"Pienso que eres bueno con las personas, y respetarían lo que tienes que decir".
Aunque el concepto era completamente ridículo, con ella sólo sabía que venía del corazón y que lo dijo como un cumplido.
"Gracias", dije.
"No sé si haré eso, pero estoy seguro que encontraré algo". Tomó un momento para mí el darme cuenta de que la conversación había dado largas al asunto y que era mi turno para hacer una pregunta.
"¿Y tú? ¿Qué quieres hacer en el futuro?".
Jamie se volteó y noté una mirada fija y lejana en sus ojos, haciéndome preguntarme lo que ella pensaba, pero esto desapareció casi tan rápidamente como llegó.
"Quiero casarme", dijo silenciosamente. "Y cuando lo haga, quiero que sea en la iglesia donde mis padres se casaron, y quiero que mi padre camine conmigo por el pasillo y que me entregue en el altar, y quiero que todos a quienes conozco estén ahí. Quiero que la iglesia se reviente con tantas personas".
"¿Eso es todo?" Aunque no era contrario a la idea del matrimonio, me parecía un poco absurdo esperar eso como el objetivo de su vida.
"Sí", dijo.
"Eso es todo lo que quiero".
La manera en que respondió me hizo sospechar que pensaba que terminaría de la misma manera que la señorita Garber. Traté de hacerla sentir mejor, aunque todavía me parecía absurdo.
"Bien, pues tú te casarás algún día. Conocerás a algún tipo y serán el uno para el otro, y él te pedirá que te cases con él. Y estoy seguro que tu padre será muy feliz de llevarte del brazo por el pasillo".
No mencioné la parte sobre tener una multitud grande en la iglesia. Supongo que era una cosa que incluso yo no podía imaginar.
Jamie pensó en mi respuesta, realmente considerando el modo en que lo dije, aunque yo no supiera por qué.
"Eso espero", dijo definitivamente.
Podía darme cuenta que no quería hablar más del tema, no me preguntaba nada a mí así que me moví a algo nuevo.
"¿Así que cuánto tiempo haz estado viniendo al orfanato?" Pregunté en tono conversacional.
"Siete años ahora. Tenía diez años la primera vez que vine. Era más joven que muchos de los niños aquí". "¿Lo disfrutas, o te hace sentir triste?".
"Ambos. Algunos de los niños vinieron de unas situaciones muy horribles para acá. Es suficiente para romperte el corazón cuando te enteras de eso. Pero cuando te ven entrar con algunos libros de la biblioteca o un nuevo juego que jugar, sus sonrisas hacen desaparecer toda la tristeza. Es el sentimiento más grande en el mundo entero".
Ella prácticamente destellaba al hablar. Aunque no lo estaba diciendo para hacerme sentir culpable, ésa era exactamente la manera en que me sentía. Era una de las razones por las que era tan difícil aguantarla, pero para aquel entonces me estaba acostumbrando bastante a ella. Podía decirlo de una manera muy normal, algo que llegaría a aprender.
En ese momento, el Sr. Jenkins abrió la puerta y nos invitó a entrar. La oficina se parecía a una habitación de hospital, pisos de azulejo con paredes blancas y techos del mismo color, un armario de metal contra la pared color negro y blanco. Donde una cama habría estado normalmente, había un escritorio de metal que lucía como si hubiera sido sellado con una cadena de montaje. Estaba neuróticamente limpio de cosas personales. No había una sola fotografía o algo.
Jamie me presentó, y estreché la mano del Sr. Jenkins. Después de que nos sentamos, Jamie hizo la mayor parte al hablar. Eran viejos amigos, uno podía darse cuenta muy rápido, y el Sr. Jenkins le habían dado un abrazo grande tan pronto como había entrado. Después de frotar su falda, Jamie explicó nuestro plan. Ahora, el Sr. Jenkins había visto la obra dramática hacía ya algunos años, y supo exactamente de qué estaba hablando casi tan pronto como empezó. Pero aún cuando el Sr. Jenkins conocía a Jamie hace mucho y sabía que ella tenía buenas intenciones, él no pensó que fuera una buena idea.
"No pienso que sea una buena idea", dijo.
