– No. Era de un socio suyo llamado… Bueno, su nombre no importa. También llevaba puesto un sombrero de paja con una cinta de un rosa chillón. Si yo me hubiera puesto algo así para ir a la oficina de Durkin…
– Se hubiera impresionado. Tal vez sea algo en tu comportamiento, cariño. Tal vez sea tu postura lo que Durkin está señalando. Te estás vistiendo con más autoridad.
– Porque mi corazón es puro.
– Ésa debe de ser la causa.
Charlamos un poco más. Ella tenía una clase esa noche y hablamos de reunimos después, pero no nos pareció prudente.
– Mejor mañana -sugirió-. ¿Una película tal vez? Sólo que odio salir los fines de semana porque cualquier lugar decente está repleto. Ya sé, tal vez ir al cine por la tarde temprano y después a cenar, suponiendo que no trabajes.
Le dije que eso me parecía muy bien.
Colgué y el hombre de la recepción llamó para decir que había tenido una llamada mientras hablaba con Elaine. Han cambiado el sistema telefónico varias veces desde que estoy en el Northwestern. Al principio, todas las llamadas tenían que pasar por la centralita. Luego lo arreglaron de manera que uno podía marcar directamente, pero las llamadas de fuera todavía pasaban por el conmutador. Ahora tengo una línea directa para hacer o recibir llamadas, pero si no levanto el receptor después de cuatro timbrazos, la pasan abajo. Recibo mi propia cuenta de NYNEX, el hotel no cobra nada y yo vengo a tener un servicio de mensajería gratuito.
La llamada era de Durkin. Le llamé a mi vez.
– Te dejaste algo aquí -dijo-. ¿Quieres pasar a buscarlo o te lo mando?
Le dije que iría tan pronto como pudiera.
Estaba al teléfono cuando llegué a la oficina de la patrulla. Tenía la silla inclinada hacia atrás y fumaba un cigarrillo mientras otro se quemaba en el cenicero. En el escritorio que había junto al suyo, un detective llamado Bellamy miraba por encima de sus gafas la pantalla de su ordenador.
Joe tapó con la mano el auricular y dijo:
– Creo que ese sobre es tuyo, tiene tu nombre. Te lo olvidaste cuando estuviste aquí.
Sin esperar respuesta, volvió a su conversación. Alargué la mano por encima de su hombro y cogí un sobre marrón de 22 x 30 cm. Detrás de mí, Bellamy le decía al ordenador:
– No se entiende ni hostia.
No quise polemizar al respecto.
6
Al volver a mi habitación, extendí sobre la cama un rollo de fotocopias pasadas por fax. Era evidente que habían fotocopiado todo el expediente: treinta y seis páginas. Algunas de ellas sólo contenían unas pocas líneas, pero otras estaban saturadas de información.
Al recorrerlas, se me ocurrió pensar cómo habría reaccionado yo si todavía fuese policía. En aquellos tiempos no teníamos fotocopiadoras, por no hablar de los fax. Para ver el expediente de Marie Gotteskind habría habido que ir hasta Queens y hojearlo donde estaba archivado, mientras algún policía nervioso miraba por encima de tu hombro y trataba de meterte prisa.
Actualmente bastaba con meter en un fax toda la información y ésta llegaba como por arte de magia a ocho kilómetros de distancia o al otro lado del mundo, según el caso. El expediente original nunca salía de la oficina donde se guardaba y ninguna persona no autorizada entraba a hurtadillas para echarle un vistazo, de manera que nadie tenía que incomodarse por abrir una brecha en la seguridad.
Y yo tenía todo el tiempo que necesitaba para estudiar el expediente Gotteskind.
Era conveniente que lo hiciera, porque no tenía ninguna idea clara de lo que estaba buscando. Una cosa que no ha cambiado desde que ingresé en la Academia de Policía es la cantidad de papeleo que el trabajo genera. Sea uno la clase de policía que sea, se pierde menos tiempo haciendo cosas que poniéndolas por escrito. Una parte de esta mecánica es la basura burocrática habitual, otra parte importante corresponde al epígrafe general de cubrirse las espaldas, que probablemente es ineludible. El trabajo policial es un esfuerzo colectivo en el que participa una gran variedad de personas incluso en la investigación más simple, y si no se consigna por escrito en alguna parte, nadie tiene una idea general del caso ni puede evaluar lo que representa.
