– Me pregunto si alguien llamará realmente.
Después hablé con Kenan Khoury, que quería saber cómo iban las cosas. Le conté que había conseguido abrir varias líneas de investigación, pero que no esperaba resultados rápidos.
– Pero crees que tenemos algo -se impacientó.
– No. En absoluto.
– Bien -dijo-. Escucha, te digo por qué te he llamado. Voy a estar fuera del país un par de días por asuntos profesionales. Tengo que ir a Europa; salgo mañana del aeropuerto Kennedy y volveré el jueves o el viernes.
– Si algo surgiera, llama a mi hermano. Tienes su número, ¿no?
Yo lo tenía en la tira de papel de uno de los mensajes, precisamente delante de mí, y llamé en cuanto colgué con Kenan. La voz de Peter era una voz embotada y me disculpé por despertarlo. Respondió:
– No, está bien. Me alegro de que lo hayas hecho. Estaba viendo el baloncesto y me quedé dormido frente al televisor. Detesto que me pase esto, siempre termino con el cuello dolorido. La razón por la que te llamé es que me preguntaba si planeabas ir a una reunión esta noche.
– Pensaba ir, sí.
– Bueno, ¿qué tal si te recojo y vamos juntos? Hay una reunión en Chelsea, a la que me he acostumbrado a ir; es un grupo pequeño y agradable. Se reúnen a las ocho en la iglesia española de la Calle 19.
– Me parece que no la conozco.
– Pilla un poco a trasmano, pero la primera vez que logré estar sereno estaba en un programa para pacientes de paso por ese barrio y ésta se convirtió en mi reunión sabatina habitual. Ya no voy tanto por allí, pero teniendo el coche… ¿Sabes que tengo el Toyota de Francine?
– Sí.
– Entonces, ¿qué tal si te recojo cerca de tu hotel a eso de las siete y media? ¿Te parece bien?
Dije que muy bien y, cuando salí del hotel, a las siete y media, estaba estacionado enfrente. Yo estaba muy contento de no tener que caminar. Había estado lloviznando a ratos por la tarde y ahora la lluvia había arreciado.
De camino a la reunión hablamos de deportes. Los equipos de béisbol estaban en el periodo de entrenamiento de primavera, pues la temporada empezaría dentro de un mes más o menos. Yo no acababa de interesarme esta primavera, aunque probablemente quedaría atrapado una vez se iniciara la competición. Pero, por el momento, la mayor parte de las noticias se referían a las negociaciones de los contratos, con un jugador resentido porque sabía que valía más de ochenta y tres millones por año. No sé, tal vez los valiera. Tal vez todos lo valen, pero me resulta difícil que me importe realmente si ganan o pierden.
– Creo que Darryl está finalmente listo para ser titular y jugar -dijo Peter-. Las últimas semanas ha entrenado muy bien.
– Ahora que ya no es de los nuestros.
– Las cosas siempre son como son, ¿no? Pasamos años esperando que alcanzara su mejor forma y ahora tenemos que verlo jugar con la camiseta de los Dodgers.
Estacionamos en la Calle 20 y dimos la vuelta a la manzana en dirección a la iglesia. Era Pentecostés y había servicios tanto en español como en inglés. La reunión se celebraba en la cripta, con quizás unas cuarenta personas presentes. Vi algunas caras que reconocí de otras reuniones de los alrededores de la ciudad y Peter saludó a unas cuantas más, una de las cuales le dijo que no lo había visto durante un tiempo. Él le contestó que había estado yendo a otras reuniones.
Eso no se veía con frecuencia en Nueva York. Después de que el orador contaba su historia, la reunión se dividía en pequeños grupos, entre siete y diez personas sentadas alrededor de cada una de las cinco mesas. Había una para los principiantes, otra para la discusión general, otra para hablar de los Doce Pasos y no recuerdo qué más. Pete y yo terminamos en la mesa de discusión general, donde la gente tendía a hablar de lo que estaba pasando en su vida en ese momento y cómo se las arreglaban para mantenerse sobrios. Por lo general, parece que yo saco más de eso que de las discusiones que se centran en un tema o en una de las bases filosóficas del programa.
