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Llamé a Elaine cuando volví a mi Habitación. Su contestador recogió la llamada, le dejé un mensaje y me senté a esperar a que me llamara. Eran alrededor de las diez y media cuando lo hizo.

– Esperaba que llamaras -dijo-. Me he estado preguntando qué pasó después de aquella llamada telefónica…

– Pasaron muchas cosas -dije-. Quiero contártelo todo. ¿Puedo ir para allá?

– ¿Ahora?

– A menos que tengas planeado algo.

– Absolutamente nada.

Bajé a la calle y cogí el tercer taxi de la mañana. Cuando me hizo pasar, sus ojos escudriñaron mi cara y pareció preocupada por lo que encontró.

– Entra. Siéntate, he hecho café. ¿Estás bien?

– Estoy muy bien. No he podido dormir esta noche, eso es todo.

– ¿Otra vez? No vas a convertirlo en un hábito, ¿verdad?

– No creo.

Me trajo una taza de café y nos sentamos en la sala de estar, ella en el sofá y yo en una silla, y empecé con el relato de mi primera conversación el día anterior, con Kenan Khoury, y recorrí todo el camino hasta nuestra última conversación, cuando me dejó en el Northwestern. No me interrumpió, ni su atención se desvió. Tardé mucho en contar la historia, sin omitir nada y repitiendo conversaciones ocasionales casi palabra por palabra. Ella estaba pendiente de cada una de ellas.

Cuando terminé, dijo:

– Creo que estoy abrumada. Es toda una historia.

– Sólo una más de las noches de Brooklyn.

– ¡Ajá! Me sorprende que me la hayas contado toda.

– A mí también, en cierto modo. No vine aquí para contarte eso.

– ¿Eh?

– Pero no quería dejar de contarla -seguí-, porque no quiero que haya cosas que no te diga. Y eso sí es lo que vine a decirte. He estado yendo a reuniones y diciendo cosas en un salón lleno de extraños, cosas que no me permito decirte a ti, y eso no tiene sentido.

– Me parece que estoy asustada.

– No eres la única.

– ¿Quieres más café? Puedo…

– No. Vi cómo Kenan se alejaba en el coche esta mañana, subí y me acosté, y todo en lo que podía pensar era en todas las cosas que no te he dicho. Se podría creer que lo que Kenan me contó mantendría a cualquiera despierto, pero ni siquiera pensaba en eso. No había lugar para tanto. Lo que me carcomía era el tener una conversación contigo, pero como no estabas allí, mi conversación era conmigo mismo.

– A veces es más fácil así. Se pueden escribir los parlamentos de otras personas. -Elaine frunció el entrecejo-. Para él, para ella, ¿para mí?

– Será mejor que alguien te escriba tus diálogos, si es así como te salen cuando tú misma los haces. ¡Joder!, la única manera de decirlo es decirlo. No me gusta lo que haces para ganarte la vida.

– ¡Ah!

– No sabía que me molestara. Y antes, tal vez no me molestara. Probablemente me causaba placer, si retrocedemos todo el camino hasta el principio. Nuestro principio. Y luego hubo un período de tiempo en el que no creía que me molestaba, para terminar una etapa en la que sabía que sí, que me molestaba, pero trataba de convencerme de que no.

»Además, ¿qué derecho tengo yo a decir algo? No es como si no hubiese sabido en qué me metía. Tu ocupación era parte del paquete. ¿Cómo podía decirte que conservaras esto y cambiaras aquello?

Fui hasta la ventana y miré a lo lejos, hacia Queens. Queens es la zona de los cementerios, mientras que Brooklyn sólo tiene Green-Wood.

Me volví para mirarla y dije:

– Además tenía miedo de decir lo que fuera. Tal vez si hablaba, llegaba a un ultimátum: elige una cosa o la otra, deja de hacer de prostituta o me voy. ¿Y si no me elegías a mí?

»O imagina que sí. Entonces, ¿a qué me compromete eso? ¿Te da el derecho de decirme lo que no te gusta del modo en que vivo mi vida?

»Si dejas de acostarte con clientes, ¿significa eso que yo no puedo acostarme con otras mujeres? En realidad, no he estado con nadie más desde que volvimos a andar juntos. Pero siempre he sentido que tenía el derecho de hacerlo. No ha ocurrido, y una o dos veces decidí conscientemente evitar que ocurriera, pero no me sentía comprometido con esa conducta. Y si me sentía, era por un compromiso secreto. No iba a permitir que ninguno de los dos se enterara.

