Nicholas Sparks
Un Paseo Para Recordar
Prólogo
Cuando tenía diecisiete años, mi vida cambió para siempre.
Sé que hay personas que se preguntan acerca de mí cuando digo eso. Ellos me miran extrañamente como si trataran de comprender qué pudo haberme ocurrido desde entonces, aunque rara vez me molesto en explicarlo. Porque he vivido aquí la mayor parte de mi vida, y no siento que tenga que hacerlo a menos que de verdad desee hacerlo, además de que eso me tomaría más tiempo del que la mayoría de las personas están dispuestas a brindarme. Mi historia no puede ser contada en dos o tres oraciones; no puede ser encerrada en algo sencillo y simple que las personas inmediatamente comprendieran. A pesar de que han pasado cuarenta años, las personas que aún viven aquí y que me conocieron ese año aceptan mi negación a explicar sin hacer ninguna pregunta. Mi historia de alguna manera es su historia porque fue algo que todos vivimos. Fui yo, sin embargo, quién vivió más de cerca todo esto. Tengo cincuenta y siete años, pero incluso ahora puedo recordar todo de ese año, incluyendo los más pequeños detalles. Revivo ese año muy a menudo en mi mente, trayéndolo de regreso a mi vida, y me doy cuenta de que cuando lo hago, siempre siento una combinación extraña de tristeza y placer. Hay momentos en que desearía poder regresar el tiempo y mandar lejos toda la tristeza, pero tengo el presentimiento de que si lo hiciera, el placer también se alejaría con ella. Así que tomo los recuerdos tal y como vienen, aceptándolos todos, dejándolos guiarme siempre que puedo. Y esto ocurre más a menudo de lo que quisiera.
Es 12 de abril, en el último año antes del milenio, y cuando dejo mi casa, y echo un vistazo alrededor. El cielo está nublado y gris, pero cuando me muevo por la calle, noto que los cornejos y las azaleas están floreciendo. Subo el cierre de mi chamarra sólo un poquito. La temperatura está fresca, aunque sé que es solo cuestión de semanas antes de que cambie a algo cómodo y los cielos grises den paso a esa clase de días que hacen de Carolina del Norte uno de los lugares más hermosos en el mundo entero. Con un suspiro, siento todo regresar a mi memoria. Cierro mis ojos y los años empiezan a dar marcha atrás, haciendo tictac despacio y en reversa, de la misma manera que las manos de un reloj que gira en dirección contraria. Como si fuera a través de los ojos de otra persona, me observo cuando era más joven; veo mi pelo que cambia de gris a marrón, siento que las arrugas alrededor de mis ojos se empiezan a alisar, mis brazos y piernas crecen musculosos. Las lecciones que he aprendido con la edad se hacen más débiles, y mi inocencia regresa cuando ese año lleno de acontecimientos se acerca. Entonces, de la misma manera que yo, el mundo empieza a cambiar: los caminos se hacen estrechos y algunos se hacen de grava, el crecimiento descontrolado suburbano ha sido reemplazado con tierra de cultivo, las calles del centro de la ciudad abundan en personas, mirando en las ventanas cuando pasan por la panadería de Sweeney y la carnicería de Palka. Los hombres llevan sombreros, las mujeres llevan vestidos. En el palacio de justicia, el campanario suena…
Abro mis ojos y hago una pausa. Estoy de pie fuera de la iglesia Bautista, y cuando miro fijamente hacia el aguilón, sé exactamente quién soy. Mi nombre es Landon Carter, y tengo diecisiete años. Ésta es mi historia; prometo no omitir nada.
Primero ustedes sonreirán, y luego llorarán, y no digan que no fueron advertidos.
