– Tu madre y yo pensamos en ir juntos en una limusina, y tú, Randy, puedes acompañar a Lisa…, si te parece bien.
Los chóferes sonrieron cuando la familia se acercó y uno dio un golpecito a su visera y tendió una mano al aproximarse Lisa.
– Por aquí señorita, y enhorabuena. Es un día hermoso para la boda.
Lisa se dispuso a subir al automóvil y, cuando Bess se preparaba para entrar en el suyo, exclamó:
– Ah, mamá, papá.
Bess y Michael se volvieron hacia ella.
– Decid a Randy que no se hurgue la nariz cuando estemos en la iglesia. Esta vez lo estarán mirando todos los invitados.
Todos rieron mientras Randy amenazaba con empujar a Lisa dentro de la limusina, como hubiera hecho cuando eran pequeños.
Las puertas de los lujosos vehículos se cerraron. Lisa tendió la mano y acarició la mejilla de su hermano.
– Te has portado muy bien, hermanito, Además, tienes mejor aspecto que anoche.
– Creo que hay algo entre papá y mamá -comentó Randy.
– Oh, eso espero.
En la otra limusina, que circulaba detrás, Michael y Bess estaban sentados en el asiento de piel blanca, a prudente distancia, empeñados en no mirarse a los ojos. ¡Se sentían resplandecientes, maravillosos, radiantes! Formaban una buena pareja, pues hasta los colores de sus trajes conjuntaban.
Incapaz de vencer la tentación, Michael volvió la cabeza para mirarla.
– Es como cuando solíamos salir todos juntos para ir a la iglesia los domingos por la mañana.
Bess también se permitió mirarlo.
– Es cierto.
Seguían mirándose cuando la limusina se puso en marcha y poco después dobló una esquina.
– ¿La novia es su hija? -preguntó el chófer.
– Sí, es nuestra hija -respondió Michael.
– Deben de sentirse muy felices -observó el conductor.
– En efecto -contestó Michael, que volvió a mirar aBess.
El día estaba preñado de posibilidades. El chófer cerró la mampara de vidrio, de modo que ya no podía oírlos. Ninguno de los dos podía negar que el pasado y el presente trabajaran juntos para arrullarlos.
– Has cambiado la alfombra del vestíbulo -comentó Michael al cabo de unos minutos.
– Sí.
– Y el papel de las paredes.
– Sí.
– Me gusta.
Bess desvió la vista, en un vano intento por recobrar el sentido común. La imagen de Michael, seductor con su elegante esmoquin, permanecía en su mente.
– ¿Bess?
Michael le cubrió la mano, que reposaba sobre el asiento, con la suya. Bess necesitó apelar a su autocontrol para retirarla.
– Seamos sensatos, Michael. La nostalgia nos asaltará, durante todo el día, pero eso no cambia nuestra situación.
– ¿Qué situación?
– Michael, basta. No es inteligente, así de simple.
Él la observó con expresión cariñosa.
– De acuerdo, si así lo deseas.
Durante el resto del trayecto no intercambiaron ni una palabra. Bess notaba que la miraba fijamente. Se sentía alborozada, azorada y tan tentada.
La familia Padgett ya había llegado a la iglesia. La aparición de las limusinas provocó un gran revuelo. Mark, vestido con un esmoquin idéntico al de Michael y Randy, se acercó al vehículo de la novia sonriendo con incredulidad, abrió la portezuela trasera y asomó la cabeza al interior.
– ¿Cómo lo has conseguido?
– Mamá y papá lo han alquilado. ¿No es fantástico?
Hubo abrazos, palabras de agradecimiento e intercambio de expresiones de alegría en los escalones de la iglesia antes de que toda la comitiva se dirigiera al interior Allí, el fotógrafo preparaba su equipo y las flores aguardaban en cajas blancas en una salita, donde había además un espejo de cuerpo entero. Ante él, Bess ayudó a Lisa a ponerse el velo mientras las damas de la familia Padgett se arreglaban su atuendo. Bess aseguró las dos peinetas ocultas en el cabello de Lisa y agregó dos horquillitas.
– ¿Está derecho? -inquiriró Bess.
