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Cuando él lo dijo intentó retener sus lágrimas, Margaret quería dar las suyas y se sentó a llorar sobre el sofá, sin poder hablar. Cuando Eric había terminado, Jamie pasó un trapo por las lágrimas de sus mejillas, se puso de pie despacio, y sonrío, abriendo sus brazos en lo que podía solamente ser llamado un ademán de perdón. Eric fue hacia ella voluntariamente, empezando a llorar abiertamente cuando acarició su pelo, murmurándole suavemente. Ellos se sujetaron por mucho tiempo cuando Eric sollozó hasta que estaba demasiado exhausto para llorar más.

Entonces fue el turno de Margaret, y ella y Jamie hicieron la misma cosa exactamente.

Cuando Eric y Margaret estaban listos para partir, tomaron sus chaquetas y miraron a Jamie una vez más, como si quisieran recordarla para siempre. No tenía duda que querían pensar en ella cuando aún se veía bien. En mi mente era hermosa, y sé que se sintieron la misma manera que yo.

"Mantente firme", dijo Eric muy a su manera al salir por la puerta. "Estaré rezando por ustedes, y por todos los demás". Entonces miró hacia mí, extendió la mano, y me acarició el hombro. "Tú también", dijo, con los ojos rojos. Cuando los observé partir, sabía que nunca había estado más orgulloso de ellos.

Después, cuando abrimos el sobre, supimos qué había hecho Eric. Sin decirnos, había recolectado más de $400 dólares para el orfanato.

Yo esperaba el milagro.

Pero aún no llegaba.

A principios de febrero las pastillas que Jamie estaba tomando fueron incrementadas para ayudarla a compensar el dolor agudizado que sentía. Las dosis más altas la ponían mareada, y dos veces cayó cuando iba caminando al baño, una vez se golpeó su cabeza contra el lavabo. Después insistió en que los doctores le cortaran su medicina, y con la renuencia lo hicieron. Aunque podía caminar normalmente, el dolor que sentía se intensificó, y a veces incluso con solo levantar su brazo hacía una mueca.

La leucemia es una enfermedad de la sangre, una que corre en todo el cuerpo de una persona. Literalmente no había ningún escape de ella mientras su corazón siguiera latiendo.

Pero la enfermedad le quitaba fuerza al resto de su cuerpo, agobiaba sus músculos, haciendo incluso las cosas más simples bastante difíciles. En la primera semana de febrero perdió algunos kilos más, y pronto caminar era ya más difícil para ella, a menos que fuera solamente por una distancia corta. Eso era, por supuesto, si pudiera aguantar el dolor, que en esos tiempos a veces ya no podía. Volvió a las pastillas otra vez, aceptando el mareo en lugar del dolor.

Todavía leíamos la Biblia.

Siempre que visitaba a Jamie, la encontraría sobre el sofá con la Biblia ya abierta, y sabía que eventualmente su padre tendría que llevarla allí si quisiéramos continuar leyendo. Aunque ella nunca me dijo algo sobre eso, ambos supimos que significaba mucho.

El tiempo estaba corriendo, y mi corazón todavía me decía que había algo más que podía hacer.

El 14 de febrero, Día del Amor, Jamie escogió un pasaje de los corintios que le gustaba mucho. Me dijo que si alguna vez hubiera tenido la oportunidad, sería el pasaje que habría querido leer en su boda. Esto es lo que decía:

El amor es siempre paciente y amable. Nunca es celoso. El amor nunca es jactancioso o presumido. Nunca es descortés o egoísta. No es ofensivo y no es resentido. El amor no toma placer de los pecados de las otras personas, pero se deleita de la verdad. Está siempre listo para perdonar, para confiar, para creer, para esperar, y para soportar lo que tenga que venir.

Jamie era la esencia misma y verdadera de esa descripción.

Tres días después, cuando la temperatura se calentó ligeramente, le mostré algo estupendo, algo que dudaba que alguna vez hubiera visto antes, algo que sabía que querría ver.

