– Digamos que es alto nivel.
– Me imagino…
– Si pasas por un momento difícil -me oí decir a mí mismo- sólo diles que se supone que deben saber que un Código Cinco invalida y revoca sus instrucciones en vigor.
– ¿Invalida y revoca?
– Eso es.
– Invalida y revoca sus instrucciones en vigor.
– Lo has entendido. Pero no lo uses en asuntos de rutina.
– No -dijo-. No querría estropearlo.
Por un momento creí que lo estaba apuntando. Ahora tenía un nombre y una dirección, pero no era la dirección que yo quería. Estaban en algún lugar de Sunset Park, en Brooklyn. La dirección era de algún lugar de Middle Village, en Queens.
Llamé a Información de Queens y marqué el número que me dieron. El teléfono hizo ese sonido que han creado, a mitad de camino entre un tono y un graznido, y una grabación me dijo que el número al que yo llamaba estaba fuera de servicio. Volví a llamar a Información, lo expliqué y la operadora, después de controlarlo, me dijo que la baja del servicio era reciente y que todavía no había sido borrado del listín. Le pregunté si había un número nuevo. Me contestó que no. Le pregunté si podía decirme cuándo había sido anulado el servicio y me dijo que no.
Llamé a Información de Brooklyn y traté de encontrar un Raymond Callander o un R o un RJ Callander en la guía. La operadora me hizo notar que había otras maneras de deletrear ese apellido y controló más posibilidades que las que se me hubieran ocurrido a mí. Escrito de una manera u otra, registraba un par de apariciones para R y una para R J, pero las direcciones estaban muy lejos, una en Meserole, en Greenpoint, y otra en Brownsville: ninguna de las dos en las cercanías de Sunset Park.
Enloquecedor, pero en realidad todo el caso era así desde el principio. Me alentaba continuamente y hacía grandes progresos, que en realidad no llevaban a ninguna parte. Hacer aparecer a Pam Cassidy había sido el mejor ejemplo. De la nada logramos hacer aparecer una testigo viviente y el resultado fundamental de eso fue que la policía tomó tres casos muertos y los metió a los tres en un solo expediente abierto.
Pam había proporcionado un primer nombre. Ahora yo tenía un apellido que lo acompañara y hasta un nombre intermedio, todo gracias a TJ, con la ayuda de Bellamy. También tenía una dirección, pero probablemente había dejado de ser válida para cuando se desconectó el teléfono.
Pero el tal Ray no sería tan difícil de encontrar. Es más fácil cuando se sabe a quién se busca. Ahora yo tenía los suficientes datos para encontrarlo, si podía esperar hasta que fuera de día, y si podía dedicar unos cuantos días a la búsqueda.
Pero eso no era suficiente. Yo quería encontrarlo ya.
En la sala de estar, Kenan estaba al teléfono y Peter en la ventana. No vi a Yuri. Me uní a Peter y me contó que Yuri había salido a buscar más dinero.
– No podía mirar el dinero -me confesó-. Me estaba dando un ataque de ansiedad. Latidos rápidos, manos frías y húmedas, todo.
– ¿Cuál era el temor?
– ¿Temor? No lo sé. Sólo me hacía desear consumir droga, eso es todo. Si me hicieras un test de asociación de ideas en este mismo momento, todas las respuestas serían heroína. En un Rorschach, cada gota de tinta me parecería como un maníaco de la droga chutándose en una vena.
– Pero no lo estás haciendo, Pete.
– ¿Cuál es la diferencia, amigo? Sé que lo voy a hacer. Sólo es cuestión de cuándo. Un tiempo precioso ahí fuera, ¿no?
– ¿El océano?
Asintió.
– Sólo que en realidad ya no se lo ve. Debe de ser bonito vivir en un lugar desde el que puedes mirar el agua. Una vez tuve una amiga que se dedicaba a la astrología que me dijo que ése es mi elemento, el agua. ¿Crees en esas cosas?
– No sé mucho al respecto.
– Tenía razón en que ése era mi elemento. No me gustan mucho los demás. ¿El aire? No sé, nunca me gustó volar. No querría arder en un incendio ni ser enterrado. Pero el mar es la madre de todos nosotros. ¿No es eso lo que dicen?