– Sí -aprobó Lisa-. Ahora el ramo. ¿Puedes traerlo, mamá?
Bess abrió una caja. El papel de seda verde susurró, y sus manos se paralizaron al ver un ramo de rosas de color albaricoque y fresias blancas, idéntico al que había llevado con ocasión de su boda, en 1968.
Se volvió hacia Lisa, que, de espaldas al espejo, la miraba.
– No es justo, querida -susurró Bess emocionada.
– Todo es justo en el amor y en la guerra, y creo que esto es ambas cosas.
Bess bajó la mirada hacia las flores y sintió tambalear su intención de mantener su relación con Michael en un plano de mera cordialidad.
– Te has convertido en una joven muy astuta, Lisa.
– Gracias.
Bess notó que las lágrimas asomaban a sus ojos.
– Si me haces llorar y se me estropea el maquillaje antes de que empiece la ceremonia, nunca te lo perdonaré. -Sacó el ramo de la caja y añadió-: Supongo que llevaste las fotos de nuestra boda al florista.
– En efecto.
Lisa se acercó a su madre y le levantó la barbilla mientras sonreía.
– Está surtiendo efecto.
– Eres una chica perversa, conspiradora e inconsciente -repuso Bess con una sonrisa trémula.
Lisa rió con satisfacción.
– Ahí dentro hay un ramillete para papá. Cógelo y préndeselo en la solapa, por favor. -A continuación se volvió hacia las otras mujeres-. Sacad de las cajas los ramilletes para los hombres y ponédselos en las solapas. Maryann, ¿prenderías el suyo a Randy?
Randy vio que Maryann caminaba hacia él vestida como un ser celestial. La negra cabellera le caía sobre el vestido color melocotón, de mangas cortas y abombadas, que colgaban de la parte superior de sus brazos como por arte de magia. El escote, muy recatado, le dejaba al descubierto los hombros.
Mientras se acercaba a Randy, ella pensó que jamás había conocido a un hombre tan apuesto. Su esmoquin y su corbata habían sido creados para armonizar con su tez, con sus cabellos y ojos oscuros. Nunca le habían gustado los muchachos que llevaban el pelo largo, pero debía reconocer que Randy era muy atractivo. Nunca le había gustado la piel atezada, pero la de Randy era preciosa. Nunca había salido con muchachos rebeldes, pero él representaba un elemento de riesgo que le seducía, como suele sucederles a todas las chicas buenas al menos una vez en su vida.
Se detuvo delante de él con una sonrisa.
– Hola.
– Hola.
Randy tenía los labios carnosos, bien delineados. De los pocos chicos a quienes había besado, ninguno poseía una boca tan sensual. Le gustaba la manera en que sus labios quedaban entreabiertos mientras la miraba, así como el débil rubor que teñía sus mejillas, sus largas y espesas pestañas, que enmarcaban unos ojos castaño oscuro que parecían incapaces de mirar hacia otro lado.
– Me han ordenado que te ponga el ramillete en la solapa.
– Está bien.
Sacó el alfiler con cabeza de perla rosada y deslizó los dedos por debajo de la solapa izquierda. Estaban tan cerca que Maryann aspiró la fragancia de su loción de afeitar y de la brillantina, así como el olor a tela nueva del esmoquin.
– Maryann…
Ella levantó la vista, con la punta de los dedos todavía junto al corazón de Randy.
– Lamento mucho lo que pasó anoche.
¿El corazón de Randy latía tan deprisa como el suyo?
– Yo también lo lamento. -La muchacha se concentró de nuevo en colocar el ramillete.
– Ninguna chica me había exigido jamás que cuidara mi vocabulario.
– Tal vez debí haber sido un poco más discreta.
– No. Tenías razón; trataré de refrenar mi lengua hoy.
Cuando hubo terminado, Maryann retrocedió un paso. Mientras lo miraba, lo imaginó con palillos de tambor en las manos, bandas elásticas en las muñecas y un pañuelo atado alrededor de la frente para absorber la transpiración mientras tocaba la batería con movimientos frenéticos. Aun así se le aparecía apuesto y atractivo. El amor que el joven le inspiraba la hizo estremecer.