– Quiero dedicar esta canción a un pequeño colega que nos ha echado una mano. Trotter, es para ti, muchacho.
El chaval sonrió de oreja a oreja. Mientras el grupo interpretaba Pretty woman, Randy disfrutó observando la expresión de admiración con que lo miraba el muchacho.
Minutos más tarde, cuando empezaban otra canción, Randy se sintió de pronto atacado por un ilógico acceso de aprensión. Notó que se le aceleraba el pulso y la aprensión se transformó en miedo. Se dio la vuelta para pedir ayuda a Pike, pero sólo vio su espalda.
¡Dios santo, el corazón! ¿Qué le ocurría? Le latía con tal fuerza que parecía a punto de salírsele del pecho. Trotter lo miraba… A Randy le faltaba el aire… Era difícil seguir tocando. Había gente por todas partes… Tenía que acabar la pieza… Lo invadió una ansiedad vertiginosa…
La canción terminaba… ¡Pike! Todo dentro de él vibraba… ¡Pike! La cara de Pike apareció entre él y la muchedumbre…
– Cálmate, tío. Es normal al principio… Te pones un poco tenso, como asustado. Se te pasará en un minuto.
– ¡No, no! Me encuentro fatal… El corazón… -susurró mientras apretaba la mano de Pike.
El guitarrista masculló con furia:
– ¡Basta ya, tío! Hay un montón de personas mirándonos. ¡Enseguida te sentirás mejor! ¡Ahora danos la entrada!
Tic, tic, tic… Golpeó con los palillos el borde de su Pearl… Trotter agitaba los suyos mientras lo miraba.
Muchacho lárgate de aquí… No quiero que veas esto…
Maryann, yo quería cambiar por ti…
El corazón le latía cada vez más deprisa… Todo le daba vueltas…, vueltas… El suelo parecía elevarse y de pronto su cabeza se estampó contra él. Con el taburete entre las piernas, miró hacia el cielo azul…
La banda tocó algunos compases más hasta que se dieron cuenta de que la batería no sonaba. Cuando la música cesó, el público se puso de puntillas para mirar el escenario y se oyeron murmullos de preocupación.
Danny Scarfelli fue el primero en acercarse a Randy. Se inclinó hacia él sin soltar el bajo.
– ¿Qué te pasa?
– Llama a Pike… ¿Dónde está Pike?
Danny apoyó su guitarra contra un tambor y se puso en pie de un salto.
Randy estaba envuelto en una bruma de miedo. El sonido de su corazón le retumbaba en los oídos.
Por fin apareció la cara de Pike, enmarcada por el cielo azul.
– Pike, es el corazón… Creo que me estoy muriendo… Ayúdame…
Oía voces alrededor.
– ¿Qué le pasa?
– ¿Tiene epilepsia?
– ¡Llamen al 911!
– Aguanta, Randy.
Pike bajó del escenario y echó a correr.
– ¿Dónde hay un teléfono? ¿Alguien sabe dónde hay un teléfono? -Vio a un policía que se acercaba a él corriendo-. Oficial…
El agente continuó corriendo hacia el escenario, y Pike dio media vuelta para seguirlo.
– ¿Alguien sabe qué le ocurre? -preguntó el policía, que se había agachado junto a Randy.
Pike no contestó. Los demás tampoco.
– El corazón… -balbuceó Randy.
El oficial desengachó la radio de su cinturón y pidió ayuda.
Numerosas caras rodeaban a Randy, que las miraba aterrorizado. Aferró a Danny por la camisa.
– Llama a mi madre -murmuró.
Felices, ignorantes de lo que ocurria a quince kilómetros de distancia en White Bear Lake, Bess y Michael se encontraron en el hospital. Se dieron un beso rápido y entraron en la habitación de Lisa cogidos de la mano. Ella y Natalie estaban solas. La flamente madre dormía, y la recién nacida lloriqueaba en la cuna. El lugar estaba lleno de flores y olia un poco a la carne con cebolla que habían servido a Lisa, cuyos restos aún no habían retirado.
Bess y Michael se asomaron desde la puerta antes de acercarsede puntillas a la cuna para contemplar a su nieta.
– ¡Oh, mírala, Michael! -susurró Bess-. ¿No es hermosa? ¡Hola, preciosa! ¿Cómo estás hoy? Estás mucho más bonita que anoche.