Capítulo 1
En 1958, Beaufort, Carolina del Norte, que está ubicado en la costa cerca de Morread City, era un lugar como muchos otros pequeños pueblos sureños. Era la clase de lugar donde la humedad aumentaba tanto en verano que los que salían de sus casas para recibir el correo ya necesitaban una ducha, y los niños andaban sin zapatos desde abril hasta octubre debajo de árboles de roble y sobre el musgo español. Las personas saludaban con la mano desde sus automóviles siempre que veían a alguien en la calle ya fuera que lo conocieran o no, y el aire olía a pino, sal y mar, un olor único de Carolina. Para muchas de las personas allí, pescar en Pamlico o sacar cangrejos del río Neuse era un estilo de vida, y los botes eran amarrados donde quiera que fuera parte de la Vía Navegable Intracostal. Solamente tres canales recibía el televisor, aunque la televisión nunca fue importante para la mayoría de los que crecimos allí. En vez de eso nuestras vidas estaban centradas en las iglesias, de las cuales había dieciocho y eso tan solo dentro de los límites de pueblo. Se ordenaban por nombres como la Iglesia de Asociaciones Cristianas, la Iglesia de las Personas Perdonadas, la Iglesia de el Domingo de Expiación, y también, por supuesto, estaban las iglesias Bautistas. Cuando yo crecí, las Bautistas eran las más populares, y había iglesias Bautistas en prácticamente cada esquina del pueblo, aunque cada una se consideraba superior a las otras. Había iglesias Bautistas de todo tipo – Bautistas voluntarios, Bautistas del Sur, Bautistas Congregacionales, Bautistas Misioneros, Bautistas Independientes… Bueno, ustedes me entienden.
Entonces, el evento grande del año fue patrocinado por la Iglesia Bautista del Centro Sureño, si ustedes realmente quieren saber – en conjunto con la preparatoria local. Cada año hacían su desfile de Navidad en la Casa de Juegos de Beaufort, que era en realidad una obra dramática que había sido escrita por Hegbert Sullivan, un Ministro que había estado en la iglesia desde que Moisés separó el Mar Rojo. Está bien, tal vez no era tan viejo, pero si era tan viejo que casi se podía ver a través de su piel. Estaba más bien sudado todo el tiempo, y era traslúcido – los niños juraban que veían la sangre fluir a través de sus de venas – y su pelo era tan blanco como esos conejitos que se ven en las tiendas de mascotas en tiempos de Pascua.
Como sea, él escribió una obra dramática llamada El Ángel de Navidad, porque no quería seguir llevando a cabo a ese Charles Dickens y su viejo clásico Una Canción de Navidad. En su mente Scroog era un pagano, que llegó a su redención sólo porque vio fantasmas, no ángeles – y ¿quién era él para decir si habían sido enviados por Dios, de todos modos? ¿Y quién era él para decir que no volvería a su camino de pecado si no hubieran sido enviados directamente de cielo? La obra dramática no lo decía exactamente en el final – tiene que ver más bien con la fe y todo eso – pero Hegbert no confió en fantasmas que no fueran enviados por Dios, porque no fue claramente en realidad, y ese era su gran problema con eso. Unos pocos años atrás había cambiado el final de la obra y la terminó con su propia versión, con un anciano Scrooge que se hacer pastor y todo, y que sale a Jerusalén para encontrar el lugar donde Jesús una vez enseñó a los escribanos. No lo hizo volar ni nada – y no estuvo muy bien para los feligreses, que se sentaba en la audiencia mirando fijamente el espectáculo, y los del periódico dijeron cosas como que "Aunque era indudablemente interesante, no fue exactamente la obra dramática que todos hemos llegado a conocer y querer…".
Así que Hegbert decidió probar su mano al escribir su propia obra dramática. Había escrito sus propios sermones toda su vida, y algunos de ellos, tengo que admitirlo, estaban en realidad interesantes, especialmente cuando hablaban de que "La ira de Dios caería sobre los fornicadores" y todas esas cosas buenas. Eso conseguía hacer su sangre hervir en verdad, cuando hablaba de los fornicadores. Ésa era su zona de conflicto legítima. Cuando éramos más jóvenes, mis amigos y yo nos escondíamos detrás de los árboles a gritar, "¡Hegbert es un fornicador!" cuando lo veíamos caminar por la calle, y nos reiríamos tontamente como unos idiotas, como si fuéramos las más ingeniosas criaturas que alguna vez habitaron el planeta.
El viejo Hegbert, se paraba como un muerto sobre sus huellas y sus orejas parecían cambiar de lugar – lo juro por Dios – y se tornarían de un brillante color rojo, como si acabara de emborracharse con gasolina, y las grandes venas verdes de su cuello empezarían a sobresalir en todas partes, de la misma manera que esos mapas del río Amazonas que se ven en National Geographic. Miraba con atención de un lado al otro, sus ojos se hacían estrechos cuando nos buscaba, y luego, tan repentinamente, empezaría a ponerse pálido otra vez, de regreso a esa piel de pescado, justo ante nuestros ojos. ¡Vaya!, era algo para mirarse, de eso estoy seguro.