– Supongo que sí.
– El océano de ahí fuera también. No es un río ni una bahía. No es nada más que agua, ahí delante, más lejos de lo que puedes alcanzar a ver. Me hace sentir limpio con sólo mirarlo.
Le di una palmada en el hombro y lo dejé mirando al océano. Kenan había dejado el teléfono y fui a preguntarle cómo iba la recaudación.
– Tenemos un poquito menos de la mitad -dijo-. He estado pidiendo todos los favores que he podido y Yuri ha estado haciendo lo mismo. Tengo que decírtelo, no creo que vayamos a encontrar mucho más.
– La única persona en la que puedo pensar está en Irlanda. Espero que esto tenga el aspecto de un millón, eso es todo. Todo lo que tiene que hacer es un recuento rápido, al momento.
– ¿Qué te parece si le echamos un poco de aire? Si a cada fajo de cien le faltan cinco billetes, tienes un diez por ciento más de paquetes.
– Lo que está muy bien, a menos que elijan un paquete al azar y lo cuenten.
– Buena observación -insinuó-. A primera vista, esto va a parecer como mucho más de lo que yo les entregué. Los míos eran todos de cien. Esto tiene alrededor del veinticinco por ciento del total en billetes de cincuenta. Sabes que hay una manera de hacerlo parecer mucho más de lo que es.
– ¿Abultarlo con recortes de papel?
– Estaba pensando en billetes de un dólar. El papel y el color están bien, todo menos la denominación. Digamos que tienes una pila supuestamente de un total de cinco mil. Lo disfrazas con diez billetes de cien arriba y diez abajo y lo completas con treinta de un dólar. En lugar de cinco mil, tienes un poco más de dos mil que parecen cinco. Lo despliegas como un abanico, y todo lo que ves es verde.
– El mismo problema. Daría resultado, a menos que le eches una buena mirada a uno de los fajos simulados. Entonces ves que no es lo que se supone que tiene que ser, y sabes de inmediato, sin discusión, que ha sido falsificado así para engañarte. Y si eres un caso perdido, y has estado buscando una excusa para matar durante toda la noche…
– Matas a la chica, ¡pum, pum!, y se acabó.
– Ese es el problema con cualquier cosa que sea muy obvia. Si parece que estuviéramos tratando de joderlos…
– Lo tomarán como asunto personal -asintió-. Tal vez no cuenten los fajos. Tienes billetes de cincuenta y de cien mezclados, cinco mil por paquete, la mitad de eso en un fajo de billetes de cincuenta, ¿de cuántos fajos estamos hablando, si llegamos a medio millón? De cien, si son todos billetes de cien, así que digamos ciento veinte, ciento treinta, algo así.
– Suena bien.
– No sé. ¿Tú lo contarías? Se cuenta en un negocio de droga, pero tienes tiempo, te sientas tranquilo, cuentas el dinero e inspeccionas la mercadería. Es una historia diferente. Aun así, ¿sabes cómo cuentan los grandes traficantes, los tipos que ganan más de un millón en cada transacción?
– Sé que los bancos tienen máquinas que pueden contar un fajo de billetes tan rápido como uno puede peinarlos.
– A veces usan esas máquinas -dijo-, pero la mayor parte de las veces lo hacen a peso. Sabes cuánto pesa el dinero, así que sólo lo cargas en la balanza y lo ves.
– ¿Eso es lo que hacían en la empresa familiar, en Togo?
Sonrió ante la idea.
– No, eso era diferente -dijo-. Contaban cada billete. Pero nadie tenía prisa.
Sonó el teléfono. Nos miramos. Lo cogí. Era Yuri, desde el teléfono del coche. Me dijo que estaba en camino. Cuando colgué, Kenan protestó:
– Cada vez que suena el teléfono…
– Ya lo sé. Creo que es él. Cuando estuviste fuera, antes de que nos diera un número equivocado, alguien llamó dos veces porque seguía olvidándose de que tenía que marcar el dos uno dos para Manhattan.
– Una leche -dijo-. Cuando yo era un crío, teníamos un número que tenía un dígito de diferencia respecto al de una pizzería en Prospect y Flatbush. Puedes imaginarte la cantidad de llamadas equivocadas que recibíamos.