Bess miró a Michael a los ojos. Tenían que irse, seguir a los demás y decir buenas noches.
– Maryann es muy joven; todavía está en la escuela secundaria -explicó Bess.
– He visto que ha pedido permiso a su padre para irse con Randy.
– ¿No es bonito ver un detalle de los de antes?
– Sí, lo es.
En los ojos de Bess apareció una expresión dulce.
– Es una familia maravillosa, ¿no te parece?
– Pensaba que te molestaba estar con familias maravillosas.
– No tanto como antes.
– ¿Por qué ese cambio?
Ella no respondió. El restaurante cerraba sus puertas. Alguien pasaba un aspirador, y las camareras ya se marchaban. Lo razonable era que ellos también se fueran y dejaran de jugar con sus sentimientos. Sin embargo, se quedaron.
– ¿Sabes qué? -dijo Michael.
– ¿Qué? -susurró Bess.
La intención de él había sido decir: «Me gustaría ir yo también a casa contigo», pero lo pensó mejor.
– Tengo una sorpresa para Lisa y Mark -anunció-. He alquilado una limusina que pasará a buscarlos mañana.
– ¿No lo habrás hecho de verdad? -exclamó Bess con los ojos desorbitados.
– ¿Por qué? ¿Qué…?
– ¡Yo he hecho lo mismo!
– ¿Hablas en serio?
– No sólo eso. ¡Tuve que pagar cinco horas por adelantado! ¡Y no hay posibilidad de que me reembolsen el dinero!
– A mí me sucede lo mismo.
Se echaron a reír y se miraron con buen humor. En ese momento se acercó el gerente del restaurante.
– Disculpen, pero estamos cerrando.
Michael retrocedió un paso con expresión culpable.
– ¡Oh, lo siento!
Por fin salieron al aire helado de la noche y oyeron cómo detrás de ellos echaban la llave.
– Bien -murmuró Michael, y su aliento se convirtió en una bola blanca en el aire gélido-, ¿qué vamos a hacer con esa limusina adicional?
Bess se encogió de hombros.
– No lo sé.
– ¿Qué te parece si vamos a la iglesia en una limusina blanca? -propuso él.
– ¡Michael! ¿Qué dirá la gente?
– ¿La gente? ¿Qué gente? ¿Quieres que trate de adivinar lo que diría Lisa? ¿O tu madre? De hecho, podríamos dar una sorpresa a StelIa y pasar por su casa para que nos acompañe.
– Ella ya tiene acompañante. Irá a recogerla.
– ¿Tiene un acompañante? ¡Me alegro por ella! ¿Lo conozco?
– No. Se llama Gil Harwood. Mamá afirma que tendrá una aventura con él.
Michael se detuvo de pronto y se echó a reír.
– ¡Oh, Stella, tú sí sabes sacarle jugo a la vida! -A continuación dedicó a Bess una sonrisa galante-. Bueno…, ¿y tú?
– ¿Si quiero tener una aventura? -respondió sonriente.
– No, si te apetece dar un paseo en limusina -aclaró Michael.
– Ohhhh… ¿Si quiero viajar en limusina? ¡Claro que sí! Sólo una estúpida declinaría una invitación como ésa, sobre todo si ha pagado por el alquiler.
Michael sonrió con satisfacción.
– Bien, entonces la tuya llevará a Lisa, y la mía, a nosotros. Pasaré a buscarte a las cinco menos cuarto. Llegaremos a tiempo para las fotografías.
– Perfecto. Estaré lista a esa hora.
Se encaminaron hacia el aparcamiento.
– Mi coche está por este lado -indicó Michael.
– El mío por aquél.
– Nos vemos mañana, entonces.
– Sí.
Se despidieron y cada uno se dirigió hacia su automóvil. La noche era tan fría que les castañeteaban los dientes. Cuando llegaron a sus vehículos, abrieron la portezuela y se miraron a través del aparcamiento casi vacío.
– ¡Ah, Bess!
– ¿Qué?
Fue un momento brillante y claro, de esos que los amantes recuerdan años después. No había ninguna razón en particular para ello, excepto que Cupido parecía haber disparado su flecha y aguardaba expectante para ver qué diablura podía surgir.
– ¿Considerarías una cita lo de mañana? -exclamó Michael.
