– Bueno, no os veía desde Navidad. ¿Hay alguna novedad? -preguntó con desenfado.
De alguna manera se las ingeniaron para capear los siguientes quince minutos. Bess, que trataba de perder los cinco kilos que le sobraban, rechazó el aperitivo, pero se condujo con corrección, como le había pedido su hija, mientras intentaba esquivar la mirada de Michael. Una vez él la obligó a sostenérsela mientras hundía los dientes, parejos y blancos, en una galletita. «Al menos deberías tratar de hacer un esfuerzo por Lisa», parecía exhortarla. Ella desvió la vista al tiempo que pensaba que ojalá mordiera una roca y se rompiera sus perfectos incisivos.
Se sentaron para cenar a las siete y cuarto, tal como Lisa indicó; su madre y su padre el uno frente al otro, de manera que no podían evitar mirarse por encima de la mesa iluminada por las velas y su antigua vajilla de porcelana azul y blanca.
Al retirar los cuatro platos de ensalada, Lisa se dirigió a Mark.
– Por favor, abre la botella de Perrier mientras yo traigo la comida caliente. Mamá, papá, ¿preferís Perrier o vino?
– Vino -contestaron los dos al mismo tiempo.
La pareja mayor permaneció sentada, mientras la más joven disponía las botellas de agua y vino, rodajas de limón, la panera, los fideos, el lomo y las verduras cocidas. Cuando todo estuvo en su lugar, Lisa tomó asiento y Mark sirvió las bebidas.
Cuando éste se hubo sentado, Lisa exclamó:
– ¡Feliz Año Nuevo a todos! Brindemos porque la próxima década sea más feliz.
Las copas entrechocaron en todas las combinaciones, con excepción de una. Después de una llamativa pausa, Michael y Bess hicieron sonar un último chin con el borde de sus antiguas copas de cristal, regalo de boda de algún amigo o familiar. Él inclinó la cabeza en silencio mientras ella se maldecía por haberse alborotado el pelo en un arranque de ira una hora antes y haberse manchado la blusa al mediodía, así como por no haberse detenido unos minutos en su casa para retocarse el maquillaje. Bess todavía lo odiaba, pero ese odio nacía del orgullo, que estaba herido en ese momento.
Michael la había abandonado por una mujer diez años más joven y con cinco kilos menos de peso, que sin duda nunca se presentaría en sociedad con el cabello revuelto y rastros de comida en su atuendo.
Lisa empezó a pasar las fuentes para que se sirvieran, y el salón se llenó con el sonido de las cucharas al golpear el cristal.
– Hum… Lomo Strogonoff… -comentó Michael complacido mientras se llenaba el plato.
– Receta de mamá… -recordó Lisa-. También he preparado tu budín favorito de maíz. Mamá me enseñó a cocinarlo. Ten cuidado, está muy caliente.
Michael puso la fuente al lado de su plato y se sirvió una ración generosa.
– Supuse que, como vives solo otra vez, apreciarías una buena comida casera. Mamá, pásame la pimienta, por favor.
Mientras lo hacía, Bess se encontró con la mirada de Michael. Ambos se sentían muy incómodos con las maquinaciones tan evidentes de Lisa. Era la primera vez que estaban de acuerdo en algo desde que había empezado esa desafortunada reunión.
Michael probó la comida.
– Te has convertido en una cocinera excelente, Lisa -comentó.
– Desde luego que sí -intervino Mark-. Les sorprendería saber cuántas chicas no saben ni siquiera freír un huevo. Cuando descubrí lo bien que se le da cocinar, le dije a mi madre: «Creo que he encontrado a la mujer de mis sueños.»
Todos rieron, excepto Bess, que quedó desconcertada y tomó un trago de vino rosado. Recordó que, cuando volvió a la universidad, Michael le había criticado que descuidara las tareas domésticas, entre ellas la cocina. Bess había argumentado: «¿Y tú? ¿Por qué no puedes colaborar en las labores de la casa?» Sin embargo Michael se había obstinado en no querer aprender. Fue una de las numerosas pequeñas cuñas que, de manera insidiosa, abrieron un abismo entre ellos.
– ¿Y tú, Mark? -preguntó Bess-. ¿Sabes cocinar?
– Por supuesto -contestó Lisa-. Su especialidad es la sopa de carne. Toma un trozo de lomo, lo corta en cuadraditos, los dora en aceite y les agrega rodajas de patatas, zanahoria y… ¿qué más añades, cariño?
Bess lanzó una mirada a su hija. ¿Cariño?
