Kenan echó la cabeza hacia atrás y aulló como un perro.
2
Los hechos habían sucedido el jueves. El lunes, al volver de almorzar, había un mensaje para mí en recepción. «Llame a Peter Curry», decía, y había un número y el código de zona 718, lo que significaba Brooklyn o Queens. Yo no creía conocer a ningún Peter Curry en Brooklyn o Queens, ni en ninguna otra parte, pero no es extraño que reciba llamadas de gente que no conozco. Subí a mi habitación y llamé al número que estaba en la tira de papel y cuando un hombre contestó, pregunté:
– ¿Señor Curry?
– ¿Sí?
– Mi nombre es Matthew Scudder. He recibido un mensaje de usted.
– ¿Usted ha recibido un mensaje mío?
– Así es. Aquí dice que usted llamó a las doce y cuarto.
– ¿Me repite el nombre?
Se lo repetí y añadió:
– Ah, espere un minuto. Usted es el detective, ¿verdad? Mi hermano le llamó, mi hermano Peter.
– Dice Peter Curry.
– No cuelgue.
No colgué y, después de un momento, otra voz, parecida a la primera pero un tono más profunda y un poco más suave, dijo:
– Matt, soy Pete.
– Pete -dije-. ¿Te conozco, Pete?
– Sí, nos conocemos, pero no creo que sepas mi nombre. Asisto con regularidad a St. Paul. Dirigí una sesión hace cinco o seis semanas.
– Peter Curry -dije.
– Khoury -rectificó-. Soy de ascendencia libanesa. Déjame describirme. Hace alrededor de año y medio que no bebo. Vivo en una pensión al oeste de la Calle 55. He estado trabajando de mensajero y recadero, pero mi especialidad es el montaje de películas, sólo que no sé si podré volver a trabajar en eso.
– Hay muchas drogas en tu historia.
– Así es, pero fue el alcohol lo que realmente me abatió al final. ¿Me sitúas?
– Claro. Estaba allí la noche que hablaste. Sólo que nunca supe tu apellido.
– Exacto.
– ¿En qué puedo serte útil, Pete?
– Me gustaría que vinieras a charlar conmigo y con mi hermano. Eres detective y creo que es lo que necesitamos.
– ¿Podrías darme alguna idea de qué se trata?
– Bueno…
– ¿Por teléfono?
– Quizá sea mejor que no, Matt. Es un trabajo para un detective; es importante y pagaremos lo que pidas.
– Bueno -admití-. No sé si estoy libre para trabajar en este preciso momento, Pete. En realidad, tengo planeado un viaje. Me voy a Europa a final de esta semana.
– ¿Dónde?
– A Irlanda.
– Eso suena muy bien -observó-. Pero, mira, Matt, ¿no podrías simplemente llegarte hasta aquí y dejar que te lo expliquemos? Nos escuchas y, si decides que no puedes hacer nada por nosotros, no habrá ningún resentimiento y te pagaremos por tu tiempo, además del taxi de ida y vuelta.
Lejos del teléfono, el hermano decía algo que yo no alcanzaba a entender. Pete añadió:
– Se lo diré. Matt, Kenan dice que podríamos pasar a recogerte con el coche, pero tendríamos que volver aquí y por lo tanto me parece que es más rápido que tú simplemente cojas un taxi y te vengas aquí.
Me parecía que estaba oyendo hablar mucho de taxis a alguien que trabajaba de mensajero y recadero. Luego el nombre de su hermano me recordó algo. Dije:
– ¿Tienes más de un hermano, Pete?
– No, sólo uno.
– Creo que lo mencionaste en tu exposición. Algo acerca de su ocupación.
Una pausa. Luego:
– Matt, sólo te estoy pidiendo que vengas a escuchar.
– ¿Dónde estás?
– ¿Conoces Brooklyn?
– Tendría que estar muerto.
– ¿Qué dices?
– Nada. Pensaba en voz alta. Un famoso cuento: «Sólo los muertos conocemos Brooklyn». Solía conocer partes del barrio razonablemente bien. ¿En qué lugar de Brooklyn estás?
