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– Quince, dieciséis años… No sé.

– ¿Qué quiere ser cuando sea mayor? ¿Un detective como tú?

– Eso es lo que quiere ser ahora. No tiene intención de esperar hasta crecer. No puedo decir que lo culpo. Tantos de ellos no lo logran…

– ¿No logran qué?

– Crecer. Un adolescente negro que vive en las calles tiene una expectativa de vida similar a la de una mosca de la fruta. TJ es un buen chico. Espero que lo consiga.

– ¿De verdad no sabes su apellido?

– ¿Sabes lo que es extraño? Entre la asociación Alcohólicos Anónimos y las calles conoces a un montón de gente sin apellidos.

Un poco más tarde, me dijo:

– ¿Tienes alguna idea sobre Dani? ¿Es un pariente de Yuri o qué?

– Ni idea. ¿Por qué?

– Sólo pensaba. Van los dos viajando en ese Lincoln con un millón de dólares en el asiento trasero. Sabemos que Dani tiene un arma. Imagina que mate de un tiro a Yuri y desaparezca. Ni siquiera sabríamos a quién buscar. Sólo un ruso, con una chaqueta que no le queda bien. Otro tipo sin apellido. Debe de ser amigo suyo, ¿no?

– Me parece que Yuri confía en él.

– Probablemente sea de la familia. ¿En quién más vas a confiar así?

– De todos modos, no es un millón.

– Ochocientos mil. ¿Me vas a hacer pasar por mentiroso por unos piojosos doscientos mil?

– Y casi un tercio es falso.

– Tienes razón. Casi ni vale la pena robarlos. Tendremos suerte si estos dos tipos que vamos a conocer están dispuestos a llevárselos. De lo contrario, se van al sótano, guardados para la próxima campaña de recolección de papel de los Boy Scouts. ¿Me harías un favor? Cuando estés allí arriba con una maleta en cada mano, ¿quieres hacerles una pregunta a tus amigos?

– ¿Cuál?

– Pregúntales cómo diablos me eligieron a mí, ¿quieres? Porque eso todavía me está volviendo loco.

– ¡Ah! -dije-. Creo que lo sé.

– ¿En serio?

– ¡Ajá! Mi primera idea fue creer que él estaba en el negocio de la droga, no sé en qué nivel.

– Tiene sentido, pero…

– Pero no lo está. Estoy casi seguro, porque hice que alguien lo investigara y no tiene antecedentes delictivos.

– Yo tampoco los tengo.

– Eres una excepción.

– Es cierto. ¿Y Yuri?

– Varios arrestos en la Unión Soviética. Ninguna condena seria. Un arresto aquí por recibir mercancías robadas, pero se le retiraron todos los cargos.

– ¿Pero nada que tuviera que ver con narcóticos?

– Nada.

– Muy bien. Callander no tiene antecedentes. Así que no está en el tráfico de drogas.

– La DEA estuvo tratando de inculparte hace un tiempo.

– Sí, pero no llegó a nada.

– Estuve hablando con Yuri antes. Dice que se retiró de un trato el año pasado porque sintió que cierta agencia estaba tratando de atraparlo con un señuelo. Tuvo el presentimiento de que era federal.

Se volvió para mirarme y luego dirigió la mirada hacia delante y maniobró para dejar pasar un coche.

– ¡Dios mío! -dijo-. ¿Ésta es la nueva política nacional del cumplimiento de la ley? ¿Como no pueden inculparnos matan a nuestras esposas e hijas?

– Creo que Callander trabajaba para el Departamento de Narcóticos -aseguré-. Probablemente no por mucho tiempo y ciertamente no como agente acreditado. Tal vez lo hayan usado una vez o dos como confidente, o tal vez no fuera más que un ayudante de oficina. El caso es que no llegó lejos ni duró mucho.

– ¿Por qué no?

– Porque está loco. Es probable que le contrataran por su obsesión por los traficantes de droga. Ésa es una ventaja en ese tipo de trabajo, pero no cuando es desproporcionada. Mira, sólo estoy siguiendo un presentimiento. Hubo algo que dijo por teléfono cuando yo le sugerí que era el socio de Yuri. Fue como si hubiera empezado a decir que eso explicaba por qué todavía no habían podido atrapar a Yuri.

– ¡Joder!