Lo leí todo y, cuando llegué al final, volví atrás y separé unas hojas para echarles otro vistazo. Algo obvio desde el principio era la semejanza extraordinaria entre el secuestro de Gotteskind y la forma en que se habían apoderado de Francine Khoury, en Brooklyn. Anoté los siguientes puntos coincidentes:
1. Ambas mujeres fueron raptadas en calles comerciales.
2. Ambas mujeres tenían el coche estacionado en las inmediaciones y estaban haciendo las compras a pie.
3. Ambas fueron secuestradas por un par de hombres.
4. En ambos casos, se describió a los hombres como de peso y estatura parecidos, y vestidos de igual modo. Los secuestradores de Gotteskind llevaban pantalones de color caqui y anorak azul marino.
5. Se llevaron a ambas mujeres en furgonetas. La empleada en Woodhaven fue descrita por varios testigos como de color azul claro. Un testigo dijo concretamente que era una Ford y facilitó un número de matrícula parcial, pista que no había llevado a ninguna parte.
6. Varios testigos declararon que en los laterales de la furgoneta figuraba el nombre de una empresa de electrodomésticos, «Electrodomésticos PJ», «Electrodomésticos B & J» y variantes parecidas. Según otra declaración, ponía «Ventas y Servicios». No había ninguna dirección, pero los testigos aseguraron que había un número telefónico, aunque nadie supo reproducirlo. Una exhaustiva investigación no había podido vincular la furgoneta con ninguna de las innumerables compañías del municipio que vendían y reparaban electrodomésticos, y la conclusión más convincente parecía ser que tanto el nombre de la firma como el número de la matrícula eran falsos.
7. Marie Gotteskind tenía veintiocho años de edad y estaba empleada como maestra suplente en las escuelas primarias de la ciudad de Nueva York. Durante tres días, incluido el de su secuestro, había reemplazado a una maestra de cuarto curso, en Ridgewood. Tenía aproximadamente la misma estatura de Francine Khoury y unos kilos de peso de diferencia con ella. Era rubia y de tez clara, mientras que Francine tenía cabello oscuro y tez olivácea. No había ninguna fotografía en el expediente, excepto las tomadas en el lugar de los hechos, en Forest Park, pero el testimonio de quienes la conocían indicaba que se la consideraba atractiva.
Había diferencias. Marie Gotteskind era soltera. Había salido algunas veces con un profesor a quien había conocido en una suplencia, pero su relación no parecía haber significado mucho y la coartada de él para la hora de la muerte de ella era, en todo caso, irrebatible.
Marie vivía con sus padres. Su padre, un antiguo instalador de calderas de vapor, tenía una pensión por incapacidad por un accidente laboral y dirigía desde su casa una pequeña empresa de encargos por correo. Su madre le ayudaba y además era contable a tiempo parcial en varios comercios del barrio. Ni Marie ni sus padres tenían ninguna vinculación demostrable con la subcultura de la droga. No eran ni árabes ni fenicios.
El examen médico había sido meticuloso, por supuesto, y había mucho de que informar. La muerte se había producido como resultado de múltiples puñaladas en el pecho y el abdomen, varias de las cuales habrían sido mortales por sí solas. Había pruebas de agresiones sexuales repetidas y restos de semen en el ano, la vagina y la boca, así como en una de las heridas de cuchillo. Las constataciones forenses indicaban que por lo menos se habían usado dos cuchillos diferentes y sugerían que los dos podían ser cuchillos de cocina, uno de ellos con una hoja más larga y ancha que el otro. El análisis del semen indicaba la presencia de dos agresores por lo menos.
Además de las puñaladas, el cuerpo desnudo mostraba contusiones múltiples que indicaban que la víctima había sido golpeada repetidamente.