Esto es absurdo. Caro no podría matar a nadie. No es físicamente capaz. Mírela. Y Con medía más de un metro ochenta y era de constitución…
– También es una actriz, Sir Gerald, entrenada para usar su cuerpo en el escenario. Puede haber sido algo tan sencillo como apartarse a un lado cuando él venía hacia ella. Probablemente no lleguemos a saberlo nunca, ni lleguemos a saber qué mató realmente a Connor. Según los resultados de la autopsia lo más probable es que haya sido un laringoespasmo: su garganta se cerró por el shock producido al caer al agua, y murió sofocado sin que le llegara una sola gota de agua a los pulmones.
»Lo que sí sabemos -dijo, volviéndose a Caroline-, es que había ayuda a menos de cincuenta metros. El esclusero estaba en casa y disponía del equipo y pericia necesarios. Incluso si él no hubiera estado disponible, había otras casas adonde acudir en el lado opuesto del río.
»Tanto si la caída de Connor al río fue un accidente, o debido a un movimiento de defensa propia, o un acto de violencia deliberada, el hecho es que usted es culpable, Dame Caroline. Podría haberlo salvado. ¿Esperó un tiempo razonable a que saliera otra vez a la superficie? Cuando no lo hizo, usted dejó el lugar, condujo a casa y se metió en la cama, donde Gerald la encontró durmiendo plácidamente. Sólo que estaba más nerviosa de lo que usted creía, y no logró aparcar el coche exactamente donde había estado antes.
Caroline le sonrió.
– Un cuento muy gracioso, señor Kincaid. Estoy segura de que el inspector jefe y su comisionado asistente también lo encontrarán entretenido. Lo único de que dispone es de pruebas circunstanciales y una imaginación exagerada.
– Puede que esté en lo cierto, Dame Caroline. Sin embargo, haremos que los forenses examinen su coche y su ropa. Y está el asunto de una testigo que vio a un hombre y, ella supuso, a un chico con una chaqueta de cuero en la pasarela de la presa. Quizás la identifique en la rueda de reconocimiento.
»Tanto si se puede instruir una causa contra usted que se acepte en un tribunal como si no, los que estamos aquí sabremos la verdad.
– ¿La verdad? -dijo Caroline, por fin levantando la voz con ira-. Usted no sería capaz de reconocer la verdad aunque la tuviera ante sus narices, señor Kincaid. La verdad es que esta familia permanecerá unida, como siempre lo ha hecho, y no nos puede tocar. Es usted un idiota si…
– ¡Parad! ¡Parad todos! -Julia se levantó del sofá y permaneció de pie, temblando, con los puños cerrados y la cara completamente lívida-. Esto ya ha durado demasiado. ¿Cómo puedes ser tan hipócrita, mamá? No me extraña que Con estuviera furioso. Se creyó toda tu mierda y cargó con toda la mía también. -Hizo una pausa para coger aire. Luego, ya más calmada, dijo-: Crecí odiándome a mí misma porque nunca encajé en tu círculo ideal; pensando que debería haber sido distinta, mejor, de alguna manera, y así me hubieras amado más. Y todo era mentira, la familia perfecta era una mentira. Deformaste mi vida y hubieras hecho lo mismo con la de Matty si se te hubiese dado la oportunidad.
– Julia, no debes decir estas cosas. -La voz de Sir Gerald poseía un tono más angustiado que cuando defendió a su esposa-. No tienes derecho a profanar la memoria de Matthew.
– No me hables de la memoria de Matthew. Yo soy la única que realmente lloró su muerte; la del niño que podía ser grosero y bobo, y que a veces tenía que dormir con la luz encendida porque le asustaban sus sueños. Vosotros sólo perdisteis lo que queríais que fuera. -Julia miró a Plummy, que estaba sentada en silencio, en el borde del asiento, con la espalda recta como un bastón-. Lo siento, Plummy, he sido injusta contigo. Tú lo amabas -nos amabas a los dos- y de manera honesta.
»Y Tommy. Enferma como estaba, recuerdo a Tommy, que venía a la casa. Y ahora puedo entender lo que entonces sólo presentía. Él se sentaba junto a mí, y me ofrecía el consuelo que podía. Pero tú, mamá, tú eras la única que habría podido ofrecerle consuelo a él. Y ni siquiera querías verlo. Estabas demasiado ocupada interpretando el gran drama de tu dolor. Él merecía más.
Como un relámpago Caroline cruzó el espacio que la separaba de Julia. Levantó la mano abierta y le dio un bofetón en la cara.
– No te atrevas a hablarme así. Tú no tienes ni idea. Te estás dejando en ridículo con esta estúpida escena. Nos estás dejando en ridículo a todos y no voy a permitir que esto suceda en mi casa.
Julia se mantuvo firme. Aunque sus ojos se llenaron de lágrimas, ni habló ni levantó la mano para tocarse la marca blanca en su mejilla.
Vivian Plumley fue hacia Julia y la rodeó con su brazo. Dijo:
– Quizás ya era hora de que alguien montara una escena, Caro. ¿Quién sabe qué habríamos evitado si algunas de estas cosas se hubiesen dicho hace tiempo?
Caroline retrocedió.
– Sólo quise protegerte, Julia, siempre. Y a ti, Gerald -añadió, volviéndose hacia él.
Cansada, Julia dijo:
– Te protegiste a ti misma desde el principio.
– Estábamos bien tal como estábamos -dijo Caroline-. ¿Por qué han de cambiar las cosas?
– Ya es demasiado tarde, mamá -dijo Julia. Kincaid escuchó un inesperado elemento de compasión-: ¿No lo ves?
Caroline se volvió hacia su marido, con la mano extendida con un gesto de súplica.
– Gerald…
Él apartó la mirada.
Durante el silencio que siguió, una ráfaga de viento salpicó lluvia contra la ventana, y a modo de respuesta el fuego lanzó una llamarada. Kincaid cruzó una mirada con Gemma. Él asintió levemente y ella fue a situarse junto a él. Kincaid dijo:
– Lo siento, Dame Caroline. Me temo que tendrá que venir con nosotros a High Wycombe y hacer una declaración formal. Puede venir en su propio coche, si lo desea, Sir Gerald, y esperarla.
Julia miró a sus padres. ¿Qué opinión tendría de ellos, se preguntó Kincaid, ahora que se habían mostrado tan falibles, tan humanos y tan imperfectos?
Por primera vez, la mano de Julia se le fue a la mejilla. Se dirigió hacia Sir Gerald y le tocó ligeramente el brazo.
– Te esperaré aquí, papá -dijo, luego se dio la vuelta y dejó la habitación sin tan siquiera echarle una mirada a su madre.
Cuando hubieron hecho la llamada a High Wycombe y hubieron organizado los preliminares, Kincaid se excusó y salió de la sala. Al llegar al último rellano tuvo que parar para recobrar el aliento y notó un grato dolor en las pantorrillas. Llamó suavemente a la puerta del estudio de Julia y la abrió.