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Tan pronto como dije las palabras, sin embargo, Jamie inclinó su cabeza y empezó a llorar, inclinando su cuerpo en el mío. Envolví mis brazos alrededor de ella, preguntándome qué había hecho mal. Era delgada, y me di cuenta por primera vez que mis brazos podían dar vuelta alrededor de ella. Había perdido peso, incluso en la última semana y media, y recordé que apenas había tocado su comida antes. Continuó llorando en mi pecho lo que me parecía mucho tiempo. No estaba seguro qué pensar, o incluso si ella sentía lo mismo que yo. Aún así, no lamentaba las palabras. La verdad es siempre la verdad, y acababa de prometerle que nunca le mentiría otra vez.

"Por favor no digas eso", me dijo. "Por favor…".

"Pero eso siento", dije, pensando que no me había creído.

Empezó a llorar incluso más fuerte. "Lo siento", murmuró a través de sus sollozos disonantes. "Estoy tan, tan arrepentida…".

Mi garganta se puso seca repentinamente.

"¿Por qué lo sientes?" Pregunté, repentinamente desperado por comprender qué la estaba molestando.

"¿Es debido a mis amigos y lo que dirán? No me preocupa más – realmente no me importa". Estaba buscando entenderla, confundido y, sí – asustado.

Tomó otro momento largo para ella dejar de llorar, y entonces me miró. Me besó suavemente, casi de la misma manera que la respiración en ese frío invierno, pasó sus dedos sobre mi mejilla.

"No puedes estar enamorado de mí, Landon", dijo a través de ojos rojos e hinchados.

"Podemos ser amigos, podemos vernos… Pero no puedes amarme".

"¿Por qué no?" Grité roncamente, no comprendiendo nada de eso.

"Porque", dijo al fin y de manera muy baja, "estoy muy enferma, Landon".

La cosa era tan completamente extraña que no podía comprender lo que estaba tratando de decir.

"¿Y eso qué? Sólo serán algunos días…".

Una sonrisa triste cruzó su cara, y supe justo entonces qué estaba tratando de decirme otra cosa.

Sus ojos nunca dejaron de mirar los míos cuando dijo las palabras que aturdirían mi alma definitivamente.

"Me estoy muriendo, Landon".

Capítulo 12

Tenía leucemia; lo había sabido desde el verano pasado.

En cuanto me lo dijo, la sangre se agolpó en mi cabeza y un montón de imágenes y de ideas inundaron mi mente. Era como si en ese momento breve, el tiempo hubiera parado repentinamente y comprendía todo lo que había ocurrido entre nosotros. Comprendí por qué había querido que yo hiciera la obra: comprendí por qué, después de que habíamos llevado a cabo esa noche el estreno, Hegbert le había susurrado con lágrimas en sus ojos, llamándola su ángel; comprendí por qué parecía tan cansada constantemente y por qué me pedía que la acompañara a casa. Todo se puso completamente claro.

Por qué quería que la Navidad en el orfanato fuera tan especial…

Por qué no pensaba ir a la universidad…

Por qué me había dado su Biblia…

Todo tuvo perfecto sentido, y al mismo tiempo, nada parecía tener sentido en absoluto. Jamie Sullivan tenía leucemia…

Jaime, la dulce Jamie, se estaba muriendo…

Mi Jamie…

"No, no", le susurré, "tiene que haber un error…".

Pero no lo había, y cuando me lo dijo otra vez, mi mundo se puso en blanco. Mi cabeza empezó a dar vueltas, y me le agarré fuerte para evitar perder el balance. En la calle vi a un hombre y una mujer, caminando hacia nosotros, con sus cabezas dobladas y sus manos sobre sus sombreros para evitar que se volaran. Un perro trotaba en el camino y paró para oler algunos arbustos. Un vecino de por ahí se estaba parando en una escalera de mano, acomodando sus luces de Navidad. Lugares normales de la vida diaria, cosas que nunca habría notado antes, repentinamente me hacían sentir enfadado. Cerré mis ojos, queriendo hacer desaparecer el problema.

"Lo siento tanto, Landon", decía una y otra vez. Fui yo el que debía haberlo estado diciendo. Sé eso ahora, pero mi confusión me abstuvo de decir algo.

En el fondo, sabía que no desaparecería. La sujeté otra vez, no sabiendo qué más hacer, lágrimas llenando mis ojos, tratando y fallando en ser el apoyo que ella necesitaba.