»¿Qué pasa con nuestra relación? ¿Significa que tenemos que casarnos? No sé si quiero hacerlo. Estuve casado una vez y no me gustó mucho. Yo tampoco servía demasiado para eso. ¿Significa que tenemos que vivir juntos? Tampoco sé si quiero eso. No he vivido con nadie desde que dejé a Anita y a los chicos, y eso fue hace mucho tiempo. Hay cosas en eso de vivir solo que me gustan. No sé si quiero renunciar a la independencia.

»Pero me consume saber que estás con otros tipos -seguí habiéndole-. Sé que no hay amor en eso, que hay muy poco sexo. Sé que tiene más en común con el masaje que con hacer el amor. Saberlo parece no importar, pero es una china que se mete en el engranaje. Te llamé esta mañana y me devolviste la llamada una hora después. Y me preguntaba dónde estabas cuando llamé', pero no te lo pregunté porque podías decirme que estabas con un tío. O podrías no decirlo y yo me preguntaría qué era lo que no decías.

– Estaba en la peluquería -dijo Elaine.

– ¡Ah, te queda muy bien!

– Gracias.

– Es diferente, ¿no? Te queda muy bien, en serio. No me había dado cuenta. Nunca me doy cuenta, pero me gusta.

– Gracias.

– Ni siquiera sé dónde voy a parar con esto -dije-. Pero se me ocurrió que tenía que decirte cómo me sentía y lo que me ha estado pasando. Te amo. Sé que ésa es una palabra que no decimos y una de las razones por la que tengo problemas con ella es que no sé qué coño significa. Pero signifique lo que signifique, es como me siento con respecto a ti. Nuestra relación es importante para mí. En realidad, su importancia es parte del problema, porque he tenido tanto miedo de que se convirtiera en algo que no me gustaba, que he estado alejándome de ti. -Me detuve para tomar aliento-. Creo que eso es todo. No sabía que iba a decir tanto y no sé si me ha salido bien, ya está hecho.

Me miraba. Era difícil enfrentarse a su mirada.

– Eres un hombre muy valiente -dijo.

– ¡Por favor!

– Por favor, te digo yo también. ¿No estabas asustado? Yo estaba asustada y ni siquiera hablaba.

– Sí, estaba asustado.

– En eso consiste la valentía, en hacer lo que a uno le da miedo. Caminar hacia esas pistolas que te apuntaban en el cementerio debe de haber sido una bravuconada, en comparación con esto.

– Lo raro es que no tuve tanto miedo en el cementerio. Una idea que se me ocurrió fue que he vivido lo suficiente, de manera que no tengo que preocuparme por morir joven.

– Ése debe de haber sido un gran consuelo.

– Pues, por extraño que parezca, lo fue. Mi mayor temor era que algo le ocurriera a la chica y que fuera por mi culpa, por hacer mal algo o por no comportarme de forma eficaz. Una vez que volvió con su padre, me relajé. Creo que no creí, realmente, que fuera a pasarme algo.

– Gracias a Dios, estás bien.

– ¿Qué pasa?

– Sólo unas pocas lágrimas.

– No tuve intención de…

– ¿De qué? ¿De afectarme emocionalmente? No te disculpes.

– Está bien.

– Y ahora se me corre el rímel… -Se tocó los ojos ligeramente con un pañuelo de papel-. ¡Dios mío, lo que me faltaba! Me siento tan estúpida…

– ¿Por unas lagrimitas de nada?

– No, por lo que tengo que decir ahora. Es mi turno, ¿no?

– Está bien.

– No me interrumpas, ¿eh? Hay algo que no te he dicho y por culpa de ello me siento verdaderamente idiota y no sé por dónde empezar. Pero, bueno, te lo voy a decir de golpe. Lo dejé.

– ¿Cómo?

– Que lo dejé. Que dejé de joder. ¿Lo quieres más claro? ¡Hostia, qué cara pones! Te digo que he dejado de acostarme con otros hombres.

– No tienes que tomar esa decisión -le dije-. Sólo quise decir lo que sentía y…