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– Estoy impresionado.

– ¿Sí? El coche era un Honda Civic, pintado de una especie de gris azulado, un poco descuidado. Hasta el momento en que se subió a él, pensé que podría seguirlo al volver a su casa. Secuestró a alguien, ¿no?

– Sí.

– ¿A quién?

– A una chica de catorce años.

– ¡Hijo de puta! -dijo-. De haberlo sabido, tal vez lo hubiera seguido un poco más cerca y hubiera corrido un poco más ligero.

– Hiciste muy bien.

– ¿Qué te parece que haga ahora? ¿Controlar un poco el vecindario? Tal vez localice su coche aparcado.

– Si estás seguro de que lo reconocerías…

– Bueno, tengo el número de la matrícula. Hay un montón de Hondas, pero no tienen la misma matrícula.

Me la leyó y yo la anoté y empecé a decirle lo satisfecho que estaba de su labor.

No me dejó terminar.

– Tío -me interrumpió exasperado-, ¿cuánto tiempo vamos a seguir así, deslumbrado cada vez que hago algo bien?

– Nos va a llevar algunas horas reunir el dinero -le dije a Ray cuando volvió a llamar-. Es más de lo que tiene y le resulta difícil reunirlo a esta hora.

– No estás tratando de bajar el precio, ¿no?

– No, pero si lo quieres todo tendrás que tener paciencia.

– ¿Cuánto tienes ahora?

– No lo he contado aún.

– Te llamaré dentro de una hora -dijo.

Una vez hube colgado, le dije a Yuri:

– Puedes usar este teléfono. No llamará antes de una hora. ¿Cuánto tenemos?

– Un poco más de cuatrocientos mil -anunció Kenan-. Menos de la mitad.

– No es suficiente.

– No sé -repuso-. Una manera de enfocar el asunto es que ellos no tienen a nadie más a quien recurrir. Es el o lo tomas o lo dejas. Si se plantea así, tal vez acepten lo que tenemos.

– El problema es que no sabes de lo que son capaces.

– Tienes razón. Me olvido de que es un lunático.

– Piensa que necesita un motivo para matar a la chica. -No quería acentuar esto frente a Yuri, pero había que decirlo-. Eso es lo que los puso en movimiento desde un principio. Les gusta matar. Por ahora está viva y la mantendrán viva mientras ella sea su recibo para cobrar el dinero. Pero la matarán en el momento en que piensen que no les va a salir bien o que han perdido su habilidad para conseguir el dinero. No quiero decirles que tenemos apenas medio millón. Prefiero aparecer con medio millón y decirles que ahí lo tienen todo y esperar que no lo cuenten hasta que hayamos rescatado a la chica.

Kenan lo pensó.

– El problema es -murmuró- que el hijo de puta ya sabe cuánto abultan cuatrocientos mil.

– Mira a ver si puedes reunir algo más -le dije y me fui a usar el teléfono Snoopy.

Antes había un número al que solía llamar en el Departamento de Vehículos Automotores. Dabas el número de placa y le decías qué matrícula querías rastrear. Alguien la buscaba y te lo leía. Yo ya no sabía si ese número seguía funcionando y tenía el presentimiento de que había sido eliminado hacía mucho tiempo. Efectivamente, nadie atendió a mi llamada.

Llamé a Durkin, pero no estaba en el edificio de la delegación de policía. Kelly tampoco estaba en su oficina y no tenía sentido hacerlo buscar porque no podía hacer lo que yo quería que hiciera a distancia. Recordé cuando había estado allí para recoger el expediente Gotteskind, que Durkin me entregó, y me imaginé a Bellamy en el escritorio de al lado mientras tenía una conversación unilateral con el terminal de su ordenador.

Llamé a Midtown North y lo encontré.

– Matt Scudder -dije.

– ¡Ah, hola! -contestó-. ¿Cómo te va? Me temo que Joe no anda por aquí.

– Está bien. Tal vez puedas hacerme un favor. Iba en el coche con una amiga y un hijo de puta en un Honda Civic le golpeó en el guardabarros y se largó tranquilamente. La cosa más flagrante que hayas visto nunca.

– ¡Maldita sea! ¿Y tú estabas en el coche cuando ocurrió? El hombre es un estúpido por darse a la fuga. Lo más probable es que estuviera borracho o drogado.

