– ¿Bailas, Bess? -preguntó Michael.
– Creo que deberíamos salir -respondió ella.
Él le retiró la silla y, mientras la seguía a la pista de baile, reparó en la amplia sonrisa de Lisa, le dedicó un guiño y se dio la vuelta para abrir sus brazos a Bess, que avanzó hacia él contentísima. Habían bailado juntos durante dieciséis años, con un estilo que despertaba gran admiración. Esperaron el compás fuera de la pista y entraron en el ritmo de tres tiempos con una gracia sin igual. No dejaron de sonreír mientras dibujaban amplios giros.
– Siempre se nos ha dado bien, ¿verdad, Michael? -preguntó ella.
– Desde luego.
– ¿No es maravilloso tener por pareja a alguien que sabe bailar?
– En efecto. Ya nadie sabe cómo se baila el vals.
– Keith seguro que no.
– Tampoco Darla.
Ellos lo hacían a la perfección. Si hubiera habido serrín en el suelo, habrían trazado una guirnalda de pequeños triángulos sobre él.
– Se está bien, ¿eh?
– Hummm… Acogedor.
Llevaban un buen rato danzando cuando a Michael se le ocurrió la pregunta.
– Por cierto, ¿quién es Keith?
– El hombre con quien he estado saliendo.
– ¿Es una relación seria?
– No. En realidad ya terminó.
Siguieron bailando, separados por un considerable espacio, felices y sonrientes.
– ¿Cómo están las cosas entre tú y Darla? -inquirió Bess.
– Los divorcios de mutuo acuerdo se resuelven con bastante rapidez en los tribunales.
– ¿Os habláis?
– Claro que sí. Nunca nos quisimos lo suficiente para terminar nuestro matrimonio con una guerra.
– ¿Cómo nos sucedió a nosotros?
– Hummm…
– Nos mostramos tan intransigentes porque todavía nos amábamos, ¿acaso quieres decir eso?
– Es posible.
– Qué curioso, mi madre me dio a entender que así había sido.
– Tu madre está sensacional. Es dinamita pura.
Los dos rieron y permanecieron en silencio hasta que terminó la canción. Después se quedaron en la pista para ejecutar otra pieza, y otra, y otra. Por fin decidieron descansar un rato.
Sonaban melodías más alegres a medida que avanzaba la noche. Entre los invitados predominaba la gente joven, que pedía más ritmo. La orquesta respondió a sus deseos. Las baladas -Wind beneath my wings, Lady in Red- dieron paso a una música más animada que impulsó incluso a los dubitativos de edad madura a salir a la pista. Reinaba el buen humor.
– ¿Te importaría que baile una pieza con Stella? -preguntó Michael.
– Desde luego que no -respondió Bess-. A ella le encantará.
– Ven aquí, muñequita -dijo Michael a Stella-. Quiero bailar contigo.
Gil Harwood bailó con Bess, y al final de la pieza el cuarteto cambió de pareja.
– ¿Te diviertes? -preguntó Michael al recuperar a Bess.
– ¡Lo estoy pasando en grande! -exclamó.
A continuación evolucionaron al ritmo de una música rápida, vertiginosa, y cuando terminaron Bess jadeaba.
– Ven, necesito quitarme la chaqueta -dijo Michael.
Llevó a Bess a rastras hasta la mesa en que habían dejado sus copas y colgó la chaqueta en el respaldo de una silla. Bebían con avidez un trago de champán cuando la orquesta atacó Old time rock and roll. Michael dejó la copa en la mesa al instante.
Condujo a Bess a la pista de baile. Ella caminaba detrás y de pronto lo cogió de los tirantes y los soltó con un chasquido contra la camisa húmeda de sudor.
– ¡Eh, Curran! -exclamó.
Michael se dio la vuelta y ahuecó la mano en la oreja para captar lo que ella decía.
– ¿Qué?
– Estás muy atractivo con ese esmoquin.
– ¡Vaya! -repuso él tras soltar una carcajada-. ¡Trata de controlarte, mi amor!
Se abrieron paso a codazos entre el gentío y se sumergieron una vez más en la alegría que les brindaba la música.
Era fácil olvidar que estaban divorciados, entregarse al júbilo, levantar las manos sobre la cabeza y batir palmas, rodeados de viejos amigos y familiares que hacían lo mismo y entonaban el estribillo de la canción.
