Fuera habían desaparecido casi todas las luces del otro lado del río. Se levantó y se dirigió al comedor principal, deslizó los dedos por el respaldo de las sillas al pasar, atravesó una arcada que conducía al salón, que se extendía por toda el ala este de la casa, con la vista del río al fondo y una panorámica de la calle al frente. En un rincón había dos grandes ventanales y, en las sombras, un piano majestuoso, negro, brillante, silencioso desde que Lisa había llegado a la mayoría de edad y se había independizado. Sobre él reposaban retratos familiares enmarcados, que todos los jueves la asistenta retiraba para limpiar el polvo. En Navidad, un arreglo de globos de vidrio rojo y ramas verdes los desalojaba. Era la única función del piano.
Bess se sentó en la banqueta de ébano pulido y encendió una lamparita, que iluminó un atril vacío y la tapa del teclado cerrada. Pisó los pedales de bronce, fríos y suaves bajo sus pies enfundados en nailon. Entrelazó las manos sobre el regazo y se preguntó por qué había dejado de tocar. Tras la marcha de Michael, había repudiado el instrumento tanto como a su ex marido. ¿Acaso porque a él le gustaba tanto la música? ¡Qué infantil! De acuerdo, llevaba una vida muy ajetreada, pero había momentos, como ése, en los que ejecutar una melodía habría sido reconfortante.
Se incorporó y hojeó las partituras hasta que encontró la que buscaba.
La tapa del teclado hizo un ruido suave, aterciopelado, cuando la abrió. Las primeras notas vibraron en la habitación en penumbras. The homecoming, la canción de Lisa y de su padre. No se planteó por qué la había elegido. Mientras tocaba, sus dedos perdieron la rigidez, la tensión abandonó sus hombros y pronto empezó a experimentar una sensación de bienestar al comprobar que aún conservaba una aptitud que había permanecido adormecida demasiado tiempo.
No reparó en la presencia de Randy hasta que no terminó la pieza y él habló desde las sombras.
– Muy bien, mamá.
Bess se sobresaltó.
– ¡Randy! ¡Menudo susto me has dado! ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
Con un hombro apoyado contra la pared, Randy sonrió.
– No mucho.
Entró despacio en el salón y se sentó en la banqueta a su lado. Vestía tejanos y una cazadora de cuero marrón muy desgastada. Tenía el pelo negro, como su padre, lo llevaba de punta en la parte superior untado de brillantina, unas ondas naturales le caían por la espalda más abajo del cuello. Randy atraía las miradas de la gente por el hoyuelo que se le formaba cuando sonreía; por su manera de inclinar la cabeza al aproximarse a una mujer. Lucía un pequeño aro de oro en la oreja izquierda, y tenía una dentadura perfecta, los ojos castaños, de pestañas negras. Había adoptado el estilo descuidado del cantante George Michael, y un aire indolente.
Sentado al lado de su madre, tocó un fa y mantuvo la tecla apretada hasta que la nota se redujo al silencio. Dejó caer la mano sobre su regazo, volvió la cabeza y esbozó una sonrisa perezosa.
– Hacía mucho que no tocabas -comentó.
– Es verdad.
– ¿Por qué lo dejaste?
– ¿Por qué dejaste tú de hablar a tu padre?
– ¿Por qué dejaste tú de hacerlo?
– Estaba enojada.
– Yo también.
Se produjo un breve silencio.
– Lo he visto esta noche -explicó Bess.
Randy desvió la mirada, pero mantuvo la sonrisa.
– ¿Cómo está el gilipollas?
– Randy, estás hablando de tu padre y no permitiré que emplees ese vocabulario.
– Te he oído llamarle cosas peores.
– ¿Cuándo?
Randy meneó la cabeza con gesto irritado.
– Vamos, mamá, reconócelo de una vez; lo odias tanto como yo y nunca lo has ocultado. ¿A qué viene todo esto? ¿De repente se te ocurre echarle flores?
– Yo no le echo flores. Sólo te he dicho que lo he visto; en el apartamento de Lisa.
Randy se rascó la cabeza.
– Ah, sí, es cierto… Supongo que Lisa ya te lo ha contado.
