– Tienes que hacer una elección, Kenan -supliqué.
– ¿Cuál?
– Puedo encerrarlo. Ahora hay un montón de pruebas contundentes contra él. Tiene a su socio muerto en el sótano y la furgoneta que está en el garaje ha de estar llena de fibras y restos de sangre y Dios sabe de qué más. Pam Cassidy lo puede identificar como el hombre que la mutiló. Otras pruebas lo vincularán con Leila Álvarez y Marie Gotteskind. Le caerían tres cadenas perpetuas, además de un plus de veinte o treinta años como bonificación.
– ¿Puedes garantizar que cumplirá cadena perpetua?
– No -repliqué-. Nadie puede garantizar nada cuando se trata del sistema de justicia criminal. Mi apuesta más segura es que terminará en el Hospital Estatal para Delincuentes Locos, en Matteawan, y que nunca abandonará el lugar vivo. Pero podría pasar cualquier cosa, ya lo sabes. No puedo imaginármelo patinando, pero he dicho lo mismo acerca de otra gente y nunca cumplieron un solo día.
Lo meditó.
– Volviendo a nuestro acuerdo -dijo-. Nuestro trato no era que tú lo detendrías.
– Ya lo sé. Por eso estoy diciendo que es algo que tú debes decidir. Pero si haces la otra elección, me tengo que ir primero.
– ¿No quieres estar aquí para eso?
– No.
– ¿Por qué no lo apruebas?
– Ni lo apruebo ni lo dejo de aprobar.
– Pero no es la clase de cosa que harías.
– No -admití-. No se trata de eso para nada. Porque lo he hecho: me he nombrado a mí mismo verdugo. No es un papel que quiera convertir en un hábito.
– Claro.
– Y no hay ninguna razón para que lo haga en este caso. Podría entregarlo a Homicidios de Brooklyn e irme a dormir tranquilo.
Lo pensó.
– No creo que yo pudiera hacerlo -sugirió.
– Por eso dije que tiene que ser tu decisión.
– Sí, bueno, creo que acabo de tomarla. Tengo que hacerme cargo de eso yo mismo.
– Entonces me parece que me voy.
– Sí, tú y todos los demás -replicó-. Esto es lo que haremos. Es una lástima que no hayamos traído dos coches. Matt, tú, TJ y Pete le llevaréis el dinero a Yuri.
– Parte de él es tuyo. ¿Quieres retirar el dinero que le prestaste?
– Sepáralo en su casa, ¿quieres? No quiero terminar con nada del dinero falso.
– Está todo en los paquetes que tienen la envoltura del Chase -anunció Peter.
– Sí, salvo que se mezcló todo cuando este hijo de puta lo contó, así que verifícalo en casa de Yuri, ¿de acuerdo? Y luego pasáis a recogerme. Contando veinte minutos hasta casa de Yuri y veinte de vuelta, más veinte minutos allí, calculad una hora. Volved aquí y recogedme en la esquina dentro de una hora y cuarto.
– Está bien.
Kenan cogió una maleta.
– Vamos -insistió-. Las llevaremos al coche. Matt, vigílalo, ¿eh?
Se fueron, y TJ y yo nos quedamos mirando a Raymond Callander. Los dos teníamos pistolas, pero cualquiera de nosotros podría haberlo vigilado con un matamoscas. Apenas parecía estar consciente.
Lo miré y recordé nuestra conversación en el cementerio, en aquel par de minutos, cuando algo humano había estado hablando en él. Quería volver a hablar con él y ver qué salía esta vez.
– ¿Ibas a dejar a Albert aquí, así? -pregunté.
– ¿Albert? -Hizo una pausa, como pensando-. No -dijo, por fin-. Iba a limpiar, antes de irme.
– ¿Qué pensabas hacer con él?
– Descuartizarlo. Envolverlo. Hay un montón de bolsas Hefty en ese armario.
– Y después, ¿qué? ¿Mandárselo a alguien en el maletero de un coche?
– ¡Ah! -dijo, recordando-. No. Eso fue por el bien del árabe. Pero es fácil. Las desparramas por ahí, las pones en los contenedores de basura, en los cubos de desperdicios. Nadie se da cuenta nunca. Los mezclas con la basura del restaurante y pasan como restos de carne.
