– Lo siento.
– No es culpa suya. Si Lou supo que utilicé el horno, supongo que tenía que saberlo. Tiene que tener una idea bastante clara de la clase de negocio en que estoy. Supongo que se imagina que maté a un competidor y quise deshacerme del cuerpo del delito. La gente ve toda esa mierda por televisión y cree que así es como funciona el mundo.
– ¿Y no se opuso?
– Es de la familia. Sabía que era urgente y sabía que era algo de lo que no debíamos hablar. Y le di algo de dinero. No quería aceptarlo, pero tiene dos hijos en la universidad, así que cómo no iba a aceptarlo. No era tanto, además.
– ¿Cuánto?
– Dos mil. Es un presupuesto muy bajo para un funeral, ¿no? Se puede gastar mucho más que eso en un ataúd. -Meneó la cabeza-. Tengo las cenizas en una lata en la caja fuerte, abajo. No sé qué hacer con ellas. No tengo idea de lo que ella hubiera querido. Nunca lo tratamos. Dios mío, tenía veinticuatro años. Nueve años más joven que yo, nueve años menos un mes. Hemos estado casados dos años.
– ¿Tenían hijos?
– Íbamos a esperar un año más y luego… ¡Santo Dios, esto es terrible! ¿Le molesta si tomo un trago?
– No.
– Pete dice lo mismo. Mierda, no lo voy a tomar. Bebí algo el jueves por la tarde después de hablar por teléfono con ellos y no he tomado nada desde entonces. Me vienen ganas y simplemente las dejo a un lado. ¿Sabe por qué?
– ¿Por qué?
– Porque quiero sentir esto. ¿Cree que hice mal llevándola a casa de Lou e incinerándola? ¿Cree que estuvo mal?
– Creo que fue ilegal.
– Sí, es verdad, pero no me preocupa demasiado ese aspecto.
– Sé que no. Usted sólo estaba tratando de hacer lo que era decente. Pero al hacerlo, destruyó las pruebas. Los cadáveres tienen mucha información para quien sabe buscar. Cuando uno reduce un cuerpo a cenizas y fragmentos de huesos, toda esa información se pierde.
– ¿Importa?
– Podría ser útil saber cómo murió.
– No me importa cómo. Todo lo que quiero saber es quién la mató.
– Una cosa podría llevar a la otra.
– Así que cree que obré mal. Yo no podía llamar a la policía, entregarles un saco lleno de pedazos de carne y decirles «ésta es mi esposa, cuídenla bien». Nunca llamo a la policía, estoy en un negocio donde eso no se hace, pero si hubiera abierto el maletero del lempo y ella hubiera estado allí, en un solo pedazo, muerta pero intacta, tal vez, tal vez, lo hubiera denunciado, pero de este modo…
– Comprendo.
– Pero cree que hice mal.
– Hiciste lo que tuviste que hacer -sentenció Peter.
– ¿No es eso lo que todos hacen siempre? -pregunté-. No sé mucho acerca del bien y del mal. Es probable que yo hubiera hecho lo mismo si hubiera tenido un primo con un crematorio en la parte de atrás. Pero lo que yo hubiera hecho está fuera de la cuestión. Usted hizo lo que hizo. La cuestión es qué hacemos ahora.
– ¿Qué?
– Ése es el problema.
No era el único problema. Hice un montón de preguntas y la mayor parte de ellas más de una vez. Llevé a ambos en un viaje de ida y vuelta por su historia y tomé muchas notas. Empezaba a parecer como si los restos segmentados de Francine Khoury fueran la única prueba tangible en todo el asunto. Y se habían evaporado como humo.
Cuando finalmente cerré el bloc, los dos hermanos Khoury estaban sentados esperando una palabra mía.
– A primera vista -observé- parecen muy seguros. Hicieron su juego y lo llevaron a cabo sin dejar ninguna pista de quiénes son. Si dejaron huellas en alguna parte, todavía no han aparecido. Es posible que alguien del supermercado o de la tienda de Atlantic Avenue haya visto a alguno de ellos o recuerde el número de la matrícula. Vale la pena hacer una investigación intensiva para tratar de hacer aparecer un testigo, pero esto no es más que una hipótesis. Las probabilidades son que no habrá ningún testigo o que, si aparece alguno, lo que vio no nos lleve a ningún lado.
