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– Habrá algunos gastos, Matt -dijo Jimmy Hong-. Necesitaremos una habitación de hotel.

– Yo tengo una.

– ¿Quieres decir… donde vives? -Se miraron sonriendo, divertidos ante mi ingenuidad-. No, lo que se necesita es un lugar anónimo. Estaremos sumergidos profundamente en NYNEX, ¿comprendes…?

– Arrastrándonos dentro del vientre de la bestia, como quien dice…

– …y podríamos dejar huellas de pisadas.

– O huellas digitales, si lo prefieres.

– Incluso huellas de voces, metafóricamente hablando, por supuesto.

– Así que no queréis hacer esto desde un teléfono que se pueda localizar fácilmente. Lo que queréis hacer es alquilar una habitación de hotel con nombre falso y pagar la cuenta en efectivo, ¿no es eso?

– Una habitación razonablemente decente.

– No tiene que ser lujosa.

– Sólo que tenga teléfono con línea directa.

– Casi todos la tienen en la actualidad. Y que tenga botones.

– No el viejo disco rotativo.

– Bueno, eso es fácil. ¿Es eso lo que habitualmente hacéis? ¿Alquilar una habitación de hotel? -pregunté.

Volvieron a cambiar miradas de connivencia.

– Porque si hay un hotel que prefiráis…

– Lo que pasa, Matt, es que cuando queremos piratear, en general no tenemos cien o ciento cincuenta dólares para gastar en una habitación de hotel decente -confesó David.

– Ni siquiera setenta y cinco dólares para una habitación de hotel cochambrosa.

– Ni cincuenta para una habitación asquerosa. De manera que lo que hacemos…

– Buscamos un grupo de teléfonos públicos donde no haya mucho movimiento, como en la sala de espera de la estación Grand Central que da a las líneas de cercanías…

– Porque no hay muchos trenes de cercanías que salgan en mitad de la noche…

– O en un edificio de oficinas o algo por el estilo.

– Una vez nos metimos en una oficina y…

– Lo que fue muy estúpido, tío. No quiero volverlo a hacer nunca.

– Sólo lo hicimos para usar el teléfono.

– ¿Y te imaginas decirle eso a la policía? No es allanamiento de morada, sólo entramos para telefonear.

– Bueno, fue emocionante, pero no lo volveríamos a hacer. La cosa es que tendremos que pasar horas y horas haciendo esto…

– Y no podemos dejar que entre nadie, ni cambiar de teléfonos cuando estemos totalmente conectados.

– Ningún problema -dije-. Conseguiremos un hotel decente. ¿Qué más?

– Coca-Cola.

– O Pepsi.

– La Coca-Cola es mejor.

– O Jolt. «Con todo el azúcar y el doble de cafeína.»

– Tal vez algo de comida barata. Quizá Doritos.

– Que sean de sabor a campo, no los de barbacoa.

– Patatas fritas, Doodles de queso…

– ¡Tío! ¡Doodles de queso, no!

– Me gustan los Doodles de queso.

– Es la comida basura más basura que hay. Te desafío a que encuentres algo comestible que sea más estúpido que los Doodles de queso.

– Pringles.

– ¡No es justo! Los Pringles no son comida. Matt, tienes que juzgar esto. ¿Qué dices? ¿Son comida los Pringles?

– Bueno…

– ¡No lo son! ¡Hong, estás enfermo! Los Pringles son discos playeros diminutos y retorcidos. Eso es lo que son. No son comida.

En vista de que Kenan Khoury no contestaba, probé con su hermano. La voz de Peter era soñolienta y me disculpé por despertarlo.

– Siempre me pasa lo mismo -dije-. Lo lamento.

– Es culpa mía por dar una cabezada a media tarde. Últimamente tengo el sueño cambiado. ¿Qué pasa?

– Nada de importancia. Estaba tratando de dar con Kenan.

– Todavía está en Europa. Me llamó anoche.

– Ah.

– Vuelve el lunes. ¿Por qué? ¿Tienes que darle alguna buena noticia?

– Todavía no. He de coger algunos taxis.

– ¿Cómo?

– Gastos. Tengo que soltar unos dos mil dólares mañana. Quería aclararlo con él -dije.

– ¡Eh, por eso no hay ningún problema! Estoy seguro de que dirá que sí. Te dijo que cubriría tus gastos, ¿no?

– Sí.

– Pues gástalos. Ya te los devolverá.

– Ése es el problema -dije-. Mi dinero está en el banco y es sábado.

– ¿No puedes usar un cajero automático?

– No para una caja de seguridad. Y no puedo sacarlo todo de la cuenta corriente porque acabo de pagar las facturas del mes.

– Extiende un cheque y lo cubres el lunes.

– No es un trabajo por el que la gente aceptaría un cheque.

– ¡Está bien! -dijo y, tras una corta pausa, añadió-: No sé qué decirte, Matt. Podría conseguir doscientos, pero no tengo nada que se parezca a dos mil.

– ¿Kenan no los tiene en la caja de seguridad?

– Es probable que tenga mucho más que eso, pero no puedo acceder a ella. No se le da a un drogadicto la combinación de una caja, aunque sea tu hermano. A menos que estés loco. -No dije nada-. No estoy resentido -añadió-. Me limito a señalar un hecho. No hay ninguna razón en el mundo para que yo tenga la combinación de la caja. Tengo que decirte que me alegro de no tenerla. No me la confiaría a mí mismo.