– No me sorprendería. La cosa es que…

– ¿Tienes la matrícula? Te lo averiguo en un momento.

– Te lo agradecería de verdad.

– Eh, no es nada. Sólo tengo que preguntar al ordenador. No cuelgues.

Esperé.

– ¡Maldita sea! -dijo.

– ¿Pasa algo?

– Pues claro, han cambiado la maldita contraseña para entrar en la base de datos del DVA. Entro como se supone que debo hacerlo y no me da acceso. Repite «contraseña nula». Si llamas mañana, estoy seguro…

– Me encantaría avanzar en esto esta noche. Antes de que se le hayan pasado los efectos del alcohol. No sé si me entiendes.

– ¡Ah, claro! Si pudiera ayudarte…

– ¿No hay nadie a quien puedas llamar?

– Sí -dijo con resentimiento-. A esa perra de Informes, pero me va a decir que no me lo puede dar. Recibo esa mierda de su parte siempre que la llamo.

– Dile que es una emergencia Código Cinco.

– ¿Lo puedes repetir?

– Sólo dile que es una emergencia Código Cinco -repetí- y que será mejor que te dé la contraseña antes de que terminéis con los circuitos quemados de aquí a Cleveland.

– Nunca he oído eso -se sorprendió-. No cuelgues, lo voy a intentar.

Me dejó esperando. Del otro lado de la habitación, Michael Jackson me miraba a través de los dedos de sus guantes blancos. Bellamy volvió a la línea para decirme:

– ¡Ya lo creo que ha funcionado! Esa fórmula mágica de «Emergencia Código Cinco» superó la mierda. Ya tengo la contraseña. Déjame entrarla. Ahí va. ¿Cuál era el número de la matrícula?

Se lo di.

– Veamos qué obtenemos. Bien, no tardó mucho. El vehículo es un Honda Civic 88 de dos puertas, color peltre… ¿Peltre? Hombre, ¿por qué no pueden decir gris? Pero eso no te importa. El dueño es… ¿Tienes un lápiz? Callander, Raymond Joseph. -Deletreó el último nombre-. La dirección es Penelope Avenue 34. Está en Queens, pero ¿en qué parte de Queens? ¿Alguna vez has oído hablar de Penelope Avenue?

– Creo que no.

– Hombre, yo vivo en Queens y es nueva para mí. Espera. Aquí está el código: 1-1-3-7-9. Pero eso es Middle Village, ¿no? Nunca oí nada de ninguna Penelope Avenue.

– La encontraré.

– Sí, bueno, creo que estás motivado, ¿no? Espero que nadie del coche se haya lastimado.

– No, sólo es un golpe en la carrocería.

– Apriétalo bien por darse a la fuga. Por otra parte, si lo denuncias, las tasas del seguro de tu amiga suben. Lo mejor sería que tú y ese tipo lo arregléis en privado, pero eso es probablemente lo que tienes pensado, ¿no? -Rió entre dientes-. Código Cinco. Hombre, realmente eso le puso un cohete en el culo a esa tía. Estoy en deuda contigo.

– Fue un placer.

– No, lo digo en serio. Tengo problemas con estas cosas cada día. Esto me va a ahorrar un montón de dolores de cabeza.

– Bueno, si de veras crees que estás en deuda conmigo…

– Dime.

– Me preguntaba si nuestro señor Callander tendrá antecedentes.

– Eso es fácil de verificar. No hay que recurrir a un Código Cinco porque ocurre que conozco ese código de entrada. No cuelgues ahora. Limpio -me dijo al cabo de un momento.

– ¿Nada?

– Por lo que respecta al estado de Nueva York, es un boy scout. Código Cinco. ¿Qué significa de todos modos?

– Digamos que es alto nivel.

– Me imagino…

– Si pasas por un momento difícil -me oí decir a mí mismo- sólo diles que se supone que deben saber que un Código Cinco invalida y revoca sus instrucciones en vigor.

– ¿Invalida y revoca?

– Eso es.

– Invalida y revoca sus instrucciones en vigor.

– Lo has entendido. Pero no lo uses en asuntos de rutina.

– No -dijo-. No querría estropearlo.