– Es algo que puedo descubrir mañana o pasado si puedo engancharme en la DEA y ver si su nombre les suena. O meterme sin autorización en sus archivos. Sólo necesito la colaboración de mis genios informáticos.

Kenan parecía pensativo.

– Por su voz uno diría que fuera un policía.

– No.

– Pero el tipo que me has descrito no puede ser un policía de verdad, ¿no?

– Más bien un entusiasta de los federales y un obseso por el tema de los narcóticos.

– Conocía el precio al por mayor de un kilo de cocaína -rezongó Kenan-. Pero no sé qué prueba eso. Tu amigo TJ probablemente conozca al mayorista más importante para comprar un kilo de marihuana.

– No me sorprendería.

– Las amigas de Lucía en esa escuela femenina probablemente también lo sepan. Es la clase de mundo en el que vivimos.

– Tendrías que haber sido médico.

– Como quería mi padre. No, no lo creo. Pero tal vez tendría que haber sido falsificador. Se conoce una clase más agradable de gente. Por lo menos, no tendría a la puta DEA tras mis talones.

– Si te dedicaras a la falsificación tendrías al Servicio Secreto.

– ¡Dios bendito! -dijo-. Si no es una maldita cosa es otra.

– ¿Ésa es la lavandería? ¿Allí, a la derecha?

Le dije que sí y Kenan frenó enfrente, pero dejó el motor en marcha. Preguntó:

– ¿Cómo andamos de tiempo? -Consultó su reloj y el reloj del salpicadero y respondió a su propia pregunta-. Andamos muy bien. Incluso nos sobra tiempo.

Yo observaba la entrada de la lavandería, pero en cambio TJ salió de un portal al otro lado de la avenida y cruzó y subió a la parte de atrás. Los presenté y ambos adujeron estar muy contentos de conocerse. TJ se encogió contra el asiento y Kenan puso el coche en marcha y resumió así nuestro plan:

– Llegan allí a las diez y media, ¿no? Y esperan que nosotros lo hagamos diez minutos después, y luego que nos abramos camino hasta donde ellos están esperando. ¿Es más o menos así?

Le contesté que sí.

– Por lo tanto, estaremos cara a cara a través de la tierra de nadie alrededor de las once menos diez. ¿Es así como lo calculas?

– Algo así.

– ¿Y cuánto tiempo para hacer el cambio y salir? ¿Media hora?

– Probablemente mucho menos que eso, si todo va bien. Si la mierda llega al ventilador, bueno, entonces será otra historia.

– Pues será mejor que crucemos los dedos para que no ocurra. Me preguntaba cómo volver a salir, pero supongo que no cierran las puertas con llave hasta la medianoche.

– ¿Cerrar las puertas con llave?

– Sí. Habría supuesto que lo harían más temprano, pero supongo que no, o habrías elegido algún otro lugar.

– ¡Dios mío! -exclamé.

– ¿Qué pasa?

– Ni siquiera se me ocurrió. ¿Por qué no lo dijiste antes?

– Entonces ¿qué habrías hecho?, ¿volverlo a llamar?

– No, supongo que no. Nunca se me ocurrió que podrían cerrar con llave. ¿No quedan abiertos durante toda la noche los cementerios? ¿Por qué habrían de cerrarlos con llave?

– Para que la gente no pueda entrar.

– ¿Es que todos se mueren por entrar? Joder, debo de haber oído eso en cuarto grado. ¿Por qué tienen que tener una tapia alrededor del cementerio?

– Supongo que hay vándalos -explicó Kenan-. Chicos que se mean sobre las lápidas, que cagan en las coronas, yo qué sé.

– ¿Crees que los chicos no pueden trepar por las tapias?

– Vamos, hombre. No soy yo el que decide la política aquí -insistió Kenan-. Si fuera por mí, todos los cementerios de la ciudad tendrían entrada libre. ¿Qué te parece?

– Sólo espero no haber metido la pata. Si llegan allí y las puertas están cerradas…

– ¿Qué van a hacer? ¿Venderla a los tratantes de blancas de Argentina? Saltarán la tapia, tal como haremos nosotros. En realidad, es probable que no la cierren hasta la medianoche. La gente podría querer ir a la salida del trabajo, hacerle una visita tardía al querido difunto.