– Ajo y cebada perlada para espesarlo.
Bess se volvió hacia Mark.
– ¿Sopa de carne? -repitió.
– Sí -respondió Mark-. Es la favorita de mi familia.
Bess observó al joven. Tenía el cuello tan grueso que seguro que no le cerraba el botón de la camisa. Vaya, de modo que espesaba la sopa de carne con cebada perlada.
Lisa sonrió con orgullo mientras miraba a Mark.
– También sabe planchar.
– ¿Planchar? -repitió Bess.
– Mi madre me enseñó cuando terminé la escuela secundaria. Ella trabaja y me dijo que no tenía ninguna intención de ocuparse de mi ropa hasta que tuviera veintiún años. Me gustan las rayas en las mangas y los tejanos, de manera que… -Mark levantó las manos, con el tenedor en una y un panecillo en la otra, y las dejó caer-. En fin, voy a convertir a cierta mujer en un ama de casa bastante buena.
Él y Lisa intercambiaron una sonrisa de felicidad. Bess advirtió que Michael también sonreía antes de mirarla con expresión interrogante.
– Más vale que lo digamos de una vez, Mark -propuso Lisa.
Ambos se dedicaron otra sonrisa antes de que Lisa se secara la boca, dejara la servilleta sobre su regazo y levantara su copa de Perrier.
Entonces clavó la vista en el hombre sentado frente a ella.
– Mamá, papá, os hemos invitado esta noche para anunciaros que Mark y yo vamos a casarnos.
Con un movimiento simultáneo casi cómico, Bess y Michael dejaron el tenedor sobre la mesa. Observaron boquiabiertos a su hija y luego se miraron el uno al otro.
Mark había dejado de comer.
La música había dejado de sonar.
A través de la pared se oía el murmullo del televisor del apartamento vecino.
– Bueno, decid algo… -los instó Lisa.
Michael y Bess habían perdido el habla. Michael se aclaró la garganta y se secó la boca con la servilleta.
– Bueno… vaya… -consiguió articular.
– Papá, ¿eso es todo? -preguntó Lisa con enojo.
Michael forzó una sonrisa.
– Me ha pillado por sorpresa, Lisa.
– ¿Ni siquiera vas a felicitarnos?
– Bien… claro… Por supuesto, enhorabuena a los dos.
– ¿Mamá? -Lisa miró a Bess de hito en hito.
Bess salió de su estupor.
– ¿Casarte? -repitió con incredulidad-. Pero Lisa…
Apenas conocemos a este muchacho, pensó. Tú no hace ni un año que lo conoces. No sospechábamos que te lo hubieras tornado tan en serio.
– Sonríe, mamá, y repite conmigo: ¡Felicidades, Lisa y Mark!
– Oh, querida…
La mirada atónita de Bess se desplazaba de su ex esposo a su hija.
– Bess, por favor… -susurró Michael.
– Oh, lo siento… Por supuesto, felicidades, Lisa… y Mark… ¿Cuándo lo habéis decidido?
– Este fin de semana. Lo cierto es que nos llevamos muy bien y estamos cansados de vivir separados, de modo que optamos por asumir el compromiso.
– ¿Cuándo será el gran acontecimiento? -inquirió Michael.
– Pronto -respondió Lisa-. Muy pronto. Dentro de seis semanas.
– ¡Seis semanas! -exclamó Bess.
– Sé que es muy precipitado, pero ya lo hemos planeado todo.
– ¿Qué clase de boda puedes planear en seis semanas? Ni siquiera conseguirás encontrar una iglesia.
– Sí, si nos casamos un viernes por la noche.
– Un viernes por la noche… ¡Oh, Lisa!
– Escuchadme, por favor. Mark y yo nos amamos y deseamos casarnos, pero queremos hacerlo de la manera correcta. Estamos de acuerdo en contraer matrimonio por la iglesia. Podemos casarnos en St. Mary el 2 de marzo y celebrar el convite en el club Riverwood, que está disponible en esa fecha. La tía de Mark tiene una empresa de servicio de comida, de modo que se encargará del banquete. Un compañero de trabajo toca en una banda que nos hará un precio especial. Randy ha aceptado ser el padrino y ha prometido incluso cortarse el pelo. Las flores no son ningún problema. Compraremos la tarta de bodas en Wuollet’s, de Grand Avenue, y estoy casi segura de que no nos costará mucho contratar un fotógrafo… Nos hemos dado cuenta de que todo resulta más fácil si la boda se celebra un viernes por la noche. ¿Y bien?