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– Tuviste un par de llamadas equivocadas el día en que secuestraron a tu esposa.

– Sí, es verdad. Como un augurio, sólo que en ese momento no parecieron especialmente ominosas. Sólo una molestia.

– Yuri también tuvo un par de llamadas equivocadas esta mañana.

– ¿Y? -Frunció el entrecejo y luego asintió-. ¿Crees que fueron ellos? ¿Llamar para asegurarse de que había alguien en casa? Supongo, pero entonces, ¿qué? ¿Usarías un teléfono público?

Todos me miraban, perdidos, como si yo tuviera las respuestas. Suspirando, aventuré:

– Imagina que haces una llamada y quieres que pase por ser una equivocación. No dirías nada y así nadie prestaría atención a la llamada. ¿Te molestarías en salir con el coche y gastarte veinticinco centavos en un teléfono público? ¿O usarías tu propio teléfono?

– Supongo que usaría el mío, pero…

– Yo también -aseguré.

Cogí mi libreta para buscar la hoja de papel que Jimmy Hong me había dado con la lista de llamadas a casa de Khoury. Había copiado todas las llamadas desde la medianoche, aun cuando yo sólo había necesitado las que se habían hecho desde el primer momento de la demanda de rescate. Antes tuve en mis manos el papel, para buscar el número de teléfono de la lavandería con la intención de llamar a TJ allí, pero ¿dónde mierda lo había puesto?

Lo encontré al fin. Lo desplegué.

– Aquí lo tenemos -dije-. Dos llamadas, las dos desde el mismo lugar. Una a las nueve y cuarenta y cuatro de la mañana, la otra a las dos y media de la tarde. El número del teléfono desde donde hablaban es el 243-7436.

– Es verdad -confirmó Kenan-, pero no sé a qué hora se produjeron.

– Pero ¿reconoces el número?

– Vuelve a leerlo.

Negó con la cabeza cuando lo repetí.

– No me resulta conocido. ¿Por qué no llamamos a ver qué pasa?

Tendió la mano hacia el teléfono. Cubrí su mano con la mía.

– Espera -insistí-. No les pongamos sobre aviso.

– ¿Aviso de qué?

– De que sabemos dónde están.

– ¿Lo sabemos? Todo lo que tenemos es un número.

– Los Kong podrían estar en casa ahora -dijo TJ-. ¿Quieres que los llame?

Meneé la cabeza.

– Creo que puedo arreglarme solo con esto.

Cogí el teléfono y llamé a Información. Cuando se puso la operadora, dije:

– Policía pidiendo ayuda con la guía de teléfonos. Mi nombre es oficial de policía Alton Simak, mi número de chapa es 2491-1907. Lo que tengo es un número de teléfono y lo que necesito es el nombre y dirección que le corresponde. Sí, correcto. 243-7436. Sí. Gracias.

Colgué el aparato y anoté la dirección antes de que se me olvidara. Añadí:

– El teléfono está a nombre de un tal A. H. Wallens. ¿Es amigo tuyo?

Kenan negó con un gesto de cabeza.

– Creo que la A es de Albert, así es como Callander llamaba a su socio. -Leí la dirección que había anotado-. Calle 21, número 692.

– Sunset Park -dijo Kenan.

– Sunset Park, a dos o tres manzanas de la lavandería.

– Ahí está el desempate -dijo Kenan-. Vamos.

Era una casa de madera y hasta a la luz de la luna se podía ver que estaba descuidada. La madera estaba muy necesitada de pintura y los arbustos estaban plantados sin orden ni concierto. Medio tramo de escalera en el frente llevaba a una galería con una mampara que estaba perceptiblemente hundida por la mitad. El acceso para coches, de cemento, y con parches de alquitrán aquí y allá, corría por el lado derecho de la casa hasta un garaje separado para dos coches. Había una puerta lateral a un lado y una tercera puerta al fondo de la casa.

Habíamos venido todos en el Buick. Lo dejamos aparcado en la esquina, en la Séptima Avenida. Todos íbamos armados. Tuvo que notárseme la sorpresa cuando Kenan tendió un revólver a TJ, porque me miró y susurró:

– Si se acerca, móntalo. Debes ser un tipo valiente, pero da igual. Tú déjalo venir. Ya sabes cómo funciona esto, TJ. No haces más que apuntar y disparar, como con una cámara japonesa.

