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Lo divertido era que Pam misma había recibido una llamada telefónica de una mujer de la unidad de Queens, sugiriéndole que valdría la pena ponerse en contacto con una tal señorita Mardell y ver de qué se trataba. En ese momento, ella no tenía idea de que estuviéramos probando ese enfoque en particular, así que se había mostrado muy insegura con la mujer por teléfono, pero luego todos nos reímos mucho cuando me lo mencionó y descubrió quién era en verdad ese productor cinematográfico.

Desde la tarde del lunes, yo no veía ninguna justificación para retener información para la policía, puesto que, de obrar así, obstaculizaríamos la investigación de los dos homicidios, y además yo no tenía ninguna pista útil para proseguir por mi cuenta. Me las había arreglado para venderle este razonamiento a Pam, que tenía mucho miedo de que la volvieran a interrogar los oficiales de policía, pero que se volvió más confiada cuando le dije que podía tener un abogado que cuidara de sus intereses.

Así es como estaban las cosas cuando Pam y Kaplan se dirigían a reunirse con Kelly y yo daba por sentado que había terminado mi cacería de asesinos pervertidos.

– Creo que va a resultar -le dije a Elaine-. Creo que lo cubre todo, todas las actividades a las que me he dedicado desde la primera llamada que recibí, salvo algo que tiene que ver con Khoury. No veo cómo cualquier cosa que les diga Pam los podría llevar a la investigación que hice en Atlantic Avenue o al disloque informático que les vi hacer a los Kong anoche. Pam no sabe nada de eso, de manera que no podría revelarlo aunque quisiera hacerlo. Nunca oyó los nombres de Francine o de Kenan Khoury. Pensándolo bien, no estoy seguro de que sepa por qué me metí en su caso. Creo que todo lo que sabe es su historia oficial.

– Tal vez la cree.

– Es probable que la crea cuando termine de contarla. A Kaplan le pareció verosímil e interesante.

– ¿Le contaste la verdadera historia?

– No. No había motivo alguno para hacerlo. Sabe que lo que tiene está incompleto, pero puede sentirse cómodo con eso. Lo importante es que impida que la policía la moleste y que le preste más atención a mi papel en el caso que a quien cometió los crímenes.

– ¿Harían eso?

Me encogí de hombros.

– No sé lo que harían. Hay un equipo de asesinos en serie que ha estado haciendo su pequeño número durante más de un año y el Departamento de Policía de Nueva York ni siquiera se ha enterado. Va a tocar las narices de mucha gente el hecho de que un detective privado aparezca con lo que a todos los demás se les escapó.

– Y entonces matarán al mensajero.

– No sería la primera vez. En realidad, a la policía no se le escapó nada obvio. Es muy fácil no darse cuenta del asesinato en serie, especialmente cuando diferentes comisarías y barrios reciben casos distintos y los detalles coincidentes son tan nimios que no llegan a los informes de los diarios. Pero podrían volverse en contra de Pam por ponerlos en evidencia, toda vez que es una puta y que no mencionó ese pequeño detalle la primera vez.

– ¿Lo va a mencionar ahora?

– Ahora va a mencionar que solía mantenerse prostituyéndose ocasionalmente. Sabemos que tiene antecedentes. Fue arrestada un par de veces por prostitución y vagancia. No descubrieron eso cuando investigaron su caso porque ella era la víctima, así que no había mucha necesidad de determinar si tenía o no antecedentes.

– Pero tú piensas que debían haberlo verificado.

– Bueno. Fue un descuido -dije-. Las putas son blancos perfectos para ese tipo de ataques, pues son muy accesibles. Podrían haberlo verificado. Tendría que haber sido algo automático.

– Pero ella les va a decir que dejó de hacer la calle cuando salió del hospital porque tenía miedo de que le pasara otra vez.

