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Era una buena pregunta y yo mismo me la hacía muchas veces.

– Fui policía durante muchos años -dije-. Lo he sido un poco menos cada año desde que abandoné el cuerpo. Lo que usted me está preguntando es si lo que me cuente será confidencial. Legalmente no tengo el rango de un procurador. Lo que me diga no será información privilegiada. Pero al mismo tiempo tampoco soy funcionario de justicia, tampoco, de manera que no estoy más obligado que cualquier ciudadano privado a informar acerca de los temas de los que me entere.

– ¿Cuál es el punto crucial?

– No sé cuál es el punto crucial. Puede cambiar considerablemente. No puedo prometerle mucho porque no sé lo que está decidido a contarme. Vine hasta aquí porque Pete no quería decir nada por teléfono y ahora parece que usted tampoco quiere decir nada cara a cara. Tal vez debería irme a casa.

– Tal vez -dijo.

– Niño…

– No -admitió, poniéndose de pie-. Fue una buena idea, hombre, pero no está resultando. Nosotros mismos los encontraremos. -Sacó un rollo de billetes del bolsillo, separó uno de cien y me lo tendió a través de la mesa-. Por sus taxis de ida y vuelta y por su tiempo, señor Scudder. Lamento que le hayamos arrastrado hasta aquí para nada.

Al ver que yo no alargaba la mano, dijo:

– Quizá su tiempo valga más de lo que he calculado. Aquí tiene, y nada de resentimientos, ¿eh? -Añadió un segundo billete al primero y yo seguí sin cogerlos.

Empujé la silla hacia atrás y me puse de pie.

– No me debe nada -observé-. No sé lo que vale mi tiempo. Digamos que, con el café, estamos en paz.

– Coja el dinero, el taxi debe de costar unos veinticinco por trayecto.

– He cogido el metro.

Me miró fijamente.

– ¿Ha venido en metro? ¿Mi hermano no le dijo que cogiera un taxi? ¿Para qué quiere ahorrar dinero, especialmente cuando lo estoy pagando yo?

– Guarde su dinero -le dije-. Cogí el metro porque es más sencillo y más rápido. Cómo voy de un lugar a otro es asunto mío, señor Khoury, y yo hago mi trabajo como quiero. Usted no me diga cómo andar por la ciudad y yo no le diré cómo venderles crack a los escolares. ¿Qué le parece?

– ¡Dios mío! -exclamó.

– Lamento que ambos hayamos perdido nuestro tiempo -le dije a Pete-. Gracias por pensar en mí.

Me preguntó si quería que me llevara a la ciudad con el coche o al menos a la estación del metro.

– No. Creo que me gustará caminar un poco por Bay Ridge. No he andado por aquí desde hace años. Tuve un caso que me trajo hasta unas pocas manzanas de aquí, justamente en Colonial Road, pero un poco hacia el norte. Justo atravesando el parque. Creo que es el Owl's Head Park.

– Eso está a ocho o diez manzanas -rectificó Kenan Khoury.

– Creo que sí. El individuo que me contrató estaba acusado de matar a su esposa y el trabajo que hice para él ayudó a que retiraran los cargos.

– ¿Y era inocente?

– No, la mató -respondí, recordando todo el asunto-. Yo no lo sabía. Lo descubrí después.

– ¿No había nada que usted pudiera hacer?

– Claro que había. Tommy Tillary era su nombre. No recuerdo el nombre de su esposa, pero su amiga era Carolyn Cheatham. Cuando ésta murió, él terminó pagando por esta muerte.

– ¿La mató a ella también?

– No, ella se suicidó. Lo arreglé de manera que pareciera asesinato y tuvo que pagar por él. Lo saqué de un aprieto del que no merecía salir, así que me parecía justo meterlo en otro.

– ¿Qué tiempo cumplió?

– Todo el que pudo. Murió en prisión. Alguien le clavó un cuchillo. -Suspiré-. Pensé en pasar por su casa para ver si me traía algún recuerdo, pero parecen haber vuelto por sí mismos.

– ¿Le molesta?

– ¿Recordar, quiere decir? No especialmente. Puedo pensar en muchas cosas que he hecho y que me molestan más. -Me puse a buscar la chaqueta, pero recordé que había llegado sin ella. Fuera, el tiempo era primaveral, tiempo de chaqueta deportiva, aunque bajaría la temperatura al atardecer.