Hacía poco que una mujer había empezado a trabajar como consejera de alcohólicos y hablaba de lo difícil que le resultaba mantener el entusiasmo en las reuniones después de pasar ocho horas ocupándose de los mismos puntos en su trabajo.
– Es difícil hacer una pausa -dijo.
Un hombre habló de que le acababan de diagnosticar un VHI positivo y cómo se estaba desenvolviendo con ello. Yo hablé de la naturaleza cíclica de mi trabajo y de cómo me inquietaba cuando pasaba mucho tiempo parado entre un trabajo y otro y de cómo yo mismo me presionaba cuando aparecía un nuevo trabajo.
– Es fácil equilibrar las cosas cuando uno bebe -comenté-, pero ya no recaeré más. Las reuniones ayudan.
Pete habló cuando le llegó el turno, comentando en su mayor parte algunos puntos que otras personas habían tocado. No dijo mucho de él mismo.
A las diez, nos pusimos en pie formando un gran corro, nos dimos las manos y rezamos una oración. Afuera, la lluvia había aflojado un poco. Caminamos hasta el Camry y me preguntó si tenía hambre. Me di cuenta de que sí. No había cenado, sólo había comido un pedazo de pizza al volver de la hemeroteca a casa.
– ¿Te gusta la comida de Oriente Medio, Matt? No me refiero a los puestos ambulantes de falafel, sino a la cocina en serio. Porque hay un lugar en el Village que es verdaderamente bueno. ¿Vamos? -La sugerencia me pareció muy agradable y, en vista de mi mudo asentimiento, siguió-: ¿O sabes qué podemos hacer? Podríamos ir en un momento al viejo barrio… A menos que hayas pasado tanto tiempo en Atlantic Avenue últimamente que estés harto de él.
– Queda a trasmano, ¿no?
– Pero tenemos el coche. Y ya que lo tenemos, podríamos sacarle partido.
Se dirigió hacia el puente de Brooklyn. Yo iba pensando que era hermoso bajo la lluvia y él comentó:
– Amo este puente. El otro día leía cómo todos los puentes se están deteriorando. No se puede abandonar un puente, hay que conservarlo, y la ciudad lo hace pero no lo suficiente.
– No hay presupuesto.
– ¿Y cómo se ha llegado a eso? Durante años la ciudad pudo costear cualquier cosa que tuviera que hacer y ahora nunca hay dinero. ¿Tienes idea de por qué ocurre eso?
Negué con la cabeza.
– No creo que sea solamente Nueva York. Es la misma historia por todas partes.
– ¿Sí? Porque lo único que yo veo es Nueva York y es como si la ciudad se estuviera desmoronando. La ¿cómo se dice? La infraestructura, ¿es ésa la palabra que me falta?
– Creo que sí.
– La infraestructura se está cayendo a pedazos. Se rompió otra cañería el mes pasado. Lo que pasa es que el sistema es viejo y todo se está deteriorando. ¿Quién oyó alguna vez, hace diez o veinte años, que las cañerías maestras se hubieran roto? ¿Recuerdas que antes pasara esa clase de cosas?
– No, pero eso no significa que no hayan pasado. Pasaron muchas cosas que desconozco.
– Ah, sí. Ésa es la cuestión. Me pasa a mí lo mismo. Todavía pasan muchas cosas que desconozco.
El restaurante que eligió estaba en Court Street, a media manzana de Atlantic. Siguiendo su sugerencia, comí pastel de espinacas como entrada, pues me aseguró que era completamente diferente del spanakopita que servían en los cafés griegos. Estaba en lo cierto. El plato principal, un guiso de trigo molido y carne cortada y salteada con cebolla, también era excelente, pero demasiado abundante para que yo pudiera terminarlo.
– Te lo puedes llevar a casa -dijo-. ¿Te gusta este lugar? Nada selecto, pero la comida es insuperable.
– Me sorprende que esté abierto tan tarde.
– ¿Un sábado? Sirven hasta la medianoche, probablemente más tarde aún. -Se recostó en la silla-. Ahora, la forma de coronar la comida, si quieres hacerlo bien, sería tomar un estomacal. ¿Alguna vez has probado una cosa llamada arak?
– ¿Es como el ouzo?