– Bay Ridge. Colonial Road.
– Eso es fácil de encontrar.
Me dio la dirección y la anoté.
La línea de metro R, conocida también como metro local de Broadway, va desde la Calle 179 de Jamaica (barrio de Queens) hasta unas manzanas antes del puente Verrazano, en el ángulo sudoeste de Brooklyn. Lo abordé en el cruce de la 57 con la Séptima Avenida y bajé dos paradas antes del final de la línea.
Hay quienes sostienen que una vez que uno deja Manhattan está fuera de la ciudad. Están equivocados. Uno está sólo en otra parte de la ciudad, pero no hay duda de que la diferencia es palpable. Se podría detectar con los ojos cerrados. El nivel de energía es diferente, el aire no zumba con la misma intensidad.
Caminé una manzana por la Cuarta Avenida, pasando por un restaurante chino, una verdulería coreana, un salón de belleza y un par de bares irlandeses, luego atajé hacia Colonial Road y encontré la casa de Kenan Khoury. Formaba parte de un grupo de amplias casas familiares, estructuras cuadradas y sólidas que parecían haber sido construidas en algún momento entre las dos guerras. Un césped diminuto y medio tramo de escalones de madera que conducían a la entrada principal. Los subí y toqué el timbre.
Pete me hizo pasar y me llevó a la cocina. Me presentó a su hermano, que se puso de pie para darme la mano y luego hizo un gesto para que me sentara en una silla. Él siguió de pie, caminó hasta el fogón y se volvió a mirarme.
– Le agradezco que haya venido -dijo-. ¿Le importa que le haga un par de preguntas, señor Scudder, antes de que empecemos?
– En absoluto.
– ¿Algo para beber primero? Bebida alcohólica, no. Sé que usted conoce a Petey de Alcohólicos Anónimos, pero hay café hecho o puedo ofrecerle una gaseosa. El café es estilo libanés, que es del mismo estilo que el café turco o el armenio, muy cargado y fuerte. O hay un frasco de Yubán instantáneo, si prefiere eso.
– El café libanés suena bien.
Sabía bien, también. Tomé un sorbo y él dijo:
– Usted es detective, ¿no es verdad?
– Sin licencia.
– ¿Y eso qué significa?
– Que no tengo categoría oficial. Ocasionalmente hago trabajos per diem para una de las grandes agencias, y en esas ocasiones opero con la licencia de ellos, pero lo demás que haga es privado y no oficial.
– Pero era policía.
– Así es. Hace algunos años.
– ¡Ajá! ¿De uniforme, de civil o qué?
– Era detective.
– Tenía una chapa dorada, ¿no?
– Así es. Estuve adscrito a la comisaría Sexta del Village durante varios años y antes estuve durante una temporada en Brooklyn, en la comisaría 78D. En Park Slope, al norte, la zona que llaman Boerum Hill.
– Sí, sé dónde está. Crecí en la zona de la comisaría 78D. ¿Conoce Bergen Street, entre Bond y Nevins?
– Desde luego.
– Allí es donde crecimos Petey y yo. Encontrará mucha gente de Oriente Medio en ese barrio, en unas cuantas manzanas de Court y Atlantic: libaneses, sirios, yemeníes, palestinos. Mi esposa era palestina, su gente vivía en President Street, una travesía de Henry. Es South Brooklyn, pero creo que ahora lo llaman Carroll Gardens. ¿El café está bien?
– Está muy bueno.
– Si quiere más, dígalo. -Fue a decir algo más, pero se volvió para mirar a su hermano-: No sé, hombre. Creo que esto no va a funcionar.
– Cuéntale la situación, niño.
– Es que no sé… -Se volvió de nuevo hacia mí, dio la vuelta a una silla y se sentó a horcajadas-. Éste es el asunto, Matt. ¿Está bien si le llamo así? -Asentí con un gesto-. Ésta es la cosa. Lo que necesito saber es si puedo decirle algo sin preocuparme de que usted se lo cuente a otros. Creo que lo que estoy preguntando es hasta qué punto sigue siendo usted policía.