– Sí.
El joven miró a su madre.
– ¿Cómo reaccionaste? ¿Te dio un soponcio?
– Más o menos.
– A mí también me sorprendió la noticia, pero he tenido un día para pensar en ello y creo que todo le irá bien. Lisa está enamorada de Mark, y él es un buen muchacho. La quiere de verdad.
– ¿Por qué lo sabes?
Randy deslizó la uña del pulgar entre dos teclas.
– Voy a menudo a su casa. Lisa me prepara algo de cenar y vemos películas en vídeo juntos. Por lo general Mark está allí.
Otra sorpresa.
– Yo no sabía… que la visitabas -comentó Bess.
Randy apartó la mano del teclado y la dejó en su regazo.
– Lisa y yo nos llevamos muy bien. Me ayuda a aclararme las ideas.
– Lisa me ha explicado que has accedido a ser su padrino.
Randy se encogió de hombros.
– Y que te cortarás el pelo -añadió Bess. Randy chasqueó la lengua y sonrió.
– Eso te gusta, ¿eh, mamá?
– El pelo no me molesta tanto como la barba.
Randy y se la frotó. Era espesa y oscura, y sin duda atraía a muchas jovencitas.
– Sí, bueno, tal vez me la afeite.
– ¿Tienes alguna chica que vaya a echarla de menos? -preguntó Bess en son de broma.
Hizo ademán de pellizcarle la mejilla, y él se echó hacia atrás al tiempo que movía las manos como si hiciera kárate.
– ¡No me provoques, mujer!
Los dos fingieron prepararse para iniciar una pelea, después rieron y se abrazaron. No importaban los quebraderos de cabeza que él le causaba, pues momentos como ése eran su recompensa. Había algo maravilloso en tener un hijo adulto. Sus muestras de afecto la resarcían de su soledad, y gracias a él tenía a alguien de quien ocuparse, una razón para mantener la nevera llena. Probablemente ya era tiempo de echarlo del nido, pero detestaba la idea de perderlo, aunque no era frecuente que intercambiaran bromas como ésa. Cuando él se marchara, sólo quedaría ella en esa casa enorme, y habría que adoptar una decisión.
Randy la soltó y ella le sonrió con cariño.
– Eres un coqueto incorregible.
Él se llevó las manos al corazón.
– Me ofendes, mamá.
Bess decidió acabar con las chanzas.
– En cuanto a la boda… -dijo-, Lisa nos ha pedido a tu padre y a mí que entremos con ella en la iglesia.
– Sí, lo sé.
– Al parecer se celebrará una cena en la casa de los padres de Mark para que las dos familias nos conozcamos. -Hizo una pausa y, al ver que Randy permanecía en silencio, preguntó-. ¿Podrás soportarlo?
– Lisa y yo ya hemos hablado de eso.
Los labios de Bess formaron un «oh» silencioso. No cabía duda de que sus hijos mantenían una relación excelente.
– No te preocupes -agregó Randy-, no pondré en aprietos a la familia. -Tras mirar a su madre a los ojos inquirió-: ¿Y tú?
– No. Tu padre y yo charlamos después de salir del apartamento de Lisa. Hemos decidido respetar sus deseos. Hubo intercambio de ramos de olivo en son de paz.
Randy levantó las manos y se golpeó las caderas.
– Bueno, entonces… supongo que todo el mundo está feliz.
Cuando se disponía a ponerse en pie Bess lo cogió del brazo.
– Hay algo más.
Randy esperó con actitud indolente.
– Tu padre y Darla han iniciado el divorcio. Considero que debes saberlo.
– Sí, Lisa me lo comentó. El amor se acaba y se abandona, Curran. -Soltó una carcajada de amargura y agregó-: La verdad, mamá, me importa un bledo.
– Está bien. Ya te lo he dicho. Fin de la obligación maternal.
Randy se levantó de la banqueta y se detuvo en las sombras.
– Es mejor que tengas cuidado, mamá. Pronto llamará otra vez a tu puerta; así actúan los tipos como él… Necesitan tener una mujer y acaba de librarse de una. Ya te engañó una vez y espero que no le permitas hacerlo de nuevo.