– ¿Está diciendo que no tenemos ninguna posibilidad?
– No -respondí-. Eso no es lo que estoy diciendo. Estoy diciendo que una investigación tiene que servir de algo, además de trabajar con las pistas que dejaron. Un punto de partida está en el hecho de que se escaparon con casi medio millón de dólares. Hay dos cosas que podrían hacer y cualquiera de las dos podría ponerlos en evidencia.
Kenan lo pensó.
– Gastarlos es una de ellas -y preguntó-: ¿Cuál es la otra?
– Comentarlo. Los pillos se van de la lengua, especialmente cuando tienen algo de qué jactarse, y a veces hablan con gente que los vendería encantada. La treta es hacer correr la voz de manera que esa gente sepa quién es el comprador.
– ¿Tiene alguna idea de cómo hacerlo?
– Tengo un montón de ideas -admití-. Antes, usted quería saber hasta qué punto yo seguía siendo un policía. No lo sé, pero todavía enfoco este tipo de problemas como lo hacía cuando llevaba una insignia, dándole vueltas de acá para allá hasta poder capturarlo. En un caso como éste, uno puede ver diferentes líneas de investigación. Todas las probabilidades indican que ninguna de ellas llevará a ninguna parte, pero siguen siendo los enfoques que habría que probar.
– ¿Así que quiere intentarlo?
Miré mi bloc. Respondí:
– Bueno, tengo dos problemas. Creo que el primero se lo mencioné a Pete por teléfono. Se supone que me voy a Irlanda el fin de semana.
– ¿Por negocios?
– Por placer. Hice los trámites esta mañana.
– Podría cancelarlo.
– Podría.
– Si pierde algún dinero al cancelar el viaje, lo que yo le pague le compensará. ¿Cuál es el otro problema?
– El otro problema es qué uso le dará a cualquier pista que pudiera surgir.
– Bueno, ya sabe la respuesta a eso.
Asentí.
– Ése es el problema.
– Porque no se puede hacer una acusación contra ellos, acusarlos de secuestro y homicidio. No hay ninguna prueba de que se haya cometido un crimen, sólo hay una mujer que ha desaparecido.
– Así es.
– Así que debe de saber lo que quiero. Cuál es la clave de todo esto. ¿Quiere que lo diga?
– Podría.
– Quiero a esos hijos de puta muertos. Quiero estar allí, quiero hacerlo, quiero verlos morir. -Lo dijo con calma, llanamente, con una voz sin emoción-. Eso es lo que quiero -añadió-. En este momento lo deseo tanto que no quiero nada más. No puedo imaginarme deseando alguna otra cosa en mi vida. ¿Eso es más o menos lo que se imaginaba?
– Más o menos.
– La gente que hace algo como esto, coger a una mujer inocente y hacerla pedacitos, ¿le importa lo que le pase?
Lo pensé, pero no mucho tiempo.
– No -repuse.
– Haremos lo que hay que hacer, mi hermano y yo. Usted no tomará parte.
– En otras palabras, sólo los estaría sentenciando a muerte.
Negó con la cabeza.
– Ellos mismos se sentenciaron con lo que hicieron. Sólo está ayudando a hacer la jugada. ¿Qué dice?
Vacilé.
– Tiene otro problema, ¿no? -dijo-. Mi profesión.
– Es un factor que hay que tener en cuenta.
– Lo de vender crack a los escolares. Yo no… yo no monto el quiosco en los patios de las escuelas.
– Ya me lo imaginaba.
– Hablando con propiedad, no soy camello. Trafico, pero no trapicheo. ¿Entiende la diferencia?
– Claro -respondí-. Eres el pez gordo que se las arregla para no caer en las redes.
Rió.
– No sé si soy especialmente gordo. En ciertos aspectos, los distribuidores de nivel medio son los más gordos, movilizan el mayor volumen. Yo comercio al peso, lo que quiere decir que o traigo la mercancía en cantidad o se la compro a la persona que la trae, y se la paso a quien la vende en cantidades menores. Mi cliente probablemente saca más beneficio que yo, porque compra y vende continuamente, mientras que yo sólo hago dos o tres operaciones por año.