I like that old time rock and roll…
Cuando la pieza terminó, estaban acalorados y exultantes. Michael se llevó dos dedos a la boca y silbó. Bess aplaudió y alzó un puño al aire.
– ¡Más! -exclamó.
Sin embargo la orquesta se tomó un descanso, de modo que regresaron a la mesa con Barb y Don, donde los cuatro se derrumbaron en sus sillas al mismo tiempo. Agotados y alborozados, se enjugaron el sudor de la frente y bebieron champán.
– ¡Qué bien toca esta banda!
– Es fantástica.
– Hacía años que no bailaba así.
Los ojos de Barb destellaron.
– Es maravilloso veros juntos otra vez. ¿Salís… con frecuencia?
Michael y Bess se miraron.
– No; en realidad no -contestó ella.
– ¡Qué lástima! Sobre la pista de baile parecía que nunca os hubierais separado.
– Lo estamos pasando muy bien.
– También nosotros. ¿Cuántas veces fuimos los cuatro a bailar?
– ¿Quien sabe?
– Me gustaría saber qué ocurrió, por qué dejamos de vernos -declaró Barb.
Se observaron los cuatro mientras recordaban el afecto que los había unido en el pasado y aquellos meses terribles cuando el matrimonio se derrumbaba.
Bess expresó en voz alta sus pensamientos.
– Yo sé por qué dejé de llamaros. No quería que os sintierais obligados a tomar partido, a elegir entre uno de nosotros.
– Eso es ridículo.
– ¿Lo es? Vosotros erais amigos de los dos. Yo tenía miedo de que pensarais que buscaba vuestra compasión y, en cierto modo, es probable que así hubiera sido.
– Supongo que tienes razón, pero te echamos de menos y nos hubiera gustado ayudaros.
– A mí me sucedió más o menos lo mismo -intervino Michael-. Temía que creyerais que quería que os pusierais de mi parte, de modo que opté por alejarme.
Don, que había permanecido en silencio, se inclinó y dejó su copa sobre la mesa.
– ¿Puedo hablar con toda franqueza?
Todos se volvieron hacia él.
– Por supuesto -contestó Michael.
– ¿Queréis saber qué sentí yo cuando os separasteis? Pues bien, me sentí traicionado. Sabíamos que teníais vuestras diferencias, pero nunca dejasteis entrever que fueran tan graves. De pronto un día nos llamasteis y nos dijisteis: «Estamos tramitando el divorcio.» Por muy egoísta que pueda sonar ahora, debo reconocer que experimenté una furia tremenda porque de repente vosotros disolvíais una amistad que había durado muchos años. Lo cierto es que nunca culpé a ninguno de vuestra ruptura. Tanto Barb como yo sufríamos por vosotros, y es probable que en esos días estuviéramos más cerca de vosotros que ninguna otra persona. Como quiera que sea, cuando nos anunciasteis que os divorciabais fue como si os divorciarais de nosotros.
Bess puso una mano sobre la de Don.
– Oh… Don…
Después de haberse sincerado se mostraba avergonzado.
– Sé que parezco un cerdo egoísta.
– No; no lo eres.
– Es muy posible que nunca hubiera dicho esto de no haber bebido algunas copas de más.
– Creo que es bueno que hablemos con franqueza -intervino Michael-. Siempre lo hicimos; por eso éramos tan buenos amigos.
– En realidad nunca se me ocurrió considerar nuestra separación desde el punto de vista que has planteado -afirmó Bess-. Supongo que yo habría sentido lo mismo si Barb y tu os hubierais divorciado.
– Ya sé que habéis dicho que no salís juntos… Pero ¿hay alguna posibilidad de que volváis a uniros? -inquirió Barb con cautela-. Si consideráis indiscreta la pregunta decidme que me calle.
Se hizo el silencio. Al cabo Bess dijo con tono amable:
– Cállate, Barb.
Randy y Maryann habían bailado durante toda la noche. Apenas habían hablado, pero no habían dejado de intercambiar miradas. Cuando terminó la segunda tanda de bailes, ella se abanicó con la mano mientras él se aflojaba la corbata y se desabrochaba el botón del cuello.