Así es cómo supe qué estaba pensando.
"¿Por qué no?" preguntó Jamie, con su frente arrugada.
Parecía realmente perpleja por su falta de entusiasmo.
"No pienso que sea una buena idea", dijo.
El Sr. Jenkins recogió un lápiz y empezó a golpear sobre su escritorio, obviamente pensando cómo explicarse. Entonces, dejó el lápiz y suspiró.
"Aunque es una propuesta estupenda y sé que te gustaría hacer algo especial, la obra es sobre un padre quién llega a comprender cuánto quiere a su hija". Dejó penetrar esas palabras por un momento y recogió el lápiz otra vez. " La Navidad es suficientemente difícil por aquí sin recordar que los niños están extrañando. Pienso que si los niños ven algo así…".
No tuvo que terminar ni siquiera. Jamie puso sus manos sobre su boca. "¡OH por!", dijo en ese instante, "usted tiene razón. No había pensado en eso".
Tampoco yo, a decir verdad. Pero lo que decía el Sr. Jenkins tuvo mucho sentido.
Nos agradeció de todos modos y charló sobre lo que planeaba hacer en vez de eso.
"Tendremos un árbol pequeño y algunos obsequios – algo que todos puedan compartir. Serán bienvenidos si nos visitan la Nochebuena…".
Después de que dijimos adiós, Jamie y yo caminamos en silencio sin decir algo. Podía distinguir que estaba triste. Cuanto más andaba con Jamie, más me di cuenta de que tenía un montón de emociones diferentes, siempre alegre y feliz. Créase o no, ésa era la primera vez en que reconocí que en algunos aspectos era exactamente como el resto de nosotros.
"Siento mucho que no resultó", dije sin hablar muy fuerte.
"Yo también". Tenía esa expresión distante en sus ojos otra vez, y fue solo un momento antes de que continuara.
"Sólo quería hacer algo diferente para ellos este año. Algo especial que recordarían para siempre. Pensaba con seguridad que esto era lo mejor…" Suspiró. "El Señor debe tener un plan del que no estoy al tanto aún".
Se callaba por mucho tiempo, y la miré. Ver a Jamie sentirse mal era casi peor que el sentimiento malo que ella causaba. A diferencia de Jamie, yo sí merecía sentirme mal conmigo mismo – Sabía qué clase de persona era. Pero ella…
"Mientras estamos aquí, ¿quieres pasar para ver a los niños?" Pregunté discreto. Fue lo único que podía pensar en hacer para hacerla sentir mejor. "Podría esperar aquí mientras les hablas, o ir al auto si así lo quieres".
"¿Los visitarías conmigo?" Preguntó repentinamente.
Para serles sincero, no estaba seguro de que podía manejarlo, pero sabía que me quería realmente allí. Y se sentía tan mal que las palabras salieron automáticamente.
"Sí, iré".
"Estarán en el salón de recreo ahora. Es donde ellos generalmente están en este momento", dijo.
Caminamos por los corredores hasta el final del salón, donde las dos puertas daban a una gran habitación. En una esquina lejana un televisor pequeño estaba con aproximadamente treinta sillas plegables de metal puestas por todas partes. Los niños se estaban sentando en las sillas, llenas de gente alrededor de ellas, y se podía distinguir que solamente los de la primera fila tenían una buena visión de la tele.
Eché un vistazo por todas partes. En la esquina había una vieja mesa de ping-pong. La superficie estaba rajada y empolvada, y no veía la red por ningún lugar. Había un par de tazas de plástico vacías sobre ella, y sabía que no había sido usada en meses, tal vez años. A lo largo de la pared después de la mesa de ping-pong había unos estantes, con algunos juguetes aquí y allá – bloques y rompecabezas, y otros cuantos juegos. No había demasiado, y los pocos que estaban ahí se veía que habían estado en esta habitación por mucho tiempo. Hacia adelante por las paredes había pequeñas pilas con periódicos, garabateados con crayones. Estábamos en la entrada por sólo un segundo. No habíamos sido notados aún, y pregunté para qué eran los periódicos.
"No tienen libros para colorear", cuchicheó, "así que usan periódicos".