Выбрать главу

– Señor Smith -dijo Kincaid, con voz tranquilizadora-. No tengo intención de inmiscuirme en su esclusa. Tan sólo deseo hacerle unas cuantas preguntas. -Cuando Smith fue a abrir la boca Kincaid levantó una mano-. Me doy cuenta de que usted ya ha respondido a estas preguntas, pero preferiría oír el relato directamente de usted y no enterarme por terceros. A veces las cosas acaban confundiéndose por el camino.

El ceño de Smith se relajó ligeramente y tomó un sorbo de su tazón. Cuando alzó el brazo destacaron sus fuertes músculos, que estiraban la manga de su camiseta de punto.

– Anda que no van a confundirse si hemos de fiarnos de los asnos de ayer. -Aunque no parecía notar el frío miró a Gemma como viéndola por primera vez, acurrucada detrás del cuerpo de Kincaid, apretando el cuello de su chaqueta alrededor de la garganta-. Supongo que podríamos entrar adentro, señora, a salvo del viento, -dijo, un poco menos beligerante.

Gemma sonrió agradecida.

– Gracias. Me temo que no voy vestida para el río.

Smith se giró hacia Kincaid cuando iban hacia la casa.

– ¿Cuándo van a retirar esta maldita cinta? Esto es lo que quiero saber.

– Tendrá que preguntarlo en la comisaría de Thames Valley. Aunque si el equipo de forenses ha terminado, no creo que tarden mucho. -Cuando llegaron a la puerta Kincaid se paró a mirar las plataformas que rodeaban la esclusa y el sendero cubierto de hierba que llevaba río arriba por el lado opuesto-. Dudo que hayan tenido suerte.

El suelo de la entrada estaba cubierto con esteras de sisal; botas de goma muy usadas estaban alineadas contra las paredes de las que colgaban equipos de trabajo: impermeables y gorras, chubasqueros amarillo brillante, lazadas de cuerda. Smith los condujo por la puerta de la izquierda a una sala tan prosaica como la entrada.

La habitación era cálida, si bien austera, y Kincaid vio como Gemma se bajaba el cuello de la chaqueta y sacaba el cuaderno de notas. Smith estaba de pie junto a la ventana. Seguía tomando sorbos del tazón y vigilando el río.

– Explíquenos cómo halló el cuerpo, señor Smith.

– Salí justo después del amanecer, como siempre. Me tomé mi primera taza de café y me aseguré de que todo estuviera limpio y ordenado antes de empezar la jornada. Algunos días el tráfico comienza temprano, aunque no tanto ahora como en el verano. Y efectivamente, río arriba había un barco esperando a que accionara la esclusa.

– ¿No pueden hacerlo ellos mismos? -preguntó Gemma.

Negó con la cabeza.

– Oh, el mecanismo es suficientemente sencillo, pero si uno es demasiado impaciente para dejar que se llene y se vacíe la esclusa adecuadamente, puede cagarla del todo.

– ¿Qué pasó luego? -Kincaid indujo a Smith a que continuara.

– Veo que no saben mucho de esclusas -dijo, mirándoles con la clase de piedad normalmente reservada a alguien que no ha aprendido a atarse los cordones de los zapatos.

Kincaid se abstuvo de decirle que había crecido en la zona occidental de Cheshire y que conocía el funcionamiento de las esclusas perfectamente.

– La esclusa se mantiene vacía cuando no está en funcionamiento, de modo que primero abrí las válvulas de la compuerta para llenar la esclusa. Luego, cuando abrí la esclusa para que pasara el barco, zas, apareció un cuerpo. -Smith tomó un sorbo de su tazón y añadió, indignado-: La estúpida del barco empezó a chillar como un cerdo de camino al matadero. Jamás había oído tanto jaleo. Vine aquí y marqué 999 sólo por escapar del ruido. -Smith arrugó los rabillos de los ojos, como formando algo parecido a una sonrisa-. La gente del equipo de rescate lo pescó y trataron de reanimar al pobre tipo, aunque si me lo pregunta a mí, cualquiera con un poco de sentido común podía ver que llevaba horas muerto.

– ¿Cuándo lo reconoció? -preguntó Gemma.

