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Por supuesto, el padre de mi padre lo llevaba a cazar y a pescar, le enseñó a jugar a la pelota, lo llevaba a las fiestas de cumpleaños, y todas esas pequeñeces que cuentan mucho en la adultez. Mi padre, por otro lado, era un desconocido para mí, alguien a quien poco conocí en realidad. Durante los primeros cinco años de mi vida pensaba que todos los padres vivían en otros lados. Fue hasta que mi mejor amigo, Eric Hunter, me preguntó en el kinder quien era ese tipo a quién vio en mi casa la noche anterior, que me di cuenta de que algo no era muy correcto sobre la situación.

"Es mi padre", dije orgullosamente.

"¡OH!", dijo Eric cuando hurgó en mi lonchera, buscando mi Milky Way, "no sabía que tenías un padre".

Conversación que me hizo sentir como si algo golpeara directo en mi cara.

Así que, crecí bajo el cuidado de mi madre. Ella era una linda dama, dulce y gentil, esa clase de madre con la que la mayoría de las personas sueñan. Pero ella no fue, y nunca podría ser, una influencia varonil en mi vida, y ese hecho, unido con mi creciente desilusión con mi padre, me hizo ser un tanto rebelde, incluso a una edad joven. No uno malo, ¡claro! Mis amigos y yo salíamos a escondidas muy tarde y tirábamos jabones por las ventanas del auto de vez en cuando o comíamos cacahuates hervidos en el cementerio detrás de la iglesia, pero en los cincuentas eran esa clase de cosas que hacía a otros padres agitar sus cabezas y susurrar a sus niños. "Tú no quieres ser como ese chico Carter. Va por la vía rápida hacia la prisión".

Yo. Un niño malo. Por comer cacahuates hervidos en el cementerio. Vamos imagínenlo.

De todos modos, mi padre y Hegbert no se llevaban bien, pero no era solamente debido a la política. No, era por que mi padre y Hegbert se conocieron de tiempo atrás. Cuando Hegbert era aproximadamente veinte años más viejo que mi padre, y tiempo antes de que fuera Ministro, solía trabajar para el padre de mi padre. Mi abuelo – aunque pasó mucho tiempo con mi padre – era un verdadero fastidio. Era el único, que a su manera, hizo la fortuna de la familia, pero no quiero que ustedes lo imaginen como la clase de hombre que trabajó como un burro en su empresa, trabajando diligentemente y observándola crecer, prosperando despacio con el tiempo. Mi abuelo era mucho más perspicaz que eso. La manera en que hizo su dinero era simple – empezó como un contrabandista, acumulando la riqueza trayendo ron desde Cuba. Entonces empezó a comprar tierras y a contratar gente para trabajar para él. Tomó noventa por ciento del dinero que la gente hizo con su cosecha de tabaco, entonces les prestó dinero siempre que lo necesitaban con tasas de interés ridículas. Por supuesto, nunca quiso recolectar el dinero – en vez de eso tomaba posesión de cualquier tierra o bienes que pudieran poseer. Entonces, en lo que llamó "su momento de inspiración", empezó un banco llamado Carter Banking and Loan. El único banco en un radio de dos condados y que se había reducido a cenizas misteriosamente, y con el inicio de la depresión, nunca reabrió. Aunque todos supieron qué había ocurrido realmente, ninguna palabra alguna vez se habló por miedo a las represalias, y el miedo era completamente justificado.

El banco no era el único edificio que se había reducido a cenizas misteriosamente.

Sus tasas de interés eran escandalosas, y poco a poco empezó a amasar más tierras y propiedades cuando las personas no pagaron lo de sus préstamos. Cuando la depresión golpeó más duro, ejecutó la hipoteca de docenas de negocios en todo el condado mientras conservaba a los propietarios originales para continuar trabajando el sueldo, pagándoles solo lo justo para mantenerlos donde estaban, y para que no tuvieron ningún otro lugar a donde irse. Les dijo eso cuando la economía mejoró, que les vendería su parte del negocio, y las personas le creyeron siempre.