– Estás limpio y sereno ahora, Pete. ¿Cuánto ha pasado? ¿Año y medio?

– Todavía soy un borracho y un yonqui, tío. ¿Conoces la diferencia que hay entre los dos? Un borracho te robaría la cartera.

– ¿Y un yonqui?

– Un yonqui también te la robaría, pero luego te ayudaría a buscarla.

Estuve por preguntar a Pete si quería volver a ir a la reunión de Chelsea, pero algo me aconsejó que dejara pasar el momento. Puede que recordara que no era su padrino y que no era un cargo para el que yo quisiera promocionarme.

Llamé a Elaine y le pregunté cómo andaba de dinero.

– Ven -dijo-. Tengo una casa repleta de billetes.

Tenía mil quinientos dólares en billetes de cincuenta y de cien, y dijo que podía sacar más por el cajero automático, pero no más de quinientos al día. Cogí mil doscientos para no dejarla sin blanca. Con eso, más lo que tenía en la cartera y lo que sacaría de mi propio cajero automático, sería suficiente.

Le conté para qué necesitaba el dinero y le pareció fascinante.

– Pero ¿es seguro? -preguntó-. Es obvio que es ilegal, pero me pregunto: ¿muy ilegal?

– Peor que cruzar la calle sin mirar. Pinchar un ordenador es delito, lo mismo que manipularlo indebidamente, y presiento que los Kong cometerán ambos delitos mañana. En cuanto a mí, les estaré ayudando e instigando, y ya he cometido una incitación delictiva. Últimamente no puedes dar media vuelta sin infringir todo el código penal.

– Pero ¿crees que vale la pena?

– Sí.

– Porque sólo son unos críos. No querrás meterlos en problemas.

– Tampoco yo quiero meterme en un problema. Y ellos siempre corren ese riesgo. Por lo menos se les paga para eso.

– ¿Cuánto les vas a dar?

– Quinientos a cada uno.

Silbó.

– No está mal por una noche de trabajo.

– No, claro que no, y si hubieran propuesto una cantidad, probablemente habría sido mucho menor. Quedaron desconcertados cuando les pregunté cuánto querían, así que sugerí quinientos para cada uno. Les pareció muy bien. Son chicos de clase media. No creo que anden necesitados de dinero. Tengo la sensación de que podría haberlos convencido gratis.

– Apelando a sus mejores instintos.

– Y por su deseo de meterse en algo emocionante. Pero no quise hacerlo. ¿Por qué no iban a recibir el dinero? Habría estado dispuesto a pagar más a un empleado de la compañía telefónica si hubiera sabido a quién sobornar. Pero no pude encontrar a nadie que admitiera que lo que yo quería era tecnológicamente posible. ¿Por qué no dárselo a los Kong? No es mi dinero y Kenan Khoury dice que siempre puedes permitirte ser generoso.

– ¿Y si llegado el momento decide hacerse el loco?

– No me parece probable.

– A menos que lo detengan cuando pase por la aduana con un chaleco lleno de heroína.

– Supongo que podría ocurrir -admití-, pero sólo significaría que yo perdería algo menos de dos mil, lo cual es tolerable, ya que le saqué diez mil hace un par de semanas. ¡Cómo pasa el tiempo! Se cumplirán dos semanas el lunes.

– ¿Cómo va el asunto?

– Bueno, no conseguí mucho en todo este tiempo. Parece como si… Bueno, al diablo con eso. Hago lo que puedo. De todos modos, la cuestión es que puedo correr el riesgo de que no me lo reembolse.

– Me lo imagino -dijo frunciendo el entrecejo-. ¿Cómo llegas a los dos mil dólares? Unos ciento cincuenta para un hotel y mil para los dos Kong. ¿Cuánta Coca-Cola pueden ingerir dos jóvenes?

– Yo también bebo. Y no te olvides de TJ.

– ¿Toma mucha Coca?

– Toda la que quiere. Y además cobra quinientos dólares.

– ¿Por presentarte a los Kong? Ni siquiera había pensado en eso.

– Por presentarme a los Kong y por pensar en presentármelos. Son la manera perfecta de destilar información de la compañía telefónica, y yo nunca habría pensado en buscar a alguien así.

– Bueno, uno oye hablar de los infopiratas, pero ¿cómo encontrarías a uno? No vienen en las Páginas Amarillas. Matt, ¿cuántos años tiene TJ?

– No lo sé.

– ¿Nunca se lo has preguntado?

– Nunca he recibido una respuesta clara. Diría que quince o dieciséis, y creo que no me equivocaría en más de un año en ninguno de los dos casos.

– ¿Y vive en la calle? ¿Dónde duerme?

– Dice que tiene un lugar. Nunca ha dicho dónde está ni de quién es. Pero una cosa al menos se aprende en la calle: no te apresures a contarle tus asuntos a la gente. Ni siquiera tu nombre.

– ¿Sabe cuánto le vas a dar?

Negué con la cabeza.

– No lo hemos discutido.

– No debe de esperar mucho, ¿verdad?

– No, pero ¿por qué no dárselo?

– No digo que no. Sólo me pregunto qué hará con quinientos dólares.

– Lo que quiera. A un cuarto de dólar por vez, me podría llamar dos mil veces.

– Supongo -dijo-. ¡Joder, cuando pienso en las personas que conocemos…! Danny Boy, Kali, Mick, TJ, los Kong. Oye, Matt, no nos vayamos nunca de Nueva York, ¿quieres?