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– ¿Si tengo una opción? Creo que sí. No es como si me viera forzado a actuar siempre que hay luna llena. Siempre tengo una opción, claro, y puedo elegir no hacer algo, y en realidad elijo no hacerlo y luego otro día elijo el otro camino. O sea, ¿qué clase de opción es en realidad? Puedo postergarlo, pero luego llega el momento en que no quiero postergarlo más. Y, de todos modos, postergarlo lo hace más dulce. Tal vez ésa sea la razón por la que lo hago. Leo que la madurez consiste en la habilidad de diferir la gratificación, pero no sé si eso es lo que yo pienso.

Parecía estar a punto de hacer otra revelación, pero, de pronto, algo cambió dentro de él y la ventana de la oportunidad se cerró de golpe. Cualquiera que fuera el ser real con el que yo había estado conversando, se volvió a ocultar detrás de su coraza protectora.

– ¿Por qué no estás asustado? -preguntó con mal humor-. Tengo un arma que te apunta y te comportas como si fuera una pistola de agua.

– Hay un rifle de precisión apuntándote. No darías un paso.

– No. Pero ¿de qué te serviría? Cualquiera pensaría que estarías asustado. ¿Eres valiente?

– No.

– Pues bien, no voy a disparar. ¿Y dejar que Albert se quede con todo? No, no lo creo, pero pienso que es hora de que desaparezca entre las sombras. Vuélvete, empieza a volver hacia tus amigos.

– Bueno.

– No hay ningún tercer hombre con un rifle. ¿Creíste que lo había?

– No estaba seguro.

– Sabías que no lo había. Está bien. Tú recibiste a la chica y nosotros el dinero. Todo resuelto.

– Sí.

– No trates de seguirme.

– No lo haré.

– No, sé que no lo harás.

No volvió a abrir la boca y pensé que se había ido. Seguí caminando y, cuando había dado una docena de pasos, gritó a mis espaldas:

– Lamento lo de los dedos. Fue un accidente.

22

– Estás muy callado -dijo TJ.

Yo conducía el Buick de Kenan. En cuanto Lucía Landau llegó junto a su padre, Yuri la alzó en sus brazos, se la echó sobre su hombro y corrió de vuelta hacia su coche, con Dani y Pavel trotando detrás de él.

– Le mandé que no esperara -dijo Kenan-. La chica necesitaba un médico. Él tiene a alguien que vive en el vecindario, un tipo que irá a su casa.

De manera que eso había dejado dos coches para los cuatro y, cuando llegamos a ellos, Kenan me tiró las llaves del Buick, diciéndome que él iría con su hermano.

– Venid a Bay Ridge -pidió-. Iremos a comprar pizza o cualquier cosa. Luego os llevaré a los dos a casa.

Estábamos parados ante un semáforo en rojo cuando TJ me dijo que yo estaba callado y no pude discutírselo. Ninguno de los dos había abierto la boca desde que subimos al coche. Todavía no me había sacudido el efecto de mi conversación con Callander. Dije algo en el sentido de que nuestras actividades me habían agotado mucho.

– Aunque estuviste tranquilo -comentó-. Plantado ahí, frente a esos cretinos.

– ¿Dónde estabas tú? Creíamos que habías vuelto al coche.

Negó con la cabeza.

– Di la vuelta alrededor de ellos. Pensé que tal vez podía ver al tercer hombre, el del rifle.

– No había ningún tercer hombre.

– Seguro que estaba bien escondido. Lo que hice fue rodearlos y salir por donde ellos habían entrado. Encontré su coche.

– ¿Cómo te las arreglaste?

– No fue difícil. Lo había visto antes. Era el mismo Honda. Retrocedí contra un poste y lo vigilé y el cretino sin chaqueta salió corriendo del cementerio y tiró una de las maletas en el portaequipajes. Luego dio media vuelta y volvió a entrar corriendo en el cementerio.

– Iba en busca de la otra maleta.

– Ya lo sé, y pensé que mientras buscaba la segunda maleta, yo podía quitarle la primera. El maletero estaba cerrado con llave, pero podía abrirlo del mismo modo que él lo hizo, apretando un botón en la guantera, porque las puertas del coche no estaban cerradas con llave.

