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La mayoría había parado de bailar y observaba al grupo con entusiasmo al tiempo que batía palmas. Los que seguían bailando lo hacían de cara al escenario.

– Es bueno, ¿no crees? -dijo Bess a Michael.

– ¡Dios mío! ¿Cuándo aprendió a tocar así?

– Empezó cuando tenía trece años. Es lo único que le interesa.

– ¿Qué diablos hace trabajando en el almacén?

– Tiene miedo.

– ¿De qué? ¿Del éxito?

– Es posible, pero lo más probable es que tema el fracaso.

– ¿Se ha presentado a alguna prueba?

– No, que yo sepa.

– Tiene que hacerlo, Bess. Anímale.

– Anímale tú.

El solo de batería terminó, y la banda interpretó los últimos acordes mientras, en la pista, Michael y Bess bailaban. Se produjo un aplauso atronador cuando Randy golpeó los platillos por última vez y acabó la pieza. Apoyó las manos sobre los muslos y sonrió con timidez.

El batería de la banda volvió al escenario y le estrechó la mano.

– Muy bien, Randy. ¿Con quién tocas?

– No toco.

El batería quedó perplejo, lo miró de hito en hito y se sentó a horcajadas en su asiento.

– Tienes que conseguirte un representante, tío.

– Gracias. Tal vez lo haga.

Maryann lo esperaba sonriente. Le ayudó a ponerse la chaqueta, luego le cogió del brazo y apoyó el pecho contra él.

– Hasta te pareces a George Michael -comentó con una sonrisa de orgullo-. Supongo que tus amigas ya te lo habrán dicho.

– Ojalá supiera cantar como él…

– Tú no necesitas cantar. Tocas la batería de maravilla. Eres muy bueno, Randy.

La aprobación de Maryann le satisfizo más que la ovación que había recibido.

– Gracias.

Randy se preguntó si sentiría lo mismo si llevara tocando veinticinco años… como Watts con los Stones… ¡el entusiasmo, el júbilo, la satisfacción!

De repente apareció su madre, que lo besó en la mejilla.

– Suena mucho mejor aquí que en tu habitación.

Su padre también se acercó. Le dio unas palmadas en la espalda y le estrechó la mano al tiempo que sonreía con orgullo.

– Tienes que dejar el almacén, Randy. Eres demasiado bueno y no debes malgastar tu talento.

Randy sabía que, si se movía hacia su padre, se encontraría en sus brazos y su felicidad sería absoluta. Sin embargo, ¿cómo podía hacer eso en presencia de Maryann, su madre, la mitad de los invitados y Lisa, que se aproximaba sonriente de la mano de Mark?

Cuando todos cuantos le conocían y algunos a quienes no había visto en la vida le hubieron felicitado, Randy pensó que necesitaba fumar un poco de hierba para celebrar su éxito. ¡Caramba, sería grandioso!

Miró alrededor y vio que Maryann no estaba.

– ¿Dónde está Maryann? -preguntó.

– Ha ido al tocador. Volverá enseguida.

– Escúchame, Lisa, estoy algo acalorado. Necesito salir un rato para tomar el aire.

Lisa le propinó un puñetazo cariñoso en el brazo.

– Muy bien, hermanito, y gracias por tocar.

Randy se encogió de hombros, la miró con una sonrisa y le dedicó un saludo militar.

– A tus órdenes.

Salió al mirador y se dirigió a un extremo. Aún se percibía el olor de la tierra húmeda y se oía el sonido de los arroyuelos. Sacó la pequeña pipa, la encendió, aspiró una bocanada y retuvo el humo en sus pulmones. Cuando entró de nuevo en el salón en busca de Maryann, estaba convencido de que era Charlie Watts.

La joven estaba sentada a una mesa con sus padres y algunos tíos.

– Maryann, vamos a bailar -propuso.

Ella lo miró con severidad.

– No, gracias.

Si no hubiera estado bajo los efectos de la marihuana, Randy habría actuado con sensatez y se habría retirado. En lugar de eso, la agarró del brazo.

– Eh, ¿qué quieres decir?

Ella se soltó con un movimiento brusco.

– Creo que lo sabes muy bien.

– ¿Qué he hecho?

Todos lo miraban. Maryann parecía odiarlo cuando se puso en pie. Randy dedicó una sonrisa torpe al grupo.