Los dos tendieron la mano para arropar y acariciar a Natalie.
– Hola, damita -murmuró Michael-. Los abuelos han venido a verte.
– Michael, mira… La boca es igual a la de tu madre.
– ¡Mamá se habría sentido tan dichosa!
– Y papá.
– Tiene más pelo del que pensaba.
– ¿Crees que estaría bien que la cogiéramos en brazos?
Michael le dedicó una sonrisa de complicidad, y Bess deslizó las manos por debajo de la suave franela rosa y levantó de la cuna a Natalie. La contemplaron con un amor puro, embargados una vez más por una sensación de plenitud, convencidos de que con esa criatura dejaban su marca en el futuro.
Michael se inclinó para besarla en la frente.
– Ya verás cuando tengas un par de años. Algunas noches dormirás en nuestra casa, y nosotros te mimaremos y malcriaremos. ¿No es verdad, abuela?
– Claro que sí, y algún día, cuando tengas edad suficiente, te contaremos cómo gracias a tu nacimiento tu abuelo me propuso matrimonio y volvimos a vivir juntos. Por supuesto, omitiremos el episodio de los preservativos y cómo tu abuelo los desparramó sobre los escalones, pero…
Michael sofocó una carcajada.
– ¡Bess, estos oídos son muy delicados!
– ¿Qué estáis murmurando? -intervino Lisa.
La miraron por encima del hombro. Lisa esbozaba una sonrisa soñolienta.
– ¿Quieres saber la verdad? Tu madre estaba hablando de preservativos.
– ¡Michael! -exclamó Bess.
– Es cierto -repuso él-. Le he dicho que Natalie es demasiado joven para oír semejantes cosas.
Lisa se incorporó.
– ¡Está bien! Me despierto y oigo cuchichear y reír entre dientes… -Extendió los brazos y ordenó-: Dadme a mi hija, por favor.
Lisa pulsó un botón para levantar la cabecera de la cama y sus padres se acercaron para entregarle a Natalie. Cada uno se sentó a un lado del lecho y se inclinaron al mismo tiempo para besar a su hija en la mejilla.
– Estaba despierta, de modo que pensamos que podíamos cogerla.
– Se ha portado muy bien… ¿No es cierto, Natalie? -dijo Lisa mientras le acariciaba el pelo-. Durmió cinco horas después de que le diera de mamar.
Lisa les contó cómo se sentía, las visitas que había recibido, quién le había enviado flores -por supuesto, les agradeció el ramo que ellos le habían mandado- y cuándo regresaría Mark. Comentaron que Randy no la había llamado y que probablemente la visitaría esa tarde. Admiraron a Natalie, y Bess evocó detalles del nacimiento de Lisa, lo bien que dormía y cómo berreaba cuando no tenía sueño.
Después permanecieron unos minutos en silencio y Bess miró a Michael. El estiró el brazo por encima de la manta que cubría el vientre de Lisa para coger la mano de Bess.
– Tu madre y yo tenemos algo que decirte, Lisa. -Se interrumpió para que fuera Bess quien le comunicara la noticia.
– Vamos a casarnos, hija.
En el rostro de Lisa apareció una sonrisa radiante cuando se inclinó, con el bebé sobre su brazo derecho, para abrazar a Michael. Bess se unió a ellos, y Natalie empezó a quejarse al sentirse apretada entre los cuerpos.
Bess hundió la cara en los cabellos de su hija y susurró:
– Gracias, mi amor, por conseguir que volvieran a juntarse estos dos viejos testarudos.
Lisa besó a sus padres.
– ¡Me habéis hecho muy feliz!
– Tú nos has hecho muy felices a nosotros.
Los tres sonrieron con los ojos un poco brillantes y enrojecidos. A continuación prorrumpieron en carcajadas de dicha. Lisa sorbió por la nariz y Bess se enjugó las lágrimas con la mano.
– ¿Cuándo os casaréis?
– Lo antes posible.
– ¡Oh, soy tan feliz! -exclamó Lisa-. ¡Lo hemos logrado Natalie!
– ¿Puedo unirme a esta celebración? -preguntó Stella desde la puerta.
– ¡Abuela! ¡Entra! ¡Pronto! ¡Mamá y papá tienen noticias sensacionales! ¡Díselo, mamá!