– Sí.
– Aunque el agua sea la misma debajo de él que debajo de los otros. Ahora está en paz, el pobre. Creo que es lo que siempre quiso si lo piensas bien. La única paz de la que disfrutó en su vida fue cuando tenía heroína en las venas, y aparte del intenso placer, lo más dulce de la heroína es que es como la muerte. Sólo que el efecto es pasajero. Eso es lo bueno que tiene. O lo malo que tiene, supongo. Depende del punto de vista.
Un par de días después de despedirme de Kenan, me estaba preparando para acostarme cuando sonó el teléfono. Era Mick.
– Te levantas temprano -le dije.
– ¿Te parece?
– Deben de ser las seis de la mañana, allí. Aquí es la una.
– ¡No me digas! Precisamente se me ha parado el reloj. Te llamaba con la esperanza de que me dijeras la hora.
– Pues bien, debe de ser un buen momento para llamar porque la comunicación es perfecta.
– Clara, ¿verdad?
– Como si estuvieras en el cuarto de al lado.
– Bueno, podría muy bien ser así -aseguró-. Resulta que estoy en el Grogan. Rosenstein me ha limpiado completamente. Mi vuelo se atrasó, de lo contrario habría llegado ya hace horas.
– Me alegro de que hayas vuelto.
– No más que yo. Irlanda es un país grande y viejo, pero no te gustaría vivir en él. ¿Cómo estás? Burke dice que no te has acercado mucho por el bar.
– No, para nada.
– Entonces, ¿por qué no te vienes para aquí ahora?
– ¿Por qué no?
– ¡Qué buen muchacho! -dijo-. Me pondré a hacer café para ti y abriré una botella de Jameson. Tengo un montón de historias para contarte.
– Yo tengo unas cuantas de mi propia cosecha.
– Estupendo, pasaremos una gran noche. Luego, de madrugada, iremos a la misa de los carniceros, ¿qué te parece?
– Bueno, no me sorprenderá.
Lawrence Block