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¡Una caja entera!

Al verlos se enfureció. De acuerdo, era muy probable que los hombres solteros compraran preservativos por docenas, pero ¡no le gustaba que él quisiera hacerle creer que lo de esa noche había sido algo excepcional!

Cerró de un golpe el cajón y abrió otro, donde por fin encontró un cepillo. Entre las cerdas había algunos pelos oscuros de Michael. Al verlos se apaciguó su enojo y experimentó una sensación de profundo vacío, un rechazo a volver a su vida solitaria, donde no había cepillos, cuartos de baño, mesas ni camas que compartir.

Después de peinarse buscó enjuague bucal y se pintó los labios y regresó a la sala de estar. Él seguía mirando hacia la oscuridad, sin duda perturbado por las mismas dudas que la asaltaban a ella.

– Bueno, Michael, me voy.

Él se dio la vuelta.

– Sí, claro.

– Gracias por la cena. Ha sido magnífica.

Se produjo un largo silencio.

– Escucha, Michael, quedan muy pocas paredes vacías y todavía puedes colocar algunos adornos sobre las repisas y las mesas, pero creo que será mejor que los elijas tú.

Michael la miró contrariado.

– Bess, ¿me echas la culpa a mí? Tú también querías, no lo niegues. ¡Tú lo planeaste tanto como yo!

– Sí, lo hice, y no te culpo de nada. Lo que ocurre es que creo que… que eso es…

– ¿Qué? ¿Un error?

Ella recordó los preservativos que había visto en el cajón.

– No lo sé. Tal vez.

Él la miró con severidad y enojo.

– ¿Puedo llamarte?

– No lo sé, Michael. Quizá no sea buena idea.

– ¡Mierda! -masculló.

Bess permaneció inmóvil en el otro extremo de la habitación, demasiado asustada para hablar. En efecto, ambos habían cambiado mucho, ¿acaso eso garantizaba que su relación saldría bien? ¿Qué idiota pondría la mano en una rueda de molino después de haberse cortado un dedo?

– Gracias otra vez, Michael.

Él no dijo nada al comprender que Bess rechazaba la idea de empezar de nuevo.

Capítulo 15

Cuando Bess llegó a su casa, vio que estaban encendidas todas las luces, incluso las de su dormitorio. Frunció el entrecejo y estacionó ante la entrada, pues estaba demasiado nerviosa para perder el tiempo aparcando en el garaje. Tan pronto como abrió la puerta Randy bajó a toda prisa por las escaleras.

– Mamá, ¿dónde has estado? ¡Pensaba que nunca llegarías!

– ¿Ha ocurrido algo? -preguntó asustada.

– Nada. ¡He conseguido una audición! El viejo petimetre de la abuela, Gilbert, lo ha arreglado todo para que una banda llamada The Edge me haga una prueba.

Bess exhaló un suspiro de alivio.

– ¡Gracias al cielo! Pensaba que había sucedido alguna desgracia.

– No. Resulta que Gilbert fue una vez el propietario del salón de baile Withrow y conoce a todo el mundo, grupos, agentes, dueños de clubes, y desde la boda de Lisa ha hablado a todos de mí. ¿No te parece estupendo?

– ¡Es maravilloso, Randy! ¿Cuándo es la audición?

– Todavía no lo sé. La banda participa en un festival de jazz en Bismarck, Dakota del Norte, pero regresará mañana. Los llamaré por la tarde. Por cierto, ¿dónde has estado, mamá? He pasado toda la noche esperándote.

– He estado con tu papá.

El entusiasmo de Randy desapareció.

– ¿Con papá? ¿Por cuestiones de negocios?

– No. Me invitó a su apartamento y preparó la cena.

– ¿Papá cocina?

– Sí, y debo reconocer que lo hace muy bien. Ven, sube conmigo y cuéntamelo todo.

Bess se dirigió a su dormitorio. El televisor estaba encendido y dedujo que Randy había estado acostado en su cama. Debía de haberse sentido muy inquieto para invadir su habitación. Buscó una bata y entró en el cuarto de baño. Mientras se cambiaba, exclamó:

– ¿Qué clase de música toca esa banda?

– Básicamente rock.