– ¿Has hecho eso en alguna otra ocasión?
– ¡Ah, sí! Hubo más mujeres de las que tú conoces.
Volvió los ojos hacia TJ.
– Recuerdo a una negra. Era más o menos de tu mismo color -suspiró-. Estoy cansado.
– No tardará.
– Me vas a dejar con él -dijo- y él me va a matar. El árabe ése.
«Fenicio», pensé.
– Tú y yo nos conocemos -afirmó-. Sé que me mentiste, que rompiste tu promesa, que eso era lo que tenías que hacer. Pero tú y yo tuvimos una conversación, ¿cómo puedes dejar que me mate?
Plañidero, quejoso. Era imposible no pensar en Eichmann en el banquillo de los acusados en Israel. ¿Cómo podíamos hacerle eso?
Y también pensé en una pregunta que le había hecho en el cementerio y le devolví su propia notable respuesta.
– Te subiste a la furgoneta -le dije.
– No entiendo.
– Una vez que subes a la furgoneta -repetí-, no eres más que pedazos de un cuerpo.
Recogimos a Kenan, como habíamos acordado, a las tres menos cuarto de la mañana frente a una joyería que vendía a crédito en la Octava Avenida, precisamente a la vuelta de la esquina de la casa de Albert Wallens. Me vio al volante y preguntó dónde estaba su hermano. Le dije que lo habíamos dejado pocos minutos antes en la casa de Colonial Road. Iba a ir a recoger el Toyota, pero cambió de opinión y dijo que se iría directamente a dormir.
– ¿Sí? Yo estoy tan espabilado que tendrías que darme un cachiporrazo para dormirme. No, quédate ahí, Matt. Tú conduces. -Dio la vuelta alrededor del coche y vio a TJ en el fondo, repantingado en el asiento trasero como una muñeca de trapo-. Se le pasó la hora de ir a dormir -observó-. Esa maleta me parece conocida, pero espero que no esté llena de billetes falsos esta vez.
– Son tus ciento treinta mil. Lo hicimos lo mejor que pudimos. No creo que haya ningún billete falso mezclado.
– Si lo hay, no importa mucho. Son casi tan buenos como los verdaderos. El mejor camino, por la Gowanus. ¿Sabes cómo volver por ahí?
– Creo que sí. Y luego, por el puente o el túnel, lo que me digas.
– ¿Mi hermano se ofreció a llevar el dinero consigo y cuidarlo por mí?
– Sentí que era parte de mi trabajo entregarlo yo personalmente.
– Sí, bueno, es una manera diplomática de decirlo. Quisiera poder retirar una cosa que le dije, que tenía la mentalidad de un drogadicto. Es una cosa terrible decirle eso a alguien.
– Estuve de acuerdo contigo.
– Eso es lo peor. Que los dos sabemos que es verdad. ¿Yuri se sorprendió al ver el dinero?
– Se quedó pasmado.
Rió.
– Apuesto que sí. ¿Cómo está la nena?
– El médico dice que se pondrá bien.
– Le hicieron mucho daño, ¿no?
– Creo que es difícil separar el daño físico del trauma emocional. La violaron repetidas veces y creo que tiene varias lesiones internas, además de haber perdido los dos dedos. Estaba sedada, por supuesto. Y creo que el médico le dio algo a Yuri.
– Creo que nos tendría que dar algo a todos nosotros.
– En realidad, Yuri negoció. Quiso darme algo de dinero.
– Espero que lo hayas aceptado.
– No.
– ¿Por qué no?
– Es una conducta muy característica por mi parte. Te lo puedo asegurar.
– ¿No es así como te enseñaron en la comisaría Setenta v ocho?
– No tiene nada que ver con lo que me enseñaron en la Siete-Ocho. Le dije que ya tenía un cliente y que me había pagado íntegramente. Tal vez lo que dijiste acerca del dinero ensangrentado hizo saltar algún resorte.
– Eso no tiene sentido, hombre. Estabas trabajando e hiciste un buen trabajo. ¿Quiere darte algo? Tendrías que aceptarlo.
– Está bien. Le dije que podía darle algo a TJ.
– ¿Qué le dio?
– No sé. Un par de dólares.
– Doscientos -corrigió TJ.
– Ah, ¿estás despierto, TJ? Pensé que dormías.