La puerta central del garaje estaba cerrada con llave y la cerradura era sólida. Había una estrecha puerta de madera al lado, que también estaba cerrada con llave. Mi tarjeta de crédito no lograba aflojar la cerradura. Estaba tratando de idear la manera más silenciosa de romper un vidrio cuando Peter me alcanzó una linterna y, durante un segundo, pensé que quería que yo rompiera el cristal con ella. Entonces me di cuenta y apreté la linterna contra el vidrio y la encendí. El Honda Civic estaba allí y reconocí el número de matrícula. Al otro lado, más difícil de ver pese a que lo enfoqué con la linterna, había una furgoneta de color oscuro. La matrícula no podía verla ni podía determinar el color de la pintura con aquella luz. Pero eso era, en realidad, todo lo que teníamos que ver. Estábamos en el lugar correcto.

Había luces encendidas en toda la casa. Había señales de que la casa era una vivienda para una sola familia, un solo timbre en la puerta lateral, un solo buzón junto a la puerta de la galería. Y ellos podían estar dentro, en cualquier parte. Nos abrimos paso alrededor de la casa. En la parte de atrás, entrelacé los dedos y le di un empujón a Kenan. Él se aferró del alféizar de la ventana y levantó la cabeza sobre él. Se mantuvo allí colgado por un momento y luego se dejó caer al suelo.

– La cocina -susurró-. El rubio está ahí contando el dinero. Está abriendo todos los paquetes y contando los billetes y escribiendo números en una hoja de papel. Es una pérdida de tiempo. Es un trato hecho. ¿Por qué se tiene que preocupar por cuánto obtuvo?

– ¿Y el otro?

– No lo he visto.

Repetimos el procedimiento en otras ventanas, probamos la puerta lateral, al pasar. Estaba cerrada con llave, pero un niño podría abrirla de una patada. La puerta trasera, la que llevaba a la cocina, no parecía mucho más resistente.

Pero yo no quería irrumpir hasta que no supiera con seguridad dónde estaban los dos.

En la fachada, Peter, arriesgándose a llamar la atención de los peatones, utilizó una navaja para hacerle un corte a la cerradura de la puerta del porche. La puerta que comunicaba el porche con el vestíbulo de la casa estaba equipada con una cerradura más resistente, pero también tenía un vidrio grande que se podía romper para entrar antes. No lo rompió, pero miró por él y confirmó que Albert no estaba en la sala de estar.

Volvió para darnos cuenta de esto y entonces supuse que Albert estaría o arriba o afuera, tomando una cerveza. Estaba tratando de decidir una manera de llevarnos en silencio a Callander, y dejar la Fase Dos para más tarde, cuando TJ atrajo mi atención con un chasquido de los dedos. Miré y lo vi acurrucado en la ventana de un sótano.

Fui hasta allí, me agaché y miré hacia dentro. Tenía la linterna y barría con su haz el interior de un sótano grande. Había una pila en un rincón, con una lavadora y una secadora al lado. En la esquina opuesta había una mesa de trabajo flanqueada por un par de herramientas eléctricas. De un tablero en la pared, por encima de la mesa de trabajo, colgaban docenas de herramientas.

En la parte de delante había una mesa de pimpón con la red hundida. Una de las maletas estaba en la mesa, abierta y vacía. Albert Wallens, todavía con la misma ropa que había llevado en el cementerio, estaba sentado ante la mesa de pimpón en una silla plegable. Podría haber estado contando el dinero de la maleta, salvo que no había ningún dinero en ella y que era una actividad curiosa para llevar a cabo en la oscuridad. La única luz que había en el sótano era la de la linterna de TJ.

No podía verlo, pero podía asegurar que había un pedazo de alambre de cuerda de piano enroscado alrededor del cuello de Albert y era muy probable que fuera el mismo trozo de alambre usado para practicar la mastectomía en Pam Cassidy y, tal vez, a Leila Álvarez también. Ahora no había sido tan preciso quirúrgicamente, al haber encontrado hueso y cartílago en lugar de la carne sin resistencia que había encontrado antes. Sin embargo, había hecho su trabajo. La cabeza de Albert se había hinchado de manera grotesca, como si la sangre hubiera podido fluir por dentro, pero no hacia afuera. Su rostro era una cara de luna que había adquirido el color de una moradura y los ojos se le salían de las órbitas. Yo había visto una víctima del garrote vil con anterioridad, de manera que supe de inmediato qué estaba mirando, pero, en realidad, nada te prepara para algo así. Era el espectáculo más horrible que había visto en mi vida.