– No lo hice. Su cuerpo, en cualquier caso. Pero miré su cartera cuando la sacaron del bolsillo y supe que el nombre me era familiar. Tardé un minuto en situarlo.

Kincaid se dirigió hacia la ventana y miró afuera.

– ¿Dónde lo había oído?

Smith se encogió de hombros.

– Cotilleos en el pub, probablemente. Por aquí todos conocen a los Asherton y sus asuntos.

– ¿Cree que podría haber caído desde la parte superior de la compuerta? -preguntó Kincaid.

– La reja no es suficientemente alta para evitar que un hombre alto caiga si está borracho. O si es estúpido. Pero la plataforma de cemento continúa un poco por la parte de arriba del río, antes de juntarse con la vieja sirga, y todo ese tramo no tiene reja.

Kincaid recordó las casas que había visto río arriba situadas a este lado del río. Todas tenían céspedes inmaculados que llegaban al agua y algunas incluso tenían pequeños muelles.

– ¿Y si hubiera caído corriente arriba?

– La corriente no es muy fuerte hasta que se llega cerca de la compuerta, de modo si cayó al agua por allí -apuntó río arriba- digo yo que tenía que estar inconsciente para no poder salir por su propio pie. O ya debía de estar muerto.

– ¿Y si hubiera caído por aquí, por la compuerta? ¿Hubiera sido la corriente suficientemente fuerte como para mantenerlo bajo el agua?

Smith miró un momento hacia la esclusa antes de responder.

– Es difícil de decir. La corriente es lo que mantiene la compuerta cerrada… y es muy violenta. Pero eso de si puede mantener bajo el agua a un hombre que está luchando por su vida… diría que es poco probable, pero no puedo estar seguro.

– Una cosa más, señor Smith -dijo Kincaid-. ¿Oyó o vio algo poco usual durante la noche?

– Me voy a dormir temprano porque me levanto siempre al amanecer. Nada me perturbó el sueño.

– ¿Le hubiera podido despertar una escaramuza?

– Siempre he tenido el sueño pesado, comisario. No lo puedo decir con seguridad.

– ¿El sueño de los inocentes? -susurró Gemma mientras salían y Smith cerraba la puerta con firmeza.

Kincaid se paró y miró hacia la esclusa.

– Si Connor Swann hubiera estado inconsciente o ya muerto cuando cayó al agua, ¿cómo demonios pudo alguien traerlo hasta aquí? Sería casi imposible de llevar a cabo incluso para un hombre fuerte.

– ¿En barco? -aventuró Gemma-. Tanto desde río arriba como desde río abajo. Aunque ¿por qué querría alguien sacarlo de un barco situado pasada la esclusa, llevarlo consigo y luego tirarlo en el lado de arriba? No lo puedo imaginar.

Caminaron despacio hacia el sendero que les llevaría de regreso al otro lado de la presa. El viento soplaba por detrás. Los barcos amarrados se mecían pacíficamente en las tranquilas aguas de río abajo. Los patos se zambullían y sumergían la cabeza, despreocupados por las actividades humanas que no implicaran cortezas de pan.

– ¿Estaba ya muerto? Ésta es la cuestión, Gemma. -La miró levantando una ceja-. ¿Te apetece una visita al depósito de cadáveres?

3

A Kincaid el olor a desinfectante siempre le recordaba la enfermería del colegio, donde la enfermera vendaba las rodillas con rasguños y ejercía el poder de enviar a uno a casa si la herida o la enfermedad era suficientemente seria. Los residentes de esta sala, sin embargo, ya no podían disfrutar de los cuidados de la enfermera y el desinfectante no acababa de disimular del todo el penetrante y esquivo olor a descomposición. Sintió que los brazos se le ponían de carne de gallina por el frío.

Tras una breve llamada al CID de Thames Valley, se habían dirigido al Hospital General de High Wycombe, donde se iba a hacer la autopsia al cuerpo de Connor Swann. El hospital era viejo y la morgue no dejaba de ser un lugar cubierto de azulejos y con lavabos de porcelana. No había filas de armarios de acero inoxidable donde se guardaban los cadáveres para que no se vieran. En su lugar, las camillas de acero que estaban alineadas contra las paredes contenían formas abultadas envueltas en sábanas blancas y de cuyos dedos gordos de los pies pendían etiquetas.