"Sí, seguro, papá…".
Mi padre trataba de distender la situación como le fuera posible. Pienso que eso es por lo que se quedó en el congreso por tanto tiempo. El tipo podía besar a los bebés más feos conocidos por la humanidad y todavía tendría algo bonito que decir. "Es un niño tan apacible", diría cuándo un bebé tenía una cabeza gigante, o, "Apuesto que es la niña más melodiosa en el mundo entero", si ella tuviera una marca de nacimiento sobre su cara entera. Una vez una dama apareció con un niño en una silla de ruedas. Mi padre le echó un vistazo y dijo, "Apuesto diez a uno a que eres el más listo en tu clase". ¡Y lo era!, sí, mi padre era excelente en cosas como esa. Podía sacar a relucir la mejor parte de ellos, eso es seguro. Y no era tan malo, no realmente, especialmente si ustedes consideran el hecho de que nunca me golpeó ni nada. Pero tampoco estaba ahí para verme crecer. Odio decir eso porque en la actualidad las personas reclaman ese tipo de cosas incluso si su padre estaba por ahí y odio que usen eso para disculpar su comportamiento. Mi papá… él no me quería… es por eso qué me hice stripper y bailé en el Show de Jerry Springer… No lo uso como disculpa para la persona en que me he convertido, simplemente lo digo porque es un hecho. Mi padre se iba nueve meses al año, y vivía en un pueblo cerca de Washington, D.C., en un departamento a casi cuatrocientos kilómetros de distancia de casa. Mi madre no fue con él porque ambos querían que yo creciera "de la misma manera que ellos".
Por supuesto, el padre de mi padre lo llevaba a cazar y a pescar, le enseñó a jugar a la pelota, lo llevaba a las fiestas de cumpleaños, y todas esas pequeñeces que cuentan mucho en la adultez. Mi padre, por otro lado, era un desconocido para mí, alguien a quien poco conocí en realidad. Durante los primeros cinco años de mi vida pensaba que todos los padres vivían en otros lados. Fue hasta que mi mejor amigo, Eric Hunter, me preguntó en el kinder quien era ese tipo a quién vio en mi casa la noche anterior, que me di cuenta de que algo no era muy correcto sobre la situación.
"Es mi padre", dije orgullosamente.
"¡OH!", dijo Eric cuando hurgó en mi lonchera, buscando mi Milky Way, "no sabía que tenías un padre".
Conversación que me hizo sentir como si algo golpeara directo en mi cara.
Así que, crecí bajo el cuidado de mi madre. Ella era una linda dama, dulce y gentil, esa clase de madre con la que la mayoría de las personas sueñan. Pero ella no fue, y nunca podría ser, una influencia varonil en mi vida, y ese hecho, unido con mi creciente desilusión con mi padre, me hizo ser un tanto rebelde, incluso a una edad joven. No uno malo, ¡claro! Mis amigos y yo salíamos a escondidas muy tarde y tirábamos jabones por las ventanas del auto de vez en cuando o comíamos cacahuates hervidos en el cementerio detrás de la iglesia, pero en los cincuentas eran esa clase de cosas que hacía a otros padres agitar sus cabezas y susurrar a sus niños. "Tú no quieres ser como ese chico Carter. Va por la vía rápida hacia la prisión".
Yo. Un niño malo. Por comer cacahuates hervidos en el cementerio. Vamos imagínenlo.
De todos modos, mi padre y Hegbert no se llevaban bien, pero no era solamente debido a la política. No, era por que mi padre y Hegbert se conocieron de tiempo atrás. Cuando Hegbert era aproximadamente veinte años más viejo que mi padre, y tiempo antes de que fuera Ministro, solía trabajar para el padre de mi padre. Mi abuelo – aunque pasó mucho tiempo con mi padre – era un verdadero fastidio. Era el único, que a su manera, hizo la fortuna de la familia, pero no quiero que ustedes lo imaginen como la clase de hombre que trabajó como un burro en su empresa, trabajando diligentemente y observándola crecer, prosperando despacio con el tiempo. Mi abuelo era mucho más perspicaz que eso. La manera en que hizo su dinero era simple – empezó como un contrabandista, acumulando la riqueza trayendo ron desde Cuba. Entonces empezó a comprar tierras y a contratar gente para trabajar para él. Tomó noventa por ciento del dinero que la gente hizo con su cosecha de tabaco, entonces les prestó dinero siempre que lo necesitaban con tasas de interés ridículas. Por supuesto, nunca quiso recolectar el dinero – en vez de eso tomaba posesión de cualquier tierra o bienes que pudieran poseer. Entonces, en lo que llamó "su momento de inspiración", empezó un banco llamado Carter Banking and Loan. El único banco en un radio de dos condados y que se había reducido a cenizas misteriosamente, y con el inicio de la depresión, nunca reabrió. Aunque todos supieron qué había ocurrido realmente, ninguna palabra alguna vez se habló por miedo a las represalias, y el miedo era completamente justificado.
El banco no era el único edificio que se había reducido a cenizas misteriosamente.
Sus tasas de interés eran escandalosas, y poco a poco empezó a amasar más tierras y propiedades cuando las personas no pagaron lo de sus préstamos. Cuando la depresión golpeó más duro, ejecutó la hipoteca de docenas de negocios en todo el condado mientras conservaba a los propietarios originales para continuar trabajando el sueldo, pagándoles solo lo justo para mantenerlos donde estaban, y para que no tuvieron ningún otro lugar a donde irse. Les dijo eso cuando la economía mejoró, que les vendería su parte del negocio, y las personas le creyeron siempre.
Nunca, como fuere, nunca mantuvo su promesa. Al final controló una parte bastante extensa de la economía del condado, y abusó de su influencia en todos los sentidos imaginables.
Me gustaría decirles a ustedes que tuvo una muerte terrible al final, pero no. Se murió de vejez – acostado con su amante en su yate de las Islas Caimán. Había sobrevivido tanto a sus esposas como a su único hijo. Buen final para un tipo como él, ¿no?
La vida, he aprendido, no es tan justa. Si a las personas les enseñaran algo miportante en la escuela, debería de ser eso.
Pero de regreso a la historia… Hegbert, en cuanto se dio cuenta de lo bastardo que mi abuelo realmente era, dejó trabajar para él y entró de Ministro, volvió a Beaufort y luego empezó a atender la misma iglesia a la que asistimos. Pasó su primer año perfeccionando su acto de fuego – y – azufre con sermones mensuales sobre los males del avaro, y eso le dejó tiempo insuficiente para otras cosas. Él tenía cuarenta y tres antes de casarse, tenía cincuenta y cinco cuando su hija, Jamie Sullivan, nació.
Su esposa, una pequeña mujercita veinte años más joven que él, sufrió seis abortos espontáneos antes de que Jamie naciera, y al final se murió en el parto, haciendo de Hegbert un viudo que tuvo que criar una hija él solo.
Por lo tanto, y por supuesto, la historia detrás de la obra dramática.
Las personas sabían la historia incluso antes de que fuera llevada a cabo por primera vez. Era una historia que hacía su aparición siempre que Hegbert tuvo que bautizar a un bebé o asistir a un funeral. Todos estaban al tanto de eso, y era por eso, yo creo, que muchas personas se pusieron emotivas siempre que vieron la obra de Navidad. Sabían que estaba basado en algo que ocurrió en la vida real, y fue lo que le dio el significado especial.