– Tengo un amigo que me prestó lo suficiente para atender a los gastos.
– Bueno, ¿quieres recuperar tu dinero? Estoy agotado. He estado en más aviones esta semana pasada que el Secretario de Estado, que también acaba de volver de Oriente Medio.
– Sí, lo acabo de ver en televisión.
– Entrábamos y salíamos de los mismos aeropuertos, pero no puedo decir que nos cruzáramos. Me pregunto qué hace con sus horas de «aviador gratuito» a la Luna. ¿Quieres venir? Estoy exhausto, hecho polvo por los jets, pero de todos modos no voy a poder dormir ahora.
– Creo que podría ir yo, pero, en realidad, se me antoja que sería mejor no hacerlo. No estoy acostumbrado a pasarme toda la noche en vela, como mis socios del delito decían. A ellos no les costó ningún esfuerzo, pero son unos cuantos años más jóvenes que yo.
– La edad marca la diferencia. Yo nunca creí que hubiera algo así como el hartazgo de los jets, pero ahora podría ser el chico del anuncio si hicieran una campaña nacional contra el jet. Creo que yo también trataré de dormir algo. Tal vez tome una pastilla para que me ayude. Sunset Park, ¿eh? Estoy tratando de pensar a quién conozco allí.
– No creo que sea nadie al que conozcas.
– No lo crees, ¿eh?
– Lo han hecho esto antes -dije-. Pero estrictamente como aficionados. Ahora sé de ellos unas cuantas cosas que no sabía hace una semana.
– ¿Nos estamos acercando, Matt?
– No sé cuánto nos estamos acercando -dije-. Pero estamos llegando a alguna parte.
Llamé abajo y le dije a Jacob tan pronto como descolgó el teléfono:
– No quiero que me molesten. Dile a quienquiera que llame que me puede encontrar después de las cinco.
Puse el reloj para esa hora y me metí en la cama. Cerré los ojos y traté de visualizar el plano de Brooklyn, pero antes de que pudiera ni siquiera empezar a localizar Sunset Park me había quedado dormido.
Los ruidos del tráfico me despertaron ligeramente en un momento dado y me dije que podía abrir los ojos y controlar el reloj, pero en cambio me hundí en un sueño complicado que incluía relojes, ordenadores y teléfonos, cuyo origen no era difícil adivinar. Estábamos en una habitación de hotel y alguien llamaba a la puerta. En el sueño yo iba hasta la puerta y la abría. No había nadie, pero el ruido continuaba y entonces salí del sueño, me desperté y había alguien llamando a mi puerta.
Era Jacob, para avisarme de que la señorita Mardell estaba al teléfono y decía que era urgente.
– Ya sé que quería dormir hasta las cinco y se lo dije, pero ella me dijo que lo despertara, que no importaba lo que usted hubiera dicho. Sonaba como que sabía lo que quería.
Colgué el auricular y Jacob bajó a recepción para pasar la llamada. Esperé ansioso a que sonara. La última vez que había llamado diciendo que era urgente, era porque apareció un hombre decidido a matarnos a ambos. Me apoderé del teléfono al primer timbrazo y ella dijo:
– Matt, odio despertarte, pero verdaderamente no podía esperar.
– ¿Qué pasa?
– Sucede que después de todo había una aguja en el pajar. Acabo de hablar con una mujer llamada Pam. Viene hacia acá.
– ¿Y?
– Es la que estamos buscando. Conoció a esos hombres, subió a la furgoneta con ellos.
– ¿Y vivió para contarlo?
– Ya verás cómo. Uno de los consejeros a los que les propuse la historia de la película la llamó de inmediato y ella se pasó toda la semana pasada juntando coraje para llamar. Oí lo suficiente por el teléfono para saber que no podemos dejarla escapar. Le aseguré que podíamos garantizarle mil dólares si venía y contaba su historia en persona. ¿Hice bien?
– Claro.
– Pero no tengo esa cantidad. Te lo di todo el sábado.
Miré mi reloj. Tenía tiempo de pasar por el banco si no me entretenía.
– Llevaré el dinero. Iré enseguida.
13
– Entra -dijo Elaine-. Ya está aquí. Pam, éste es el señor Scudder, Matthew Scudder. Matt, te presento a Pam.