El Este de Carolina del Norte es una hermosa y especial parte del país, bendecido con el clima templado y, en su mayor parte geografía estupenda. En ningún lugar esto es más evidente que en Bogue Banks, una isla justo en la costa, cerca del lugar en que crecimos. De unos 16 kilómetros de ancho y casi un kilómetro más de largo, esa isla es una bendición de la naturaleza, correr de este a oeste, abrazando el litoral a un kilómetro de la mitad cerca de la costa. Aquellos que viven allí pueden presenciar amaneceres espectaculares y puestas de sol increíbles todos los días del año, ambos ocurriendo sobre la extensión del poderoso Océano Atlántico.

Jamie iba abrigada en exceso, estaba parada al lado de mí al borde del muelle de barcos de vapor como esa tarde sureña perfecta que era. Señalé con el dedo en la distancia y le dije que esperara. Podía ver nuestras respiraciones, dos de las suyas por cada una de las mías.

Tuve que sostener a Jamie cuando estuvimos allí – parecía más ligera que las hojas de un árbol que habían caído en otoño – pero yo sabía que merecía ver eso.

Al tiempo, la luna y sus cráteres comenzaron a reflejarse en el mar, lanzando un prisma de luz al otro lado del agua oscureciéndola despacio, compartiéndose a sí misma en miles de lugares diferentes al mismo tiempo, cada uno más hermoso que el último. Exactamente en ese mismo momento, el sol estaba entrando al horizonte en dirección opuesta, tornando el cielo de rojo, de naranja y amarillo, como si el cielo más arriba hubiera abierto sus puertas y dejado toda su belleza librarse de sus confines sagrados. El océano cambió de oro a plata tal como cambiaron los colores que se reflejaron en él, las aguas se ondulaban y brillaban con la luz cambiando, una visión gloriosa, casi de la misma forma que el origen del tiempo. El sol continuó bajando, lanzando un brillo tan lejano hasta donde los ojos podían ver, antes de partir definitivamente, despacio, desapareciendo debajo de las olas. La luna continuó acomodándose lento hacia arriba, mostrando miles de diferentes tonalidades, cada una más clara que la última, antes de dejar ver las estrellas definitivamente.

Jamie miró todo eso en silencio, con mi brazo alrededor de ella, su respiración poco profunda y débil. Cuando el cielo se estaba convirtiendo en negro y el primer montón de luces empezaron a salir en el cielo del sur, la llevé en mis brazos. Besé sus mejillas y luego, por fin, sus labios suavemente.

"Eso", dije, "es exactamente lo que siento por ti".

Una semana después los viajes al hospital por parte de Jamie se hicieron más constantes, aunque insistía en que no quería quedarse allí toda la noche. "Quiero morirme en casa", era todo lo que decía. Debido a que los doctores no podían hacer algo por ella, no tenían elección excepto aceptar sus deseos.

Por lo menos por el momento.

"He estado pensando en los últimos meses", le dije.

Nos estábamos sentando en la sala, sujetando nuestras manos cuando leíamos la Biblia. Su cara se estaba poniendo más fina, su pelo empezaba a perder su brillo. Todavía sus ojos, esos ojos azul cielo, eran tan encantadores como siempre.

No pienso que alguna vez hubiera visto a alguien así de hermosa.

"He estado pensando en ellos también", dijo.

"Recuerdas, el primer día en la clase de la señorita Garber que fui a hacer la obra, ¿no? ¿Cuando me miraste y sonreíste?".

Asintió con la cabeza. "Sí".

"Y cuando te invité al baile de bienvenida, y me hiciste prometer que no me enamoraría, pero tú sabías que iba a hacerlo, ¿no?".

Tenía una chispa traviesa en su ojo. "Sí".

"¿Cómo lo sabías?".

Se encogió de hombros sin responder, y nos sentamos juntos por algunos momentos, mirando la lluvia cuando caían contra las ventanas.

"¿Cuando te dije que rezaba por ti", me dijo finalmente, "de qué pensabas que estaba hablando?".

La evolución de su enfermedad continuó, apresurándose cuando marzo se acercó. Estaba tomando más medicina para el dolor, y se sentía demasiado enferma de su estómago como para guardar mucha comida. Se estaba poniendo débil, y se daba cuenta de que tendría que ir al hospital para quedarse ahí, a pesar de sus deseos. Fueron mis padres los que cambiaron todo eso.