Bess se paró delante de él, un poco enfadada, un poco arrepentida y muy atemorizada. A pesar de que ambos habían reconocido su responsabilidad en el fracaso de su matrimonio, lo cierto era que Michael le había sido infiel una vez y la herida continuaba abierta.
– Michael -dijo con serenidad-, no quiero discutir contigo.
– De acuerdo. Yo te he buscado en dos ocasiones. Ahora es tu turno. Verás cómo se siente uno al tener que rogar.
Se dirigió hacia la puerta a grandes zancadas.
– Michael… -llamó ella con tono suplicante, pero él ya había cruzado la puerta. Bess salió al pasillo-. ¡Michael!
Él replicó a voz en grito desde la escalera:
– ¡Di a Randy que lo llamaré y le explicaré lo sucedido!
Desde abajo llegó la voz de Randy.
– No necesitas llamarme. Estoy aquí.
Michael descendió con paso vacilante por los peldaños y vio a Randy, que vestía sólo unos tejanos. A Michael le asombró ver, por primera vez, la densa mata de vello en el pecho de su hijo.
– Randy… lamento que te hayamos despertado.
– No me cabe duda de que lo lamentas.
– No interpretes mal mis palabras. Quería hablar contigo sobre esto. No pensaba marcharme y dejar que tu madre te explicara lo que ha sucedido.
– ¿Ah, sí? Pues la verdad es que me lo ha parecido. ¿Por qué no la dejas en paz de una vez?
– Porque la amo.
– La amas… ¡No me hagas reír! Supongo que también la amabas cuando la engañaste con otra mujer y la abandonaste. ¡Supongo que también nos querías a Lisa y a mí!
Michael comprendió que no serviría de nada expresar el afecto que les profesaba. Permaneció en silencio y Randy prosiguió.
– Fue una manera muy singular de demostrar a tus hijos que los amabas. ¿Quieres saber cómo se siente uno cuando su padre le abandona? Dolido, así es como se siente.
– Yo no te abandoné.
– ¡No lo niegues! Dejaste a tu esposa y a tus hijos. Yo tenía trece años. ¿Sabes acaso cómo piensa un chico de trece años? Supuse que yo tenía la culpa, que debía de haber hecho algo malo para que te fueras, pero no sabía qué. La idea me obsesionaba hasta que mamá me explicó que tenías otra mujer. Entonces me entraron ganas de romperte la cara, pero era muy pequeño y flaco. Ahora estás aquí, acabas de salir de su cama… Tal vez debería atizarte.
Desde lo alto de la escalera llegó la voz furiosa de Bess.
– ¡Randy!
El muchacho miró hacia arriba con expresión glacial.
– Es un asunto entre él y yo, mamá.
– ¡Discúlpate ahora mismo!
– ¡Y un cuerno!
– ¡Randy! -exclamó Bess, que comenzó a bajar por los peldaños.
Randy la miró con una mueca de incredulidad.
– ¿Por qué te pones de su parte? ¿No te das cuenta de que te está utilizando otra vez? Dice que te ama… ¡menuda mentira! ¡Es probable que le dijera lo mismo a la mujerzuela con quien se casó, pero tampoco consiguió salvar su matrimonio! Es un fracasado, mamá, y no te merece. Eres una estúpida al permitirle entrar aquí.
Bess lo abofeteó en la cara.
El joven la miró azorado, con los ojos llenos de lágrimas.
– Lamento mucho haberte pegado -reconoció Bess-. Nunca lo había hecho, pero no puedo consentir que nos hieras a tu padre y a mí. Ninguno de nosotros está libre de culpas, pero es posible hablar con respeto y buena educación de todas esas cosas. Creo -agregó más serena- que nos debes una disculpa.
Randy la miró de hito en hito. Luego observó a Michael, dio media vuelta y se encaminó hacia su dormitorio.
Bess se llevó las manos a las mejillas y notó que le ardían. Se volvió hacia Michael, que estaba abatido y cabizbajo. Bess le rodeó el cuello con los brazos.
– Michael, lo siento -murmuró con voz trémula.
– Esperaba que sucediera desde hace tiempo.
– Sí, pero eso no hace que duela menos.