Nunca, como fuere, nunca mantuvo su promesa. Al final controló una parte bastante extensa de la economía del condado, y abusó de su influencia en todos los sentidos imaginables.

Me gustaría decirles a ustedes que tuvo una muerte terrible al final, pero no. Se murió de vejez – acostado con su amante en su yate de las Islas Caimán. Había sobrevivido tanto a sus esposas como a su único hijo. Buen final para un tipo como él, ¿no?

La vida, he aprendido, no es tan justa. Si a las personas les enseñaran algo miportante en la escuela, debería de ser eso.

Pero de regreso a la historia… Hegbert, en cuanto se dio cuenta de lo bastardo que mi abuelo realmente era, dejó trabajar para él y entró de Ministro, volvió a Beaufort y luego empezó a atender la misma iglesia a la que asistimos. Pasó su primer año perfeccionando su acto de fuego – y – azufre con sermones mensuales sobre los males del avaro, y eso le dejó tiempo insuficiente para otras cosas. Él tenía cuarenta y tres antes de casarse, tenía cincuenta y cinco cuando su hija, Jamie Sullivan, nació.

Su esposa, una pequeña mujercita veinte años más joven que él, sufrió seis abortos espontáneos antes de que Jamie naciera, y al final se murió en el parto, haciendo de Hegbert un viudo que tuvo que criar una hija él solo.

Por lo tanto, y por supuesto, la historia detrás de la obra dramática.

Las personas sabían la historia incluso antes de que fuera llevada a cabo por primera vez. Era una historia que hacía su aparición siempre que Hegbert tuvo que bautizar a un bebé o asistir a un funeral. Todos estaban al tanto de eso, y era por eso, yo creo, que muchas personas se pusieron emotivas siempre que vieron la obra de Navidad. Sabían que estaba basado en algo que ocurrió en la vida real, y fue lo que le dio el significado especial.

Jamie Sullivan era un estudiante del último año en la escuela preparatoria, justo igual que yo, y ya había sido elegida para que hacer el papel del ángel, nadie más podría tener la oportunidad de hacer ese papel. Eso, por supuesto, fue el extra especial de la obra de ese año. Iba a ser algo importante, puede que el más importante por lo menos en la mente de la señorita Garber. Ella era la profesora de drama, y ya estaba encendida con las posibilidades la primera vez que la conocí en la clase.

Ahora, yo no había planeado tomar parte del drama ese año realmente, yo realmente no lo había planeado, pero era eso o Química II. La cosa fue, que yo pensaba que sería una tormenta la clase, especialmente cuando la compare con mi otra alternativa. Ningún trabajo, ningún examen, ninguna tabla para memorizar protones y neutrones y combinar elementos en sus fórmulas correctas… ¿Qué podía ser mejor para un estudiante de último año de bachillerato? Parecía una realidad, y cuándo firmé para eso, pensaba que podría dormir la mayor parte de la clase, lo cuál, teniendo en cuenta mi trasnochada para comer cacahuates, sería bastante importante para mí.

En el primer día de la clase fui uno de los últimos en llegar, entrando sólo unos segundos antes de que la campana sonara, y tomé asiento en la parte trasera del salón. La señorita Garber estaba de espaldas hacia la clase, y comenzó a escribir su nombre con grandes letras en manuscrito, como si no supiéramos quién era. Todos la conocían – era imposible no hacerlo. Ella era grande, medía al menos 1.90 mts., con cabello rojo encendido y pálida piel que mostraba bien sus pecas a sus cuarenta años. Tenía algo de sobrepeso y tenía como gran costumbre blusas con estampados de flores de esas tipo hawaianas. Tenía un tono de voz grueso y unos grandes anteojos, y ella daba la bienvenida a cada uno con un “Holaaaaaaa” y siempre cantaba la última sílaba. La señorita Garber era única en su tipo, eso es seguro, y estaba sola, lo cuál lograba hacerla incluso peor. Un tipo, no importando que tan viejo, no podría más que sentir compasión por una mujer como ella.