La flecha se clavó en el corazón de Bess, que sonrió y contestó a voz en grito:
– No, pero Lisa sí lo hará. ¡Buenas noches, Michael!
Capítulo 10
A Lisa le resultó agradable pasar la víspera de su boda en el hogar de su infancia. Poco después de las once, cuando dejó caer sobre su cama la maleta, pensó que todo era más o menos como durante su adolescencia. Randy estaba abajo, en su habitación, oyendo la radio con el volumen bajo. Mamá se desmaquillaba en el cuarto de baño. Por un momento pensó que su padre apagaría las luces del vestíbulo, se acercaría a la puerta de su dormitorio y diría: «Buenas noches, mi amor.»
Se sentó sobre el colchón y observó la estancia. El mismo papel floreado en tonos azul pálido en las paredes, la misma colcha de rayas, las mismas cortinas, los mismos…
Se aproximó al tocador y vio que en el marco del espejo su madre había prendido sus fotos de la escuela; no sólo la de segundo grado, de la que se habían reído el día en que se probó el vestido de novia, sino de todos los trece, desde la guardería hasta el último curso. Con una sonrisa en el rostro, las examinó una por una antes de darse la vuelta y ver sobre la mecedora del rincón su muñeca Melody y, apoyada contra su manita, la nota de Patty Larson.
Cogió a Melody, se sentó con ella en el regazo y miró hacia la entrada del vestidor, donde estaba su traje de novia.
Estaba totalmente preparada para el matrimonio. La nostalgia era divertida, pero no conseguía llevarla al pasado. Se sentía feliz por subir al altar, por estar embarazada, por no haber aceptado vivir con Mark sin casarse.
Bess apareció en la puerta con un bonito camisón y una bata color melocotón.
– Sentada ahí pareces muy adulta -comentó mientras se aplicaba una loción en la cara.
– Me siento muy adulta. Precisamente ahora mismo pensaba que estoy preparada para el matrimonio. Es una sensación maravillosa. ¿Recuerdas cuando, años atrás, te pregunté qué pensabas de las chicas que conviven con un hombre sin casarse? Tú respondiste:
«Si lo haces, te arrepentirás siempre.» Gracias por eso, mamá.
Bess entró en la habitación con su fragancia de rosas, se inclinó sobre Lisa y la besó en la frente.
– De nada, cariño.
Lisa apoyó la cabeza contra el pecho de Bess y la abrazó.
– Estoy contenta de estar aquí esta noche. Así es como debía ser.
Cuando se separaron, Bess se sentó en la cama.
– Sin embargo -agregó Lisa-, ¿sabes qué es lo que me hace más feliz?
– ¿Qué?
– Tú y papá. Es tan hermoso veros juntos otra vez.
– Es increíble lo bien que nos llevamos…
– Algún, eh… -Lisa hizo un gesto de prestidigitador con la mano.
– Ningún «eh» de nada. Sencillamente hemos recuperado nuestra amistad.
– Es un buen comienzo, ¿no?
– ¿Necesitas ayuda mañana? Me tomaré todo el día libre, de modo que tendré tiempo.
– No lo creo. Por la mañana iré a la peluquería y a las cinco deberé estar en la iglesia para las fotografías.
– Por cierto, tu padre me ha preguntado si puede llevarte en su coche a la iglesia. Dijo que pasaría a buscarte a las cinco menos cuarto.
– ¿Tú también vendrás? ¿Y Randy?
– No veo por qué no.
– Después de seis años, juntos otra vez.
Bess se puso en pie.
– Vaya, es temprano. Tendré toda una noche para descansar y mañana me despertaré lúcida. -Besó a Lisa en la mejilla y la miró a los ojos, radiantes de felicidad-. Buenas noches, querida. Felices sueños, mi pequeña novia. Te quiero mucho.
– Yo también te quiero, mamá.
La luz de la cocina estaba encendida. Bess bajó para apagarla. Era una de las raras ocasiones en que Randy se encontraba en casa a esa hora, de modo que decidió ir a su habitación para desearle las buenas noches. Llamó con suavidad a su puerta. La música sonaba a bajo volumen, pero no obtuvo respuesta. La abrió y asomó la cabeza. Randy estaba en la cama, tendido de costado, de cara a la pared, vestido todavía. En el lado opuesto del dormitorio una luz mortecina iluminaba la parte superior de la cómoda, y los focos alumbraban su equipo de música.