Lo mantuvo abrazado durante un rato con la intención de confortarlo.
Michael se apartó por fin y habló con la voz que brada.
– Es mejor que me vaya.
– Yo hablaré con él en cuanto se calme.
Michael asintió con la cabeza.
– Yo…
No sabía qué hacer; apuntarse a otro curso de cocina, comprar otro terreno para edificar, elegir una escultura para su galería. Una lucha vana, frenética, de un hombre que buscaba llenar de sentido su vida, cuando éste sólo podía provenir de las personas, no de las cosas.
– Hasta pronto, Bess.
Al salir, cerró la puerta tras de sí sin hacer ruido.
En su habitación, Randy estaba sentado en el borde de la cama de agua, inclinado, con la cabeza apoyada en las manos.
Lloraba.
Deseaba tener un padre, una madre, quería que lo amaran, pero ¿por qué tenía que resultar tan doloroso? El divorcio de sus padres lo había lastimado mucho. ¿Por qué no se le permitía descargar toda la furia que había acumulado a lo largo de los años? ¿No se daban cuenta de que actuaban como unos imbéciles al iniciar una relación por conveniencia? No planeaban volver a casarse. No; ni siquiera lo habían mencionado. No, era pura lujuria, y su madre era tan culpable como su padre. Él no quería que ella fuese culpable. ¡Maldita Lisa por insistir en que hicieran las paces! ¡Lisa! Había sido ella quien había insistido en que pusieran fin a la guerra fría.
Había sido malo guardarse lo que pensaba durante todos esos años, pero expresar sus sentimientos tampoco lo había hecho sentirse mejor. Había visto el dolor reflejado en la cara de su padre cuando le había reprochado su conducta. Al fin y al cabo eso era lo que siempre había querido, herirlo de la misma manera en que él lo había herido. Si de verdad lo había deseado, ¿por qué lloraba ahora como una criatura?
Maldito seas, papá, ¿por qué nos dejaste? ¿Por qué no te quedaste con mamá y resolviste el problema?
¡Estoy tan confundido! Desearía tener a alguien con quien hablar, que me escuche y me haga entender con quién estoy enojado y por qué. Maryann. ¡Dios, Maryann, te respeto tanto! Quería demostrarte que no era como mi viejo, que podía tratarte como a una princesa, que nunca te pondría una mano encima, que era digno de ti.
Sin embargo no lo soy. Suelto tacos siempre que abro la boca, fumo marihuana, bebo mucho y me acuesto con cualquier chica que se me pone delante. Mi padre no me quiere lo suficiente para estar cerca de mí, y mi madre me abofetea.
¡Que alguien me ayude a comprender qué sucede! Interrumpió sus pensamientos al oír que Bess golpeaba su puerta con suavidad. Se secó los ojos con la sábana, se puso en pie y fingió que estaba ocupado con los controles del reproductor de discos compactos.
– ¿Randy? -llamó Bess en voz baja.
– Sí, está abierta.
La oyó entrar.
– ¿Randy?
Él esperó.
– Lo siento -dijo Bess.
Los ojos de Randy volvieron a llenarse de lágrimas.
– Sí… bueno…
– No debí abofetearte. ¿Randy?
Como el muchacho no despegó los labios, Bess se acercó y le puso una mano en el hombro.
– Randy, quiero que sepas que tu padre me ha pedido que me case con él y he dicho que no.
Él parpadeó, y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Quedó de espaldas a ella, con el mentón sobre el pecho.
– ¿Por qué?
– Porque tengo miedo de que me lastime otra vez, como tú.
– Nunca le pediré disculpas. ¡Nunca!
Bess retiró la mano de su hombro y suspiró. Al cabo de unos minutos la posó de nuevo sobre la piel desnuda de su hijo.
– Randy, tu padre te quiere mucho.
Él permaneció callado mientras se esforzaba por reprimir el llanto.
– Sé que no lo crees, pero es cierto. Y tú también le quieres a él. Por eso te sientes tan herido en este mismo momento. -Tras una pausa Bess agregó-: Tendréis que hablar algún día, sin rencor, de vuestros sentimientos. Por favor, Randy, no esperes demasiado tiempo.