– Disculpen…

Siguió a Maryann hasta el vestíbulo y se detuvieron en lo alto de las elegantes escaleras.

– Yo no salgo con drogadictos, Randy.

– Eh, espera… yo no…

– No mientas. Fui a buscarte y te vi. ¡Y sé qué contenía la pipa! Por cierto, la cita del sábado por la noche queda cancelada. Ve a fumar marihuana y sigue siendo un fracasado. A mi no me importa.

Se recogió la falda, dio media vuelta y se alejó a toda prisa.

Capítulo 12

Bess y Michael se reclinaron en el asiento trasero de la limusina y apoyaron la nuca contra el respaldo. Michael reía con los ojos cerrados.

– ¿De qué te ríes? -preguntó Bess.

– Este automóvil se mueve como un trasbordador.

Ella volvió la cabeza para mirarlo.

– Michael, estás borracho.

– Sí, es cierto. Hacía meses que no bebía tanto y me siento muy bien. ¿Y tú?

– Estoy un poco achispada.

– ¿Cómo te sientes?

Bess cerró los ojos y prorrumpió en carcajadas. Gozaron del silencio, del suave ronroneo del motor, de la euforia provocada por el baile y la bebida, de la proximidad del otro. Al cabo de unos minutos Michael rompió el silencio.

– ¿Sabes qué?

– ¿Qué?

– No me siento como un abuelo.

– Desde luego no bailas como un abuelo.

– ¿Tu te sientes abuela?

– Hummm.

– No recuerdo que mis abuelos bailaran así cuando yo era joven.

– Yo tampoco. Los míos cultivaban lirios y construían jaulas.

– Bess, ven aquí.

La tomó de la cintura para atraerla hacia sí y le rodeó los hombros con un brazo.

– ¿Qué haces, Michael Curran?

– ¡Me siento tan bien! -exclamó él-. ¡Y me siento mal!

Ella rió y recostó la mejilla contra su pecho.

– Esto es ridículo. Estamos divorciados. ¿Qué hacemos aquí, abrazados en el asiento trasero de una limusina?

– ¡Portarnos mal! ¡Y es tan maravilloso que vamos a seguir haciéndolo! -Se inclinó para preguntar al chofer-: ¿Cuánto tiempo tenemos?

– Todo el que usted quiera, señor.

– Entonces continúe conduciendo hasta que le indique que se dirija a Stillwater. ¡Siga hasta Hudson! ¡Siga hasta Eau Claire! ¡Caramba, siga hasta Chicago si tiene ganas!

– Lo que usted diga, señor -repuso el conductor antes de echarse a reír.

Michael se reclinó de nuevo y volvió a estrechar a Bess.

– Bien, ¿dónde estábamos?

– Estás borracho y te comportas como un chiquillo.

– ¡Ah sí, es cierto!

Levantó los brazos y empezó a cantar el estribillo de Good lovin’ y al tiempo que movía la cadera.

…gimme that good, good lovin’…

Bess trató de apartarse, pero él se lo impidió.

– ¡Ah, no! ¡Tú te quedas donde estás! Tenemos que hablar.

– ¿De qué? -inquirió Bess con una sonrisa.

– De esto. De nuestra primogénita, casada por la iglesia, que en este momento disfruta de su noche de bodas, y de ti y de mí, que pronto nos convertiremos en abuelos y hemos bailado como locos mientras nuestro segundo hijo tocaba la batería. Creo que todo esto encierra algún significado.

– ¿De veras?

– Sí, pero todavía no lo he desentrañado.

Bess se acomodó debajo del brazo de Michael, que continuó tarareando Good lovin’. Muy pronto ella comenzó a canturrear.

Michael dio unos golpes ligeros sobre su muslo izquierdo y en el brazo derecho de Bess para imitar el ritmo del tambor, después cogió la mano de ella y entrelazaron los dedos. Permanecieron así, reclinados en el asiento, percibiendo el calor y aroma del otro.

Al cabo de unos minutos Michael se inclinó para besarla. Bess entreabrió los labios para recibir su lengua al tiempo que pensaba que no debía permitir que eso sucediese. No obstante respondió al beso y disfrutó del sabor de su boca, familiar como el del chocolate.