– ¿Llegaron a alguna parte?
Negó con la cabeza.
– El tipo con quien hablé recordaba muy bien el caso. Tuvo a la gente del barrio bastante alterada durante un par de semanas. Una mujer respetable camina por la calle, un par de payasos se apoderan de ella, es como ser fulminado por un rayo, ¿entiendes lo que quiero decir? Si le puede pasar a ella, le puede pasar a cualquiera y no estás a salvo ni siquiera en tu casa. Temieron que se repitiera. Violación por una pandilla sobre ruedas. Todo el tema de los asesinatos en serie. ¿Cómo fue ese caso en Los Angeles del que hicieron una miniserie?
– No lo sé.
– Dos italianos, creo que eran primos. Atacaban a las prostitutas y las dejaban en las colinas. «El estrangulador de la colina» lo llamaban. Deberían haber dicho «Los estranguladores», pero creo que los medios de comunicación le pusieron ese nombre al caso antes de saber que era más de una persona.
– La mujer de Woodhaven -dije.
– Exacto. Temían que fuera la primera de una serie, pero después no pasó nada más y todo el mundo se relajó. Todavía le dedican mucha atención al caso, pero no les ha conducido a ningún lado. Todavía es un caso abierto y la idea es que la única manera de resolverlo es si atrapan a los criminales cuando lo vuelvan a hacer. Me pregunto si teníamos algo en conexión con eso. ¿Lo tenemos?
– No. ¿Qué hizo el esposo de la mujer? ¿Te enteraste?
– Creo que no estaba casada. Me parece que era una maestra de escuela. ¿Por qué?
– ¿Vivía sola?
– ¿Qué diferencia hay?
– Me encantaría ver la ficha, Joe.
– Te gustaría, ¿no? ¿Por qué no te vas hasta el Uno-Doce y dices que te la enseñen?
– No creo que funcione.
– No lo crees, ¿eh? ¿Quieres decir que hay policías en esta ciudad que no son capaces de tomarse la molestia de hacerle un favor a un detective privado? ¡Estoy consternado!
– Te lo agradecería.
– Una llamada telefónica o dos es una cosa -se disculpó-. No tuve que cometer ninguna contravención flagrante de las normas del departamento y el tipo de Queens tampoco. Pero ahora estás pidiendo la divulgación de material confidencial. Se supone que ese expediente no debe salir de la oficina.
– No tiene por qué. Todo lo que él tiene que hacer es dedicar cinco minutos a fotocopiarlo.
– ¿Quieres todo el expediente? Una investigación de homicidio en gran escala. Ese expediente debe de tener veinte o treinta páginas.
– El departamento puede costear los gastos de fotocopiado.
– No sé -titubeó-. El alcalde no deja de decirnos que la ciudad se está arruinando. ¿Qué interés tienes en eso, de todos modos?
– No lo puedo decir.
– Bueno, Matt. Quieres que todo se haga en una sola dirección, ¿no?
– Es un asunto confidencial.
– No me jodas. Es confidencial, pero los archivos del departamento son un libro abierto, ¿verdad?
Encendió un cigarrillo y tosió.
– Esto no tendrá nada que ver con un amigo tuyo, ¿verdad?
– No te sigo.
– Tu amigote Ballou. ¿Esto tiene algo que ver con él?
– Por supuesto que no.
– ¿Estás seguro?
– Está fuera del país -murmuré-. Hace más de un mes que se fue y no sé cuándo vuelve y nunca se ha dedicado a violar mujeres y dejarlas en mitad de la calle.
– Ya lo sé. Es un caballero. Repone todos los trozos de césped. Están tratando de armar un caso RICO contra él, pero supongo que ya lo sabías.
– Oí algo al respecto.
– Espero que lo puedan empapelar y lo metan en una cárcel federal durante los próximos veinte años. Pero supongo que tú opinas de otro modo.
– Es amigo mío.
– Sí, eso me han dicho.