Asentí. Eso estaba bien. Hacer creer que lo había abandonado temporalmente, muerta de miedo ante la idea de meterse en un coche con un extraño, pero los viejos hábitos se resisten a que los abandones y había vuelto al trabajo. Al principio se limitó a las citas en coche, por no querer disimular o asquear a un hombre al quitarse la blusa, pero descubrió que a la mayoría de los hombres no les importaba demasiado su mutilación. A algunos hasta les parecía una particularidad interesante, mientras que a una pequeña minoría les excitaba mucho, y se convertían en clientes regulares.

Pero nadie tenía que saber nada de eso. Así que les diría que había tenido un par de trabajos: como camarera, haciendo distintas tareas en el vecindario, y que más o menos la mantenía el benefactor anónimo que la había enviado a mí.

– ¿Y tú? -quería saber Elaine-. ¿No vas a tener que ver a Kelly y hacer una declaración?

– Supongo que sí, pero no hay prisa. Le llamaré mañana para ver si necesita algo de mí. Puede ser que no. En realidad, no tengo nada para él porque yo no he publicado ninguna prueba. Sólo he detectado algunas conexiones invisibles entre tres casos existentes.

– Así que para ti la guerra ha terminado, mein Kapitan.

– Así parece.

– Apuesto a que estás exhausto. ¿Quieres ir a la otra habitación y tumbarte un rato?

– Prefiero quedarme levantado para poder volver a mi ritmo normal.

– Tal vez sea lo más sensato. ¿Tienes hambre? No has comido nada desde el desayuno, ¿verdad? Siéntate aquí. Prepararé algo para los dos.

Comimos en la mesa de la cocina una ensalada ligera y un gran bol con salsa ajiaceite. Después hizo té para ella y café para mí y fuimos a la sala de estar y nos sentamos juntos en el sofá. En un momento determinado ella dijo algo que me hizo gracia. Cuando me reí, me preguntó qué era lo que resultaba tan gracioso.

– Me encanta cuando hablas de forma arrabalera -dije.

– Crees que es una pose, ¿no? Crees que soy una delicada flor de invernadero, ¿verdad?

– No, creo que eres la rosa del Harlem hispano.

– Me pregunto si hubiera tenido éxito en la calle -dijo, pensativa-. Me alegro de no haber tenido que descubrirlo nunca. Pero te diré algo: cuando todo esto haya terminado, la «señorita astuta de la calle» va a salir del frío. Puede arropar bien la teta que le queda y sacarle chispas al pavimento.

– ¿Estás planeando adoptarla?

– No, y no cometeremos la estupidez de compartir el apartamento ni peinamos una a la otra tampoco. Pero puedo conseguirle trabajo en una casa decente o enseñarle cómo hacerse de una agenda y trabajar fuera de su apartamento. Si es lista, ¿qué crees que hará? Poner un par de anuncios en Screw y hacer que los que tienen fantasías con las tetas sepan cómo pueden conseguir una por el precio de dos. Te estás riendo otra vez. ¿Éste es también un lenguaje callejero?

– No, sólo es divertido.

– Entonces te permito que te rías. No sé, tal vez tendría que no meterme y dejarla vivir su vida. Pero me gustaba la idea.

– A mí también.

– Creo que merece algo mejor que la calle.

– Todas lo merecen -asentí-. Puede salir bien de ésta. Si encuentran a los tipos y hay un juicio, podría tener sus quince minutos de fama. Y tiene un abogado que se asegurará de que nadie consiga su historia sin pagarle por ella.

– Tal vez hasta haya una película para televisión.

– No lo descartaría, aunque no creo que podamos contar con Debra Winger en el papel de nuestra amiga.

– No, es probable que no. ¡Ah, ya lo tengo! ¿Estás conmigo en esto? Lo que haces es conseguir una actriz que la represente, que sea una paciente que haya sufrido una mastectomía en la vida real. Lo que quiero decir es: ¿estamos discutiendo conceptos elevados o qué? ¿Te das cuenta de la clase de declaración que haríamos? -Hizo un guiño y siguió-: Ésa es mi persona del mundo del espectáculo. Apuesto a que te gusta más mi acento arrabalero.

– Lo tendría que decidir a cara o cruz.

– Bastante justo. Matt, ¿te importa trabajar en un caso como éste y luego pasárselo a la policía?