– Me alegro de que no lo intentases.

– Bueno, podría haberlo hecho, pero si volvía y la maleta no estaba allí, ¿qué iba a hacer? Volver y dispararte, con toda seguridad. Así que eso no era muy conveniente.

– Bien pensado.

– Luego razoné: si esto fuera una película, lo que haría sería meterme en la parte de atrás y agacharme entre el asiento trasero y el de delante. Pondrían el dinero en el maletero y se sentarían delante, así que nunca iban a mirar atrás. Me imaginé que volverían a su casa o dondequiera que fueran y, cuando llegáramos allí, yo me escurriría y te llamaría para decirte dónde estaba. Pero luego pensé: «TJ, esto no es ninguna película. Eres demasiado joven para morir».

– Me alegro de que pensaras eso.

– Además, tal vez no estuvieras en el mismo número, y entonces ¿qué hacía yo? Así que espero y él vuelve con la segunda maleta, la mete en el portaequipajes y sube al coche. Y el otro, el que hizo la llamada, viene y se sienta al volante. Arrancan y yo me vuelvo a meter en el cementerio y os alcanzo a todos. El cementerio es extraño, amigo. Puedo entender eso de tener una piedra que dice quién está debajo, pero no entiendo que algunos de ellos tengan esas casitas, a lo mejor más elegantes que las que tenían cuando estaban vivos. ¿Tú querrías algo así?

– No.

– Yo tampoco. Sólo una piedrecita que no diga más que TJ.

– ¿Sin fechas? ¿Sin nombre completo?

Negó con la cabeza.

– Sólo TJ y tal vez el número de mi busca.

De vuelta a Colonial Road, Kenan fue al teléfono y trató de encontrar una pizzería que estuviera abierta. No la encontró, pero no importaba. Nadie tenía hambre.

– Tendríamos que estar celebrándolo -dijo-. Tenemos con nosotros a la chica, y está viva. ¡Y mirad qué fiesta tenemos!

– No es una victoria sino un empate -comentó Peter-. No se celebra un empate. Nadie gana y nadie tira petardos. Cuando el juego termina en un empate, uno se siente peor que cuando pierde.

– Yo me sentiría mucho peor si la chica estuviera muerta -replicó Kenan.

– Eso es porque esto no es un partido de fútbol, es real. Pero aun así no se puede celebrar, niño. Los hombres malos se fueron llevándose el dinero. ¿Por eso sientes ganas de lanzar el sombrero al aire?

– Todavía no están a salvo -interrumpí-. Les llevará un día o dos disponer su marcha, pero no van a ir a ninguna parte.

Sin embargo, yo no tenía más ganas de fiesta que los demás. Como cualquier juego que termina en un empate, éste había dejado un resabio de oportunidades perdidas. TJ pensaba que tendría que haberse escondido en la parte trasera del Honda o haber descubierto alguna forma de seguir el coche hasta donde ellos vivían. Peter había tenido un par de oportunidades de tumbar a Callander de un tiro en unos momentos en los que no había ningún peligro para mí ni para la chica. Y yo podía pensar en una docena de maneras con las que hubiéramos podido intentar recuperar el dinero. Habíamos hecho lo que salimos a hacer, pero deberíamos haber encontrado la forma de hacer algo más.

– Quiero llamar a Yuri -intervino Kenan-. La nena estaba hecha una lástima. Apenas podía caminar. Creo que perdió algo más que los dedos.

– Me temo que tienes razón.

– Deben de haberla maltratado mucho -farfulló mientras pulsaba los números del teléfono-. No quiero pensar en eso porque empiezo a pensar en Francey y… ¡Hola!, ¿está Yuri? ¡Lo siento, me dieron el número equivocado! Lamento molestarla.

Cortó la comunicación y suspiró.

– Una mujer hispana. Hablaba como si la hubiera despertado de un sueño profundo. ¡Detesto molestar a la gente!

– Números equivocados -dije.

– Sí, no sé qué es peor, si dar o recibir. ¡Me siento tan idiota cuando molesto a alguien de esta forma!