– De todos modos, no tiene nada que ver con este asunto.
Volvió la vista hacia mí y añadí:
– Tengo un cliente cuya esposa ha desaparecido. El modus operandi parece similar al incidente de Woodhaven.
– ¿La raptaron?
– Parece.
– ¿Él lo denunció?
– No.
– ¿Por qué no?
– Creo que tiene sus razones.
– Eso no es suficiente, Matt.
– Supongo que está ilegalmente en el país.
– Media ciudad está en el país ilegalmente. ¿Crees que cogemos un caso de secuestro y lo primero que hacemos es entregarle la víctima al INS? ¿Y quién es este tipo que no puede mostrar la tarjeta verde, pero que tiene el dinero para un investigador privado? Me suena que debe de ser algo sucio.
– Lo que tú digas.
– Lo que yo diga, ¿eh? -Sacó su cigarrillo y me miró con el entrecejo fruncido-. ¿La mujer está muerta?
– Está empezando a parecer que sí. Si es la misma gente…
– Sí, pero ¿por qué tendría que ser la misma gente? ¿Cuál es la conexión? ¿El modus operandi del secuestro?
Como yo no contesté nada, cogió la nota de la cuenta, la miró y me la tiró sobre la mesa.
– Ahí tienes -dijo-. Es tu cuenta. ¿Todavía estás en el mismo número? Te llamaré esta tarde.
– Gracias, Joe.
– No, no me lo agradezcas. Tengo que ir a estudiar si hay alguna manera de que esto se vuelva contra mí. Si no la hay, haré la llamada. De lo contrario, olvídalo.
Fui a la reunión del mediodía en Fireside y luego volví a mi cuarto. No había nada de Durkin, sino un papelito con un mensaje que indicaba que había tenido una llamada de TJ. Nada más que eso, ningún número, ningún otro mensaje. Estrujé el papel y lo tiré.
TJ es un adolescente negro que conocí hace alrededor de año y medio, en Times Square. TJ es el nombre de su calle, pero si tiene otro nombre, no quiere decírmelo. Me pareció vivaz, descarado e irreverente, un soplo de aire fresco en el pantano fétido de la Calle 42, e hicimos buenas migas. Le permití hacer algunas diligencias menores para un caso, acaecido tiempo ha, en el área de Times Square, y desde entonces ha estado en contacto conmigo. Cada dos semanas recibo una o varias llamadas suyas. Nunca deja ningún número y yo no tengo forma de ponerme en contacto con él, de manera que sus mensajes sólo son un modo de hacerme saber que piensa en mí. Si realmente quiere contactar conmigo, sigue llamando hasta que me encuentra en casa.
Cuando lo hace, a veces charlamos hasta que se le terminan las monedas o a veces nos encontramos en su barrio o en el mío, y yo le invito a comer. Dos veces le he dado pequeños trabajos que hacer en conexión con casos en los que yo estaba trabajando. Parece obtener una satisfacción del trabajo que no puede explicarse por las pequeñas sumas que yo le pago.
Subí a mi cuarto y llamé a Elaine.
– Danny Boy te manda saludos -dije-. Y Joe Durkin dice que eres una buena influencia para mí.
– Por supuesto que lo soy -dijo-. Pero ¿cómo lo sabe?
– Dice que estoy mejor vestido desde que empezamos a salir juntos.
– Te dije que este traje nuevo es especial.
– Pero no lo llevaba puesto.
– Ya.
– Llevaba la chaqueta, siempre me pongo esa maldita chaqueta.
– Todavía está bien. ¿Con pantalones grises? ¿Qué camisa y qué corbata llevabas?
Se lo dije y comentó:
– Es un conjunto que te queda bien.
– Aunque bastante vulgar. Anoche vi un traje de noche único.
– ¿En serio?
– Con un drapeado y un pliegue estrecho, según palabras de Danny Boy.
– Danny Boy no usaría un traje de ésos.