Estaba sentada en el sofá y se incorporó cuando me acerqué. Era una mujer delgada, de aproximadamente un metro sesenta de estatura, con el cabello corto y oscuro y los ojos intensamente azules. Tenía puesto un traje gris oscuro y un suéter de angora celeste. Labios pintados, sombra de ojos, zapatos de tacón alto. Tuve la sensación de que había elegido su vestimenta para nuestro encuentro y de que no estaba segura de haber hecho la elección correcta.
Elaine, que ofrecía el aspecto de mujer fría y competente, vestía pantalones y una blusa de seda.
– Siéntate, Matt. Coge la silla. -Elaine se sentó junto a Pam en el sofá-. Acababa de decirle a Pam que la hice venir aquí con un pretexto falso. No va a conocer a Debra Winger.
– Le pregunté quién iba a ser la estrella -replicó Pam- y ella me dijo que Debra Winger, y yo pensé: ¡Ay! ¿Debra Winger va a hacer la película de la semana? No creía que hiciera televisión. -Se encogió de hombros-. Pero puesto que no parece que vaya a haber película, ¿qué diferencia hay en quién sea la estrella?
– Pero los mil dólares son reales -observó Elaine.
– Ah, bueno, eso está bien -dijo Pam- porque me viene bien el dinero. Pero no he venido por él.
– Ya lo sé, querida.
– No sólo por el dinero.
Yo tenía el dinero. Mil para ella y los mil doscientos que le debía a Elaine y un poco más para mis gastos: todo lo que tenía en mi caja de seguridad.
– Me ha dicho que eres detective -repuso Pam.
– Es verdad.
– Y que estás persiguiendo a esos tipos. Hablé mucho con los policías, debo de haber hablado con tres o cuatro policías distintos…
– ¿Cuándo fue eso?
– Inmediatamente después de que ocurriera.
– ¿Y eso fue…?
– Oh, no me di cuenta de que no lo sabías. Fue en julio, este julio pasado.
– ¿E informaste a la policía?
– ¿Qué otra alternativa se me ofrecía? Tenía que ir al hospital, ¿no? Los médicos lo primero que preguntan es: ¿quién le hizo esto? ¿Y qué les iba a decir yo? ¿Que resbalé? ¿Que me corté? Así que, por supuesto, llamaron a la policía. Quiero decir que, aunque yo no hubiera dicho nada, hubieran llamado a la policía.
Abrí mi agenda. Dije:
– Pam, no creo haber entendido tu apellido.
– No lo he mencionado. Bueno, no hay razón para no hacerlo, ¿no? Es Cassidy.
– ¿Y cuántos años tienes?
– Veinticuatro.
– Tenías veintitrés cuando ocurrió el incidente.
– No, veinticuatro. Mi cumpleaños es a finales de mayo.
– ¿Y qué clase de trabajo haces, Pam?
– Soy recepcionista. Estoy sin trabajo en estos momentos, por eso dije que me venía bien el dinero. Creo que a cualquiera siempre le vienen bien mil dólares, pero especialmente ahora al estar sin trabajo.
– ¿Dónde vives?
– En la Veintisiete, entre la Tres y Lex.
– ¿Es allí donde vivías cuando ocurrió el incidente?
– ¿Incidente? -dijo, como si paladeara la palabra-. Ah, sí. Llevo allí casi tres años, desde que vine a Nueva York.
– ¿De dónde viniste?
– De Canton, Ohio. Si has oído alguna vez hablar de ese lugar, puedo adivinar por qué. El Pro Football Hall of Fame.
– Una vez casi fui de visita -dije-. Estuve en Massillon por negocios.
– ¡Massillon! Claro, yo solía ir siempre allí. Conozco a un montón de gente de Massillon.
– Bueno, es probable que yo no conozca a nadie -dije-. ¿Qué número es de la Calle 27, Pam?
– Ciento cincuenta y uno.
– Es una zona bonita -terció Elaine.
– Sí, me gusta mucho. Lo único, y es una tontería, es que el barrio no tenga nombre. Está al oeste de Kips Bay, por abajo de Murray Hill, por arriba de Gramercy y, por supuesto, muy al este de Chelsea. Alguna gente empezó a llamarlo Curry Hill, ¿sabéis?, por todos los restaurantes hindúes.