Lloramos juntos en la calle por mucho tiempo, sólo un poco faltaba de camino de su casa. Lloramos un poco más cuando Hegbert abrió la puerta y vio nuestras caras, sabiendo inmediatamente que el secreto había sido revelado. Lloramos cuando se lo dijimos a mi madre más tarde ese día, y mi madre nos sujetó junto a ella y sollozó tan fuerte que tanto la criada como la cocinera querían llamar al doctor porque pensaron que algo le había pasado a mi padre. El domingo Hegbert hizo el anuncio a sus feligreses, su cara era una máscara de angustia y miedo, y tuvo que ser ayudado a regresar a su asiento antes de que hubiera terminado siquiera.

Cada uno en la congregación miró fijamente la incredulidad silenciosa en las palabras que ellos acababan de oír, como si estuvieran esperando el fin de alguna broma horrible que ninguno de ellos podía creer haber escuchado. Entonces de repente, el gemir comenzó.

Nos sentamos con Hegbert el día que me lo dijo, y Jamie respondió a mis preguntas pacientemente. No supo cuánto tiempo había perdido, me dijo. No, no había nada que los doctores podían hacer. Era una forma infrecuente de la enfermedad, habían dicho, una que no respondía ya al tratamiento que era disponible en aquel entonces. Sí, cuando el año escolar había empezado, se había sentido bien. Fue hasta las últimas semanas que había empezado a sentir sus efectos.

"Así es como avanza", dijo. "Primero te sientes bien, y luego, cuando tu cuerpo ya no puede pelear más, ya no lo haces".

Sofocando mis lágrimas, no podía dejar de pensar en la obra dramática.

"Pero todos esos ensayos… Esos días largos… Tal vez no tengas…".

"No", dijo, tomando mi mano y callándome. "Hacer la obra era la cosa que me mantuvo sana durante tanto tiempo".

Después, me dijo que siete meses habían pasado desde que había sido diagnosticada. Los doctores le habían dado un año, tal vez menos.

Esos días podrían haber sido diferentes. Esos días podían haberla tratado.

Estos días Jamie viviría probablemente. Pero eso estaba ocurriendo hace cuarenta años, y supe lo qué eso significaba.

Solamente un milagro podía salvarla.

"¿Por qué no me lo dijiste?".

Ésa era una pregunta que no le había hecho, la única en la que había estado pensando. No había dormido esa noche, y mis ojos todavía estaban hinchados. Me había ido del shock a la negación de ahí a la tristeza luego a la cólera y de vuelta otra vez, toda la noche, deseaba que no fuera cierto y rogaba que todo eso hubiera sido alguna pesadilla terrible.

Estábamos en su sala al día siguiente, el día que Hegbert había hecho el anuncio a los feligreses. Era el 10 de enero de 1959.

Jamie no parecía tan deprimida como pensaba que lo estaría. Pero recordé, que ya había estado viviendo con eso por siete meses. Ella y Hegbert había sido los únicos en saberlo, y ninguno de los dos había confiado en mí. Estaba lastimado por eso y asustado al mismo tiempo.

"Había tomado una decisión", me explicó, "que sería mejor si no se lo dijera a nadie, y pedí a mi padre que hiciera lo mismo. Viste cómo estaban las personas después del anuncio de hoy. Nadie me miraba a los ojos siquiera. Si tu tuvieras solamente algunos meses de vida, ¿eso es lo que hubieras querido?".

Sabía que tenía razón, pero no lo hizo más fácil. Estaba, por primera vez en mi vida, total y completamente perdido.

Nunca antes había tenido a alguien que fuera a morir tan cerca de mí, por lo menos no alguien a quien podía recordar. Mi abuela se había muerto cuando tenía tres años, y no recuerdo una sola cosa sobre ella o lo que había pasado después o incluso los siguientes años después de que pasó. Había escuchado historias, por supuesto, tanto de mi padre como de mi abuelo, pero para mí eso es exactamente lo que eran, solo historias. Era como escuchar historias o como leer un periódico sobre alguna mujer a quien nunca conocí realmente. Aunque mi padre me llevaría con él cuando puso flores sobre su tumba, nunca tuve cualquier sentimiento relacionado con ella. Me compadecía solamente de las personas a quienes había dejado.

Nadie en mi familia o mi círculo de amigos alguna vez había tenido que enfrentar algo así. Jamie tenía diecisiete, una niña al borde de convertirse en mujer, moribunda y todavía tan viva al mismo tiempo. Estaba asustado, más asustado de lo que alguna vez había estado, no solamente por ella, sino también por mí. Viví con el miedo de hacer cualquier cosa incorrecta, de hacer algo que la ofendería. ¿Enfadarme alguna vez en su presencia estaría bien?