Me encaminé hacia la puerta y dijo:

– ¿Quiere esperar un minuto, por favor, señor Scudder?

Lo miré.

– Estaba fuera de mí -se justificó-. Le pido disculpas.

– No tiene de qué disculparse.

– Sí, perdí la cabeza. Esto no es nada. Hoy he roto un teléfono. Comunicaban y me puse furioso, y estrellé el auricular contra la pared hasta que se hizo pedazos. -Meneó la cabeza-. Nunca me pongo así. He estado sometido a una gran tensión.

– Hay mucho de eso.

– Sí, supongo que sí. El otro día unos tipos secuestraron a mi esposa, la cortaron en pedacitos, la envolvieron en bolsas de plástico y me la han devuelto en el maletero de un coche. Tal vez ésa sea la tensión que todos los demás están sufriendo. No sabría decirlo.

– Tranquilo, niño -dijo Pete.

– No, estoy bien -se disculpó Kenan-. Matt, siéntese un minuto. Déjeme que se lo cuente todo, de pe a pa, y después decide si quiere hacerlo o no. Olvide lo que dije antes. No me preocupa a quién se lo va a contar o no. Sólo que no quiero decirlo en voz alta porque lo hace real. Pero ya es real, ¿no?

Me largó toda la historia, contándomela en lo esencial como yo la referí antes. Había algunos detalles que surgieron, más tarde, de mi propia investigación, pero los hermanos Khoury ya habían desenterrado cierta cantidad de información por su cuenta. El viernes habían encontrado el Toyota Camry donde ella lo había estacionado, en Atlantic Avenue, y eso les llevó a El gourmet árabe, mientras que las bolsas de comida del maletero les permitieron saber que ella había parado también en D'Agostino.

Cuando terminó de contármelo, decliné la otra taza de café y acepté un vaso de agua mineral.

– Tengo algunas preguntas que hacer -dije.

– Adelante.

– ¿Qué hizo con el cadáver?

Los hermanos intercambiaron una mirada y Pete le hizo un gesto a Kenan para que continuara. Éste respiró hondo y explicó:

– Tengo un primo que es veterinario. Tiene un hospital para animales en…, bueno, no importa dónde está, por el barrio viejo. Lo llamé y le dije que necesitaba entrar de incógnito en su lugar de trabajo.

– ¿Cuándo fue eso?

– Lo llamé el viernes por la tarde y el viernes por la noche me dio la llave y fuimos allí. Tiene una unidad, supongo que usted lo llamaría un horno, que usa para incinerar los animales que sacrifica. Cogimos el…, cogimos el…

– Tranquilo, niño.

Sacudió la cabeza con impaciencia.

– Estoy bien. Sólo que no sé cómo decirlo. ¿Cómo se dice? Cogimos los pedazos de… de Francine y los quemamos.

– ¿Desenvolvió todo el…?

– No. ¿Para qué? Las cintas y el plástico se quemaron junto con todo lo demás.

– Pero ¿está seguro de que era ella?

– Sí. Sí, desenvolvimos lo suficiente para estar seguros.

– Tengo que preguntar todo esto.

– Comprendo.

– El hecho es que no tenemos cadáver. ¿No es así?

Asintió.

– Sólo cenizas. Cenizas y astillas de huesos es todo lo que hay. Uno piensa en la cremación e imagina que no quedará nada más que cenizas, como lo que sale de una caldera, pero no es así como funciona. Tiene una unidad auxiliar para pulverizar los fragmentos de huesos, para que así lo que quede sea menos obvio. -Alzó la mirada para encontrar la mía-. Cuando yo estaba en la escuela secundaria, trabajaba por las tardes en casa de Lou. No iba a mencionar su nombre. Carajo, ¿qué diferencia hay? Mi padre quería que yo fuera médico, creía que ése sería un buen entrenamiento. No sé si lo fue o no, pero yo me familiaricé con el lugar, con el equipo.

– ¿Sabe su primo por qué quiso usar sus instalaciones?

– La gente sabe lo que quiere saber. Él no puede haber supuesto que yo quería deslizarme allí durante la noche para ponerme una inyección antirrábica. Estuvimos allí toda la noche. El tamaño de la unidad que tiene es para animales de compañía, de manera que tuvimos que cargarlo varias veces y dejar que la unidad se enfriara entre una y otra vez. Cielos, me está matando el hablar de esto.