Siguieron hablando hasta que Bess salió del baño con el cabello recogido por una diadema. Se había lavado la cara y se aplicaba una loción al cutis. Randy estaba sentado sobre el colchón con las piernas cruzadas. Parecía fuera de lugar en el dormitorio de su madre, con el empapelado de rayas y rosas en color pastel y las sillas tapizadas en raso. Bess se sentó en una, apoyó los pies desnudos sobre el lecho y se tiró del albornoz para taparse las rodillas.

– ¿Tú lo sabías, mamá? ¿Te lo contó la abuela?

– No. Ha sido toda una sorpresa.

De la mesita de noche, Bess cogió el mando a distancia, bajó el volumen del televisor y se quitó la diadema.

– El viejo Gilbert… ¿Puedes creerlo? -Randy meneaba la cabeza con asombro.

– Sí, puedo creerlo…, por la manera en que baila.

– Y todo porque toqué en la boda.

– Basta un poco de coraje para triunfar.

Randy sonrió con satisfacción.

– ¿Estas asustado? -preguntó su madre.

– Bueno… -Se encogió de hombros-. Sí; supongo que un poco.

– Yo también estaba asustada cuando monté mi negocio. Sin embargo, todo ha salido bien.

Rándy la miró a los ojos.

– Sí, supongo que todo ha salido bien. -Se quedó pensativo y al cabo de unos minutos preguntó-: Bien, ¿qué hay entre tú y el viejo?

– Tu padre, quieres decir.

– Sí… perdón… papá. ¿Qué hay entre vosotros?

Bess se levantó y se acercó al tocador donde arrojó la diadema y con dedos nerviosos toqueteó algunos frascos y tubos antes de coger uno y destaparlo.

– Somos amigos, eso es todo.

Vertió en un dedo un poco de crema y se la aplicó al rostro mientras se miraba en el espejo.

– Mientes fatal, mamá. Te has acostado con él, ¿verdad?

– ¡No es asunto tuyo!

Bess lanzó el tubo con furia.

– Te has ruborizado -observó él-. Lo he visto en el espejo.

Bess contempló su propio reflejo.

– Te repito que no es asunto tuyo y me molesta tu impertinencia.

Randy alzó las manos y se levantó de la cama.

– ¡De acuerdo! ¡De acuerdo! Lo que ocurre es que no te entiendo. Primero te divorcias de él, después le decoras el apartamento, y ahora… -Se interrumpió e hizo un gesto de resignación.

Ella se volvió hacia él.

– ¿Por qué no respetas mi vida privada como yo respeto la tuya? Nunca te he preguntado por tu vida sexual, y me gustaría que no me interrogaras al respecto. ¿De acuerdo? Los dos somos adultos, conocemos las consecuencias de nuestros actos.

Randy la miró de hito en hito, desgarrado por sentimientos contradictorios. Por un lado le complacía la posibilidad de que sus padres volvieran a vivir juntos; por otro, le asustaba la idea de tener que hacer las paces con Michael.

– Nunca te mostraste tan quisquillosa con respecto a Keith -comentó Randy antes de salir de la habitación.

Cuando se hubo marchado, Bess reconoció que Randy tenía razón. Se sentó en el borde de la cama, con las manos entre las rodillas, y trató de encontrar un sentido a lo que había sucedido. Al cabo de unos instantes se tendió de espaldas, con los brazos extendidos, y se preguntó cuáles serían las consecuencias de esa noche. Se protegía porque estaba asustada; por esa razón había escapado de Michael y se había enfadado con Randy. El riesgo de comprometerse era tan grande… ¡Caramba!, ya estaba comprometida otra vez con Michael; se engañaba si pensaba lo contrario. Los dos estaban comprometidos y, con toda probabilidad, otra vez enamorados. ¿Y cuál era la conclusión lógica de enamorarse, sino el matrimonio?

Bess se tumbó de costado, con las rodillas dobladas, y cerró los ojos.

«Yo, Bess te tomó a ti, Michael, para lo bueno y para lo malo, hasta que la muerte nos separe.»

Habían creído en ese voto en el pasado, y mira cómo habían acabado; la angustia de destrozar la familia, el hogar, las finanzas conjuntas, dos corazones. La idea de arriesgarse de nuevo se le antojaba temeraria.