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– Muy bien, estamos en los circuitos de Brooklyn. Vuelve a darme ese número.

Lo busqué y lo leí en voz alta y lo introdujo en el ordenador. Más letras y más números, sin sentido para mí, aparecieron en el monitor. Sus dedos bailaron sobre el teclado y apareció el nombre y la dirección de mi cliente.

– ¿Ése es tu amigo? -quiso saber Jimmy. Asentí-. No está hablando por teléfono.

– ¿Puedes darte cuenta de eso?

– Claro. Lo estaríamos escuchando. Puede uno meterse y escuchar a todo el mundo.

– Aunque es un coñazo.

– Sí, solíamos hacerlo. Crees que a lo mejor oirás algo picante, o a la gente hablando acerca de un delito o de un asunto de espionaje, y nada. Lo único que se oye es «Trae un litro de leche cuando vuelvas a casa, querido». Un coñazo.

– ¡Cuánta gente incapaz de expresarse! Lo único que hacen es tartamudear y balbucear, y a uno le dan ganas de decirles que lo suelten de una vez o lo olviden.

– Claro que siempre hay sexo telefónico.

– No me lo recuerdes.

– Es el juego favorito de King. Tres dólares por minuto facturados a tu teléfono particular, pero si tienes un teléfono público al que le has enseñado a dejar de serlo, sale gratis.

– Aunque parece inquietante. Lo que hicimos una vez fue meternos y escuchar furtivamente una de esas líneas.

– Y después intervinimos la línea e hicimos comentarios, lo que realmente alucinó a aquel tipo. Pagaba por hablar con aquella mujer en vivo, una tía con una voz increíble…

– … que probablemente tenía la cara de Matusalén, pero eso nadie lo podía saber…

– … y he aquí que King cae sobre él en medio de una frase y hace polvo su fantasía.

– La chica también alucinaba.

– ¿Chica? Lo más probable es que fuera su abuela.

– «¿Quién ha dicho eso? ¿Quién es usted? ¿Cómo ha podido intervenir esta línea?» Durante toda esta conversación, Jimmy Hong había estado tomando parte en otro diálogo con el ordenador al mismo tiempo. Alzó una mano reclamando silencio mientras le daba a las teclas con la otra.

– Muy bien -dijo-. Dime la fecha. Fue en marzo, ¿no?

– El veintiocho.

– Mes tres, fecha dos ocho. Y necesitamos las llamadas hechas al 04-053-904.

– No, su número es…

– Ése es su número de línea, Matt. ¿Recuerdas la diferencia? Ah, lo que me imaginaba. La información no está disponible.

– ¿Y eso qué significa?

– Significa que fuimos muy previsores al traer comida en abundancia. ¿Alguien podría traerme uno de esos Doritos? Vamos a estar aquí un buen rato. ¿Te interesan las llamadas que hizo desde su casa, ya que estamos dentro de esta parte del sistema? Me parece que es una lástima desperdiciarlo.

– Podríamos verlas, sí.

– Vamos a ver qué conseguimos. Mira ése, parece que no quiere contarme nada. Bueno, probemos con éste. ¡Ajá! Bien, ahora…

En ese momento el sistema empezó a escupir un informe de las llamadas, exponiéndolo cronológicamente a partir de unos minutos después de la medianoche. Hubo dos llamadas antes de la una de la mañana, luego nada hasta las 8.47, cuando el sistema registró una llamada de treinta segundos a un número, el 212. Hubo una llamada más por la mañana y otras a primera hora de la tarde, y absolutamente ninguna entre las 2.51 y las 5.18, cuando estuve al teléfono durante minuto y medio con su hermano. Reconocí el número de Peter Khoury.

Después, nada más aquella noche.

– ¿Algo que quieras copiar, Matt?

– No.

– Muy bien -dijo-. Ahora viene la parte difícil.

No podría contarles qué fue lo que hizo. Poco después de las once cambiaron y David se hizo cargo de los controles mientras Jimmy iba y venía por la habitación sin parar de bostezar y de estirarse. Luego fue al baño, volvió y se zampó un paquete de pastelitos. A las doce y media volvieron a cambiar sus puestos y David fue al baño a darse una ducha. Para entonces, TJ estaba profundamente dormido en la cama, tendido sobre la colcha, completamente vestido, con zapatos y todo, y abrazando una de las almohadas como si el mundo entero estuviera tratando de quitársela.

A la una y media, Jimmy exclamó:

– Maldición. No puedo creer que no haya forma de entrar en NPSN.

– Dame el teléfono -replicó David. Marcó un número, gruñó, cortó, volvió a marcar y a la tercera tentativa conectó con alguien-. Hola. ¿Con quién hablo? Magnífico. Escucha, Rita, habla Taylor Fielding, de la central NICNAC. Tengo una emergencia Código Cinco que se aproxima. Necesito tu código de acceso al NPSN y tu contraseña antes de que todo vuelva a Cleveland. Es el Código Cinco, ¿me oyes?

Escuchó con atención y luego tendió la mano hacia el tablero del ordenador.

– Rita -dijo-, eres encantadora. Me has salvado la vida. Pero, bromas aparte, ¿puedes creer que he tenido dos personas seguidas que no sabían que el Código Cinco tiene precedencia? Sí, bueno, eso es porque prestas atención. Escucha, si se produce alguna estática en esto, me hago completamente responsable. Sí, tú también. Adiós.

– Tú te haces completamente responsable -replicó Jimmy-. Me encanta eso.

– Bueno, me pareció lo correcto.

– ¿Qué demonios es el Código Cinco? ¿Me lo queréis explicar?

– No lo sé. ¿Qué es la central NICNAC? ¿Quién es Taylor Feldman?

– Dijiste Fielding.

– Bueno, era Feldman antes de que lo cambiara. No sé, tío. Lo inventé todo, pero seguro que impresioné a Rita.

– Se te notaba tan desesperado…

– Pues claro. ¿Por qué no habría de estarlo? La una y media de la mañana y todavía no estamos siquiera en el NPSN.

– Ahora, sí.

– Y qué dulce es. Te diré algo, Hong, no puedes superar ese Código Cinco. De veras, atraviesa toda esa mierda burocrática. Tú me entiendes. «Se aproxima una emergencia Código Cinco.» Tío, eso casi la hace correrse.

– «Rita, eres encantadora.»

– Tío, me estaba enamorando, tengo que admitirlo. Y para cuando dejamos de hablar habíamos establecido una especie de relación, ¿sabes?

– ¿Vas a volver a llamarla?

– Apuesto a que puedo arrancarle una contraseña en cualquier momento, a menos que algo le indique que ha traicionado a la compañía. De lo contrario, la próxima vez que la llame seremos viejos amigos.

– Llámala alguna vez -dije- y no trates de conseguir una contraseña ni un código de acceso, nada.

– ¿Quieres decir que la llame sólo para charlar?

– Ésa es la idea. Mejor dale alguna información, pero no trates de sonsacarle nada.

– Muy extraño -dijo David.

– Y más adelante…

– Comprendido -dijo Jimmy-. Matt, no sé si tienes la destreza digital o la coordinación visual, en realidad no sabes nada de la tecnología, pero tengo que decirte algo. Tienes el corazón y el alma de un infopirata.

Según los Kong, todo el proceso se volvía interesante en cuanto ingresaran en el NPSN, fuera lo que fuese lo que eso significara.

– Ésta es la parte que desde un punto de vista técnico es verdaderamente fascinante -explicaba David-, porque aquí es donde tratamos de recuperar la información que, según la gente de NYNEX, no está disponible.

Eso lo dicen sólo para joderte, aunque algunos de ellos decían la verdad o lo que creían que era la verdad, porque el hecho es que no sabrían cómo descubrirla. Así que es casi como si tuviéramos que inventar nuestro propio programa e ingresarlo en su sistema para que escupa la información que necesitamos.

– Pero -intervino Jimmy- si no estás metido en el aspecto técnico de la cosa, no hay nada aquí que te mantenga en el borde del asiento.

TJ, ya despierto, estaba de pie detrás de la silla de David y miraba el monitor del ordenador como hipnotizado. Jimmy fue al frigorífico en busca de una lata de Jolt. Me dejé caer en la única poltrona que había. David tenía razón. No había nada interesante que me mantuviera en el borde de la silla. Me hundí en los almohadones y de pronto TJ me sacudió ligeramente